El próximo 13 de diciembre, la creadora de las riquísimas pastas cumplirá los años y hará una gran fiesta para todos sus seres queridos
María Luisa Corbo está por cumplir 100 años, pero no los aparenta: “Estoy muy contenta y muy feliz porque mi hija Silvia me cuida mucho”. Luisa está lúcida, con una memoria envidiable, que según ella conserva porque nunca dejó de trabajar, siempre se mantuvo activa y esa es su clave para llegar sana a esta edad: “Pido a Dios vivir unos años más como estoy ahora, sana”, le dijo a EL DIARIO en una hermosa charla donde rememoró su infancia y sus comienzos en el negocio de las pastas.
“Para mí los fideos son un amor. Los domingos me vengo con mi hija a comer mi plato preferido, tanto anchos como finos, como sea, con crema o salsa. Con crema buena me gustan muchísimo”, cuenta y dice que prefiere estas pastas antes que los ravioles, aunque todo le gusta.
María Luisa tiene dos hijos, Silvia y Eduardo, que hoy siguen el negocio familiar.
Recuerdos de la infancia
En 1928, cuando tenía 12 años, se produjo un gran ciclón en nuestra por entonces pequeña localidad y Luisa recuerda cómo volaron hasta las vacas: “A las casas se les volaron todos los techos, mató a mucha gente. Yo vivía en el campo en esa época, cerca de Villa María, y fue un susto muy grande. Desde la tarde temprano se puso todo negro, veía la tormenta feísima que venía del sur. Empezamos a cerrar bien las puertas y ventanas, pero lo mismo tuvimos miedo, tembló todo”, cuenta sobre ese día.
“Las vacas cortaron los alambres y se refugiaron en nuestra casa, nos voltearon todo el jardín. A una vaca la voló el viento y llegó hasta la casa de un vecino. Nunca más vi un viento tan pero tan fuerte”, detalla Luisa, dando cuenta de su increíble memoria.
De chica, también jugaba con sus cuatro hermanos cazando langostas: “Me gustó mucho mi época en el campo”. Pero después también disfrutó cuando se mudó a la ciudad.
Nacida en 1916, recuerda cuando iba a comprar al Mercado Colón, ubicado en lo que hoy conocemos como la plaza Centenario: “Me gustaba comprar frutas, y mire cómo son las cosas, la abuela del que después fue mi esposo tenía un puesto ahí y trabajaban todos, pero él era muy chico en ese momento”. Luisa llama hoy al lugar “mi plaza”, y se emociona al recordar que ahí conoció a Orlando, amor de su vida y padre de sus hijos, hoy fallecido.
Sus comienzos con las pastas
“Cuando vine de Tucumán vivimos ahí con mi marido unos años, traje la idea de que iba a poner un negocio. Mi esposo no quería, porque era mucho trabajo, pero lo puse igual”, nos contó.
Al principio todo era a mano, amasaba los tallarines, los ravioles, con una Pastalinda chiquita, que hoy todavía conserva: “Empecé con dos clientes, uno llevó fideos y el otro ravioles en la primer semana, el boca a boca fue llegando y se formó una clientela muy linda. Dos años trabajé así, a mano, éramos sólo cuatro al principio. Mi esposo, yo y dos señoras que me ayudaban”. Tanto trabajo dio sus frutos y unos años después pudieron instalar la conocida fábrica.
Ampliando el negocio
Un día llegó la hora de comprar las máquinas: “Mi esposo no quería de nuevo, pero hace 48 años que las tengo y siguen funcionando. Estoy orgullosa por eso y porque mis hijos siguieron el negocio”.
“Hemos llegado a hacer 800 kilos de ravioles y para el Centro Vasco una vez hicimos 70 kilos de capelettis, uno por uno, trabajamos mucho para ese día. Pusimos más gente a trabajar, pero no parábamos en todo el día”, nos cuenta.
“Esa noche me aplaudieron, escuche cómo todos aplaudían, fue una satisfacción muy grande”, cuenta y se vuelve a emocionar con el recuerdo de los gritos “¡Vivan los capelettis de Corbo!” y aclara: “De alegría también se llora”.
Esta luchadora mujer siempre manejó las peligrosas máquinas de la fábrica, de entrada se animó: “Cuando llegaron las máquinas iban a mandar una persona para que nos enseñe a usarlas y cuando las colocaron preguntaron ‘¿y ahora quién las maneja?’ y al instante contesté: ‘yo las voy a manejar’”.
Luisa fue muy luchadora toda su vida, trabajó hasta pasados los 80 años y cuando se retiró se dedicó a cuidar a sus nietos.
“Agradezco a todos mis amigos, vecinos, ellos fueron lo que me ayudaron a levantar el negocio. Hay que llevarse bien con toda la gente, los atendí siempre bien, con cariño y con amor, que es lo más grande. Cuando me vaya de este mundo me voy con la conciencia tranquila, con las manos limpias y contenta porque trabajar siempre me dio frutos”, quiso decirles a todos los que la acompañaron en su primer centenario de vida.