Radicado hace 25 años en el Véneto, el físico y muralista santafesino Bernardo Molinas pasó por Villa María. Junto a su colega, la restauradora cordobesa Marcela Mammana, dieron una charla en el museo sobre nanotecnología italiana aplicada a la restauración de frescos. Se trata de una moderna técnica florentina para que los murales perduren en el tiempo. El especialista se refirió a la obra de Fernando Bonfiglioli, “el último gran fresquista cuya obra aún no conocía”
Una vez más los reúne una iglesia y un artista. Como hace dos años en Unquillo, cuando Marcela comenzó los trabajos de restauración en la Capilla Buffo y Bernardo le escribió. Especialista en fresquistas italianos, se había enterado de que la restauración estaba a punto de ser “fijada” y quería ofrecerle “el mejor producto del mundo”; una “nanocal” que prometía resultados sorprendentes: la luz y el color fijados “casi” para siempre.
“La nanocal es un orgullo italiano y fue patentada en la Universidad de Florencia por Rodorico Giorgi y Piero Baglioni, ambos amigos personales -comenta Bernardo-. Los alemanes, que suelen estar en la punta tecnológica, utilizan una suerte de barniz de polímero, que al ser un procedimiento orgánico, no dura más de 20 ó 30 años. En cambio, los materiales inorgánicos como la nanocal, pueden hacer que un trabajo perdure varios siglos, como pasó con los frescos de Pompeya”.
Quien dice todo esto es una verdadera autoridad en la materia. Y es que Bernardo, doctor en Física por la Universidad de La Plata, se graduó precisamente en esa especialidad. Y desde 1991 trabaja para la petrolera más importante de Italia, la ENI (ex-Agip), y se dedica a traspasar sus conocimientos de “materiales” del mundo físico aplicados a la preservación de la cuasievanescente pintura mural.
La charla con Bernardo y Marcela, previa a la del viernes pasado en el museo, tiene lugar en la nave central de Los Trinitarios, la última capilla pintada por Fernando Bonfiglioli antes de su muerte en 1962. Por eso es que, mientras habla, Bernardo no deja de mirar (como si persiguiera el vuelo de algún pájaro en las alturas) la cúpula con los cuatro evangelistas, las guardas de las arcadas o el “Rescate de la Sagrada Imagen de Jesús”, un cuadro emblemático que, según Marcela, “necesita un restauro urgente”.
Mammana, que ya le volvió la vida a varios frescos de la Catedral local, agrega que “Bernardo vino especialmente a Villa María para ver los murales de Bonfiglioli”. Y el santafesino que se consagra en cuerpo y alma a la obra de Tiépolo, no lo desmiente. “Marcela tiene toda la razón porque Bonfiglioli es el último gran fresquista cuya obra aún no había conocido”.
–¿Cómo que no lo conocías?
-Es así. Porque cuando doy cursos de muralistas italianos, siempre digo en broma que “a los grandes muralistas italianos ya los vi todos”. Pero faltándome Bonfiglioli, me faltaba lo que allá se dice un “pesce grosso”, un “pez gordo”…
–Pero Bonfiglioli no era italiano…
-Por sangre sí lo era. Y en Italia eso es lo que importa. Por eso aclaro que cuando hablo de “artistas italianos” no hablo sólo de los nacidos, sino también de los hijos de italianos en el mundo, como los grandísimos artistas que tuvimos acá en Argentina. Yo había visto a Juan Cingolani y Francisco Marinaro en Santa Fe; a Raúl Soldi en Glew; a Lino Spilimbergo, Juan Carlos Castagnino y Antonio Berni. Y, sinceramente, creí que los había visto todos. Pero cuando Marcela me habló de Bonfiglioli y me mostró las fotos de esta capilla, no lo podía creer. Por eso vine.
–¿Qué te hizo pensar que estabas frente a un gran muralista?
-Primero que nada el trazo. Porque Bonfiglioli tiene el trazo seguro y poderoso de los grandes maestros. Y también su fanatismo casi enfermizo por la cultura italiana. Es obvio que a diferencia de un muralista europeo, a Bonfiglioli le falta prensa. Pienso que su obra debería ser mucho más difundida en el país, sobre todo por la televisión. En Italia hay muchísimos programas que hacen que vayas a visitar los lugares donde hay frescos. También tendrían que darle más espacio a Bonfiglioli en las escuelas y traer a los chicos.
-¿Qué condiciones hay que tener para ser un buen fresquista?
-Además de talento, muchísima paciencia y capacidad de trabajo. Porque tenés que pintar mientras la cal y la arena aún están frescas. Eso te exige que seas muy seguro en la línea porque si te equivocas no podés borrar ni agregar nada al otro día. Si algo te salió mal, tenés que tirar el pedazo abajo y rehacerlo.
–Además de físico, pintás murales. ¿No pintás en caballete?
-Sí, y justamente vengo de hacer una muestra. Pero muchos amigos me han dicho que deje el fresco porque eso me frenaba como pintor. Yo sé que el mural es una técnica que va contra la corriente, pero es mi pasión. Giorgio Vasari, en su fabuloso libro de los muralistas escrito en el Renacimiento, hace un elogio del fresco. Y dice que “el fresquista hace en un solo día y sin equivocarse lo que un pintor de caballete hace en varios días y retocando”. Y tiene razón.
–¿Fuiste a ver la restauración de Marcela en Unquillo?
-Sí. De hecho, en esa capilla nos conocimos. Marcela hizo un trabajo fabuloso y esa capilla es una obra de arte, no sólo en lo que refiere a frescos, sino también arquitectura, astronomía y diseño. Es una maravilla.
Un viaje personal a través del color
–Entonces, Marcela, ¿utilizaste en Buffo la nanocal de Bernardo?
-Sí, claro. ¡Pero no fue nada fácil! Es que los murales de Buffo no son todos frescos, sino que hay partes pintadas en seco, como los azules. Y tuvimos que hacer muchas pruebas de ensayo-error. Cuando la aplicábamos con papel japonés, se nos diluía el color. Finalmente pensamos en vaporizarlo. Y al ponerlo en un spray nos funcionó. En eso fuimos pioneros. Pero nos faltaban 50 litros más, todo un presupuesto. Por suerte nos ayudó la Dirección de Cultura de Córdoba y un empresario privado, Rodolfo Leone. Fue el primer patrimonio cultural del país consolidado con nanopartículas.
–Antes de Buffo habías restaurado los frescos de Bonfiglioli en la Catedral. ¿Encontraste elementos en común entre ambos pintores?
-¡Justamente los azules! Ese azul fascinante, casi infinito de Buffo en el cielo estrellado, también estaba en los cielos angélicos de Fernando, no sólo en la Catedral, sino también en Los Trinitarios, que para mí es su obra maestra. Y es natural que haya sido así porque ambos se conocieron y se pasaron muchas recetas. ¡Con decirte que a los dos se les arruinó el mismo color varias veces! (risas) Nella contaba que en uno de los murales, Buffo le pidió a Bonfiglioli si podía retratarla, pero él no quiso. ¡Su hija era su musa exclusiva y tenía celos de los otros pintores!
–¿Por qué pensás que Los Trinitarios es su obra maestra?
-Porque acá utilizó un montón de técnicas, materiales y motivos. Pintó con huevo, con óleo, con caseína… Es como si hubiese puesto todo su amor y sabiduría en esta capilla. Si vos te fijás en el vía crucis, por ejemplo, vas a ver que cada cuadrito es una pequeña obra maestra. Hay un nivel de detalle impresionante. Nella solía decirme que tenía celos de esta capilla porque “le robaba a su padre”. Y yo creo que no podés pintar todo esto sin dejar un poco de tu vida aquí.
-Sin embargo, la obra de Bonfiglioli no es muy conocida en el país.
-¡Ni siquiera en Córdoba es muy conocida! Pero el año pasado, cuando traje a Omar Demarchi, que es quien controla las obras de arte que son patrimonio de la provincia, se quedó helado. Apenas entró a Los Trinitarios, me dijo: “¡Esto se tiene que declarar de interés cultural de manera urgente!”. Si Bonfiglioli hubiera pintado esto mismo en Buenos Aires o en Italia, hoy sería estudiado en el mundo.
Blue Velvet
Una vez más los reúne una iglesia y un artista. Hace dos años fue una capilla serrana pintada por Buffo. Ahora es una capilla urbana enclavada en medio de la pampa gringa y pintada por Bonfiglioli. También los une Italia, donde Marcela se formó como restauradora y Bernardo se instaló hace ya 25 años. Y los frescos y las técnicas y la nanocal y el patrimonio artístico de una ciudad. Y entonces los retrato a los dos en la puerta de los Trinitarios, abrazados, como si salieran de una misa. “La gente que pasa va a pensar que nos estamos casando.
¡Qué matrimonio más pobre!”, dice Bernardo, y los dos se ríen. Arriba y casi como un homenaje a Fernando Bonfiglioli, las nubes se han disipado y el cielo se ha vuelto como una cúpula pintada de un azul profundo.
Un azul de terciopelo casi infinito donde parpadean las primeras estrellas de la tarde.
Iván Wielikosielek