Por el Peregrino Impertinente
El asado, las empanadas, el perro del vecino a las finas hierbas. Delicias tradicionales y tan loadas de nuestra gastronomía criolla que, sin embargo, en otras latitudes no mueven ni un pelo. Es el caso de Suecia, o mejor dicho, de los suecos, para quienes el verdadero manjar se resume en un nombre claro y sencillo: Surströmming.
En rigor, el término viene a traducirse al castellano como arenque fermentado, y al lunfardo gaucho y matrero como “No me como eso ni aunque me amenace un terrorista checheno con una AK-47”. Pero antes de seguir, habría que aclarar qué es el arenque. Pues bien, se trata de un pececito que habita el Mar Báltico, donde hace más frío que en la placita cuando juega Alumni.
Resulta fundamental conocer ese dato (no el del frío, si no el del pescado “¿alguien me llamo?”, dice cierto tipo de apellido Romero, quien hace como siete inexplicables años que es el arquero de la selección). Fundamental, decíamos, toda vez que es ese animalito el causante del principal problema del plato en cuestión: el olor.
Lo que no dice la publicidad, es que lo primero que nota el comensal al abrir una lata de Surströmming es un fétido y repugnante aroma. Sí, es el arenque, que se pasó varios meses fermentado adentro del recipiente, antes que el sueco promedio lo libere, se fume el hedor y se lastre al escamoso bicho con enigmático placer.
Pero eso no es lo peor. A la hora del tentempié, los habitantes del país escandinavo suelen engullir el Surströmming de la mano de un pan azucarado llamado tunnbröd, papas hervidas, cebolla y crema agria. Todo, acompañado de cerveza, aguardiente o incluso leche. La salida de semejante baile, mejor dejarla en misterios.