El porqué de los porqués
Hace unos días me llegó desde Córdoba un informe de Lázaro Llorens sobre la construcción del Ansenuza, lujoso hotel-casino de 30 habitaciones ubicado en Miramar frente a la Mar Chiquita (o Mar de Ansenuza), inaugurado por José Manuel de La Sota en plena campaña electoral.
Se gastaron fondos públicos provinciales (Lotería de Córdoba) para una construcción que presupuestada originalmente en 40 millones terminó costando 336 millones de pesos.
Cada habitación habría insumido 11 millones. Según legisladores de la oposición, presuponiendo una ocupación hotelera del 100% durante los 365 días del año, a una tarifa de $2.500 por habitación, se tardaría 12 años en recuperar el capital “nominal”, eso sin computar los costos de mantenimiento. El costo por metro cuadrado resultó de 30 mil pesos. Para la construcción, Lotería abrió concursos públicos en lugar de licitaciones. Alguno de los adjudicatarios resultaron ser aportantes a la campaña electoral 2009.
El legislador García Elorrio calificó como “un acto de crueldad” la utilización de fondos que, por Estatuto, debían destinarse a “ayuda social” para invertirlos en un hotel de súper lujo, mientras se recortaba la inversión en el Paicor.
Luego de varios pedidos de informes (sin respuesta) por parte de legisladores de la oposición, éstos intentaron que la solicitud proviniera de la misma Cámara Legislativa como tal. El oficialismo, en un claro acto de prepotencia, mandó la solicitud al archivo. Ello motivó que los legisladores de la oposición se retiraran del recinto legislativo.
Mientras, el oficialismo realizaba una jugada dirigida (según el legislador Juan Pablo Quinteros) a evitar que la oposición conociera la documentación probatoria de los hechos. Marta Zabala (expresidenta de Lotería) se había presentado ante el fiscal general de la Provincia (Alejandro Moyano) solicitando se “investigaran las contrataciones”, poniendo a “resguardo judicial” la documentación pertinente. De tal manera, la prueba quedaba fuera del alcance de los legisladores opositores y en manos de los fiscales del Fuero Anticorrupción, que según el mismo Quinteros llevarían la causa a la impunidad más absoluta.
Quizás Maquiavello debe estar revolcándose furiosamente en su tumba, al comprobar que sus alumnos lo han superado largamente en astucia y picardía.
Esta es una breve reseña del artículo de Llorens mucho más amplio en datos y puntualizaciones. Y al leerlo pude comprender con más claridad “por qué” en Villa María suceden cosas similares.
Como que un candidato a gobernador les haga pagar a todos los villamarienses los gastos de publicidad de su campaña y la habilitación de una unidad básica en la Ciudad de Córdoba, a costos millonarios, mientras las denuncias obrantes ante los fiscales villamarienses hayan terminado en el limbo de los inocentes. O que se mantenga vigente la contratación relacionada con el estacionamiento público vehicular. O que se hayan contaminado con excrementos y otras inmundicias las aguas del río Ctalamochita. O que se hayan entregado subsidios sin rendiciones de cuentas. Y que todos los involucrados en estos y otros verdaderos ilícitos sigan atornillados en sus cargos públicos, inflamados de soberbia, como si nada hubiera sucedido.
Hace cuatro años, con motivo de la penosa actitud de dos concejales que, electos por una corriente política, al poco tiempo de asumir “corrieron sus bancas” escandalosamente, sostuve que el pulpo de la corrupción es un monstruo de tentáculos muy, pero muy largos, que llegan a lugares casi impensados. Un catecúmeno con pretensiones de filósofo salió entonces a castigarme por los medios acusándome de “falsía” y otros sofismas. El tiempo es el mejor testigo. Hoy todos sabemos dónde anidan la falsía, la corrupción y la impunidad. Aquel al que le quepa el sayo, que se lo ponga.
Una sociedad verdaderamente justa y democrática sólo es posible si se asienta sobre cimientos sólidos. Y uno de esos cimientos es la Justicia. Cuando hablamos de impunidad, hablamos de falta de justicia. O lo que es peor, cuando la Justicia se rinde ante los poderosos. Aunque debo dejar en claro una vez más que en mi concepto, los jueces dignos y probos son la gran mayoría. Pero la sombra de los corruptos es tan negra y pesada que opaca la gran labor de los justos.
En realidad, nada de esto alienta a vivir en una sociedad mejor. Nos quejamos de muchas cosas, y con razón. Pero la “indiferencia” de la sociedad es también preocupante. La sociedad villamariense en general parece anestesiada frente a múltiples hechos de corrupción. Vengan de donde vengan. Nos dejamos encandilar por los progresos materiales, sin advertir el notable retroceso en lo moral. Habría que preguntarse hacia qué precipicio nos vamos encaminando, casi sin darnos cuenta.
Una comunidad tibia y apática con los inmorales recibirá la retribución que se merece. La historia lo ha demostrado con creces. La memoria de las guerras civiles que asolaron a diversos países a lo largo de los tiempos comenzó siempre de la misma manera: al principio fueron las “pequeñas grietas” que enfrentaban a las clases sociales, a las familias, a las instituciones, a los individuos. Luego, la hecatombe, el dolor y hasta la muerte. Y en cada enfrentamiento entre hermanos se erigía invariable e inevitablemente un factor. La falta de justicia. Luego, ya era tarde. Sólo quedaban las lágrimas.
José Naselli, extribuno, vecino