Escribe Dr. Mateu Seguí Díaz
Médico de Familia
Los resultados a nivel de la salud de los comportamientos humanos tardan tiempo en ser conocidos. Se sabe que las consecuencias del tabaquismo (un hábito secular) se descubrieron tras la industrialización del tabaco y su consumo masivo (los cigarrillos) tras el final de la Segunda Guerra Mundial. En mi opinión, algo parecido va a ocurrir con el hábito de tatuarse. Pues ha pasado de ser algo anecdótico que realizaban los marinos, soldados y personas de cierta extracción social, a generalizarse y ser un comportamiento “normal” que tiene que ver con la estética de individuo.
Y es que hasta el momento es un tema poco estudiado, pero del que se van publicando estudios esporádicos que alertan sobre esta práctica. Los estudios sobre las tintas utilizadas hasta el momento se habían hecho en modelos animales, sin embargo, se sabía poco en los humanos.
Sí sabemos que la aplicación de tatuajes tiene el riesgo de producir alergias, infecciones, y granulomas en la piel. Sin embargo, lo que preocupa no es esto, sino que los pigmentos utilizados, al ser insolubles y acumularse en la piel durante toda la vida del individuo, pudieran tener alguna repercusión en el resto de los tejidos del cuerpo.
Se sabe en la actualidad que estas sustancias pueden viajar hasta los ganglios linfáticos y quedar allí acumuladas durante décadas. Estos pigmentos colorean los nódulos linfáticos y pueden provocar dificultades e, incluso, equivocaciones a la hora de analizarlos y de diagnosticar ciertas enfermedades, cuando el individuo cae enfermo.
Los pigmentos de los tatuajes suelen derivar de óxidos de metales o sustancias poliaromáticas que, en principio, se supone que son inertes. Sin embargo, existen personas que reaccionan a éstas, sensibilizándose. Existen sensibilizaciones al níquel, al cromio, al manganeso o al cobalto, que son parte de los pigmentos o contaminantes de éstos.
Al margen de estos metales están los derivados de carbón negro (policíclicos aromáticos) que contienen y que son carcinógenos (posibilidad de producir cáncer) y del óxido de titanio. Esta sustancia que se utilizaría como un pigmento blanco para hacer tonos y mezclas con otros colores, dependería de su estructura para reaccionar con el oxigeno cuando se expone el individuo a la luz solar produciendo efectos adversos a nivel cutáneo. Sin embargo, al margen de las posibles reacciones en la piel, lo que más preocupa a los científicos es la migración de estas sustancias hacia los ganglios linfáticos.
Estudios sobre personas fallecidas que portaban tatuajes mostraron cómo el óxido de titanio y otros pigmentos del tatuaje se alojaban en otros tejidos, no exclusivamente en la piel. Parte de estas partículas de la tinta acaban siendo fagocitadas (comidas) por células fagocíticas y transportadas a los ganglios linfáticos.
Uno puede pensar que borrando los tatuajes se soluciona el problema. Sin embargo, este “borrado” se realiza mediante procedimientos como el láser, que rompe estas partículas de la piel en otras más pequeñas que son transportadas hasta los nódulos linfáticos acumulándose, no solucionándose el problema.
Un estudio que hemos leído analiza mediante espectometría de masas (ICP-MS) y otro procedimiento mediante láser el contenido de estos elementos de los tatuajes en los tejidos. Con esto demuestran que los tóxicos contenidos en las tintas incrustadas debajo de la piel se mueven hacia los tejidos y se acumulan en los ganglios linfáticos. En este estudio vieron cómo los ganglios linfáticos tenían los niveles aumentados de aluminio, cromio, níquel y cobre, así como óxido de titanio.
Aunque no se conoce con exactitud qué ocurre con este acúmulo de fragmentos de los tóxicos a lo largo del tiempo, pues la aparición de cánceres, que es lo que se sospecha, precisa muchos años para manifestarse, se intuye que pueden incrementar el riesgo de presentar cáncer.
Algo parecido a lo que ocurrió con el tabaco, con el que hemos empezado este artículo.
O sea que ¡ojo! No tatuarse o de hacerlo de manera simbólica.