Las persecuciones
A partir del voto universal instaurado por la Ley Sáenz Peña en 1912, la minoría oligarquía asumida como tal accedió al gobierno a través de las urnas en una sola oportunidad. Pronto se cumplirá un año.
Pero cada vez que por la fuerza pudo desplazar a un gobierno con proyecto nacional y popular, se encargó muy bien de intentar que no volviera a ocurrir tal desatino; es decir, que nadie repitiera el intento de gobernar para los intereses del pueblo, de las mayorías.
Y para eso recurrió a las persecuciones, a la difamación, a la estigmatización, a las detenciones arbitrarias y hasta el terror, con apremios ilegales y asesinatos incluidos.
Para ello contó con los medios de comunicación a su servicio, la Justicia cómplice, cooptada por esa minoría oligárquica, con el apoyo del imperialismo estadounidense y de las Fuerzas Armadas que fueron más ejércitos de ocupación y no brazo armado de la Patria. El actual gobierno de la oligarquía no cuenta con el apoyo explícito de este último sector, pero sí con servicios de inteligencia asesorados por embajadas de gobiernos que alientan la guerra y el descalabro de algunas regiones del mundo. Y éste no es un dato menor, cuando el mundo, justamente, como lo advirtiera el Papa, está inmerso en una nueva guerra de escala global.
Durán Barba no inventa nada. Sólo cumple a pie juntillas con las instrucciones emanadas del manual desestabilizador confeccionado por Gene Sharp, un hombre al servicio de las corporaciones estadounidenses cuyo engendro intelectual fue empleado para hacer desastres en el planeta, como la devastación de Libia y Siria, el fomento del terrorismo y la desestabilización de gobiernos en América latina, como los de Paraguay, Honduras, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela.
Todo gobierno que no sea sumiso al imperio y al poder financiero internacional es plausible a ser esmerilado empleando en primera fase la acción psicológica sobre la población; es decir, la colonización mental.
Y después viene la fragmentación de la sociedad, la inoculación del germen del odio y el temor a la libre expresión, la estigmatización, la persecución de dirigentes políticos opuestos al régimen oligárquico y la cárcel, como lo estamos viendo en Argentina.
Una de las armas más letales en esta siniestra estrategia es involucrar a familiares, allegados o amistades para, de esa manera, quebrar la voluntad del perseguido y lograr su definitiva extinción política y social. Como lo estamos viendo en el país.
El derecho de las bestias
Estos gobiernos son violentos por antonomasia, despojados de todo prejuicio, porque su razón de ser no es otra que consolidar el poder de las minorías oligárquicas. Su volumen económico es de tal dimensión que casi todo lo compran: desde opositores hasta la Justicia. No casualmente la alianza de derecha que gestiona el Gobierno argentino como primera medida ingresó a la Corte Suprema dos miembros públicamente asumidos como operadores de los grupos económicos, al extremo que uno de ellos se desempeñaba como abogado del Grupo Clarín, cuyo poderío se consolidó en la última dictadura con la apropiación de Papel Prensa a través de asesinatos y torturas. Es decir, que el republicanismo y la democracia es algo absolutamente prescindible en pos de mayúsculas e ilimitadas ganancias corporativas.
Pero las persecuciones que tantos dirigentes y militantes padecen vienen acompañadas por un combo de acciones mediáticas como la publicación de libros difamatorios de cuyas páginas chorrea calumnia y diatriba. Tan sólo un mes después de que Perón fuera derrocado por el golpe de Estado de septiembre de 1955, ya circulaban media docena de libros, o más bien líbelos, sin duda escritos durante el período de desestabilización y lanzados al mercado librero con bombos y platillos los primeros días del Gobierno golpista. Uno de ellos se titula “Los Panfletos” y da cuenta de cómo estos fueron utilizados para colonizar la opinión pública.
Y por estos días hemos asistido a otro lanzamiento “editorial” que repite la misma estrategia implementada hace 60 años. Una de las tantas dirigentes políticas diseñada por los medios de comunicación monopólicos presenta su obra maestra: “Yo acuso”. Un compendio, justamente, de acusaciones contra la presidenta mandato cumplido Cristina de Kirchner. Libro perecedero si lo hay, ya que pretende dictar sentencia sin que la Justicia lo haya hecho. Por lo que se confiere que este tipo de acciones sólo tiene como vil propósito exasperar odios, sembrar confusión y espanto, horadar la autoestima ciudadana haciéndonos sentir imberbes no destetados, incapaces de optar por gobernantes probos y honestos. Avergonzarnos de tantos avances y transformaciones logradas en todos los ámbitos.
A través de la historia del siglo XX, aquellos que osaron ejercer la democracia, lo que significa gobernar de acuerdo al mandato conferido por el pueblo, absolutamente todos fueron luego perseguidos, encarcelados, estigmatizados.
Hipólito Yrigoyen, con el estigma de “el peludo”, fue derrocado y preso; Perón, con el estigma de “el Tirano” fue derrocado, exiliado y proscripto; Arturo Illia, con el estigma de “la Tortuga”, fue derrocado, preso y defenestrado; Cristina de Kirchner, estigmatizada como “la Yegua”, “la cretina”, “la chora”, es perseguida de manera implacable, ella y sus hijos, como así también tantos dirigentes y gobernantes identificados con el último gobierno nacional y popular que tuvo la Argentina.
Las víctimas de esta mediática violencia lo padecen, sin dudas. Pero las heridas siempre quedan en el cuerpo social, que tarda décadas en recuperarse.
Rubén Rüedi, escritor e historiador