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Luis Roberto Altamira, el primer historiador villanovense

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Luis Roberto Altamira, el primer historiador villanovense
Luis Roberto Altamira junto a su madre Emma García

Junto a Juan Manuel Pereyra y Pablo Granado encabeza el podio de historiadores de nuestra Villa, su obra trascendió nuestro solar y la supo desarrollar en la ciudad de Córdoba. En la actualidad una calle de barrio Jardín lleva su nombre, también en Villa Nueva, la biblioteca popular que se encuentra en la Casa de la Cultura. Su vivienda paterna fue reconocida por el Ateneo “La Posta”. Así lo recordaba el desaparecido historiador Efraín Bischoff

Casa natal de Luis Roberto Altamira

Escribe Luciano Pereyra

El 19 de agosto de 1908 había nacido Luis Roberto Altamira en la población de Villa Nueva, en el hoy Departamento San Martín de nuestra provincia y junto al río Tercero, en el seno de una familia de largas raíces en aquellos predios. Su padre se llamó José María Altamira (fue intendente de la ciudad) y la madre Emma García Rodríguez.

Diversos fueron los motivos acercadores de la familia Altamira con el padre José Buteler. Su consejo fue que Luis Roberto debía seguir la carrera eclesiástica. Así lo hizo en el Seminario de Nuestra Señora de Loreto, en nuestra capital, a donde ingresó en el año 1923. Nosotros lo conocimos a Luis Roberto Altamira en la redacción del diario “Los Principios”.

Era de carácter fuerte y no pocas fueron las lecciones aprendidas de él. Algunas veces conversamos acerca de por qué no había seguido la huella religiosa y casi siempre terminaba manifestando tener predilección por el periodismo y la Historia. Esos caminos ya estaban decididos en él hacia el año 1932, lo que no significaba abandonar no pocas de sus predilecciones espirituales.

Alguna vez lo vi a Altamira decir con alta voz, al recordar su nacimiento en el mes de agosto: “¡He nacido en el mes de los vientos!”, a la Biblioteca Mayor de la Universidad ingresó Altamira en 1935 y posteriormente al Instituto de Estudios Americanistas recientemente allí creado y tuvo como director al doctor Enrique Martínez Paz, llegando él a ser jefe de Publicaciones. Incansablemente trabajó Altamira y fueron numerosos sus trabajos, entre ellos, la historia de Paso de Ferreyra, “célebre estancia en cuyas tierras fundáronse dos pueblos cordobeses: Villa Nueva y Villa María”.

Todo cuanto estaba relacionado con el arte plástico y la literatura histórica enfervorizaba a Luis Roberto Altamira.

El 10 de junio de 1949 fue designado subsecretario de Cultura de la Provincia, el primero que hubo en Córdoba, durante el Gobierno del brigadier mayor Juan Ignacio San Martín, siendo ministro de Educación y Cultura el profesor Alberto Leiva Castro. Lamentablemente, los cambios políticos en el país llegaron con su ventarrón a la Universidad y fue dejado cesante el 24 de enero de 1956. Afrontó la existencia hasta con tareas comerciales y se radicó en Jesús María, con su esposa Lilia Juárez Echegaray. Allí falleció el 3 de abril de 1961.

El lunes 19 de octubre de 1931, Altamira realizó un informe para el diario “Los Principios” de la ciudad de Córdoba, lo titula “Aspecto de la población de Villa Nueva”. Un esclarecedor documento sobre el proceso histórico y las causas que llevaron al atraso de nuestra ciudad como centro urbano.

A continuación, les presentamos la transcripción de dicho documento…

Cuando un extraño de Buenos Aires o Córdoba llega a este pueblo, pregunta asombrado, ¿Villa Nueva?

Cree sinceramente que el cochero lo ha internado por andurriales anónimos o que suponiéndolo muerto, lo arrastra con cinismo hacia un cementerio. Le cuesta comprender que un pueblo, que figura en las geografías con tranvías y 5.000 habitantes sea así. Tan pobre, tan destruido, tan oscuro, tan oleografía de Pompeya.

¿Villa Nueva?

Y sufre torturas horrendas entre los despanzurrados almohadones de la victoria y tiembla como si tocara escarcha. Las novelas de Salgari se le trepan a la cabeza. ¿Estaré en el país de los indios? Mira al cochero, este impasible, sereno, imbuido en andrajos dirige con la mayor sangre fría su cáscara de nuez que salta de aquí para allá como una pelota.

Veinte perros, Villa Nueva como Constantinopla, cultiva con entusiasmo esta clase de mamíferos, le salen al encuentro, son flacos, transparentes, parecen contemplados a través de los rayos “X”. No torean fuerte, ladran lánguidamente, al torear mascan el aire. El viajero deja de temer. Los canes con su forzada educación lo han convencido.

Villa Nueva ha soportado muchas injurias, su vía crucis tiene más de 14 estaciones. No se registran en los diccionarios de todas las lenguas, palabras soeces que no se las hayan arrojado con soberano desprecio. ¡Rabo de la República!

La naturaleza se ha mostrado muchas veces huraña con ella, vientos formidables la han zamarreado de su pollerita de percal dejándola desnuda y avergonzada. El río que la adoraba con ternura de soltero, que la besaba todos los días, que le cantaba arrobadoras serenatas, pintándole cielos estrellados se encolerizó con ella. Los celos lo hicieron hincharse, rabiar, rugir, blasfemar. Y tanto rabió que fuera de sí, se lanzó sobre la infortunada aprisionándola con sus aguas gredosas.

¿Sufrieron mucho?

Doña Fidela, de las vecinas más antiguas responde a mis preguntas.

¿Si sufrimos?

En sus ojos adivino la tragedia. Veo flotar debajo de sus pestañas colchones, baúles, catres, mesas. Y veo ¡sabe Dios cuántas cosas han visto esos ojos! Manos crispadas que se alargan clamando por auxilio, criaturitas espantadas, madres despavoridas, visiones miguelangelescas de su nuevo y terrible diluvio.

Cuando las aguas bajaron, Villa Nueva no era la misma, era otra. No era más nueva, era vieja, quedó ajada, marchita, fea. Desde entonces comenzó el éxodo de los nativos, ahora todos le huían, el amor de antes se había trocado en odio furibundo, muchas casas quedaron si dueños y la era de los vejámenes surgió de sus calles enlodadas.

 

Villa Nueva del Rosario

Fundemos un pueblo. Y de las palabras pasaron a los hechos. Don Juan Bautista Carranza, hombre dinámico, donó el terreno para su asiento. El asiento. El gobernador, uno de los Reinafé, no accedió a la petición elevada por Carranza. Se necesita más terreno, repuso en una carta, un pueblo no debe ser un hormiguero.

Carranza, con las tres carabelas de Cristóbal Colón en el pecho marchó a Córdoba. Habló con el gobernador. Le enseñó planos, le trazó mil castillos en el aire. Aquí hacemos una plaza con árboles y fuente, en esta manzana levantaremos una magnífica iglesia, allá un colegio.

Expuso con tanto acierto su proyecto que las arcas provinciales, como la mágica piedra de las “mil y una noches”, se abrieron generosamente. Por un decreto fechado poco después y cuyo original se encuentra en el archivo de gobierno.

Reinafé ordenaba la adquisición de todos los terrenos colindantes con el cedido por Carranza para la elección de Villa Nueva.

El agrimensor Ramón Roldan a pedido de algunos vecinos, tiró líneas necesarias para la mejor distribución de los solares.

La fundamental colocose el día 4 de octubre de 1834 bajo el patrocinio de la Virgen del Rosario… (fragmento del recorte original).