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“Atilio” mi amigo fiel

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“Atilio” mi amigo fiel

P18-f1Atilio querido, hace tres meses que te fuiste y todavía no puedo creerlo. ¿Por qué no asumo tu partida? Porque me entregaste amor constante durante 15 años y medio. No eras de raza, pero para mí eras el perro más lindo del mundo y, obviamente, el mejor de todos.

De chiquito, como todo perrito, hiciste tus buenas travesuras. No podíamos dejar nada a tu alcance porque, en tu afán de jugar constantemente, todo lo rompías.

Nunca me voy a olvidar el día que volviste a casa luego de un mes de ausencia. Una familia amiga te cuidó durante ese tiempo porque con mis padres y mi hermano habíamos tenido la suerte de hacer un viaje al exterior. Cuando fueron a buscarte para que vuelvas a tu hogar, al llegar nos oliste un poco a cada uno, nos miraste con notable cara de ofendido y te fuiste derecho a acostar debajo de mi cama, lugar del cual no saliste por varias horas. No había nada que te hiciera salir de allí, ni siquiera el “vamos a hacer pis” que tanto te alegraba porque sabías que te ibas a la vereda a jugar con otros perros.

Ahí comencé a entender lo que significábamos para vos. Te molestó tanto que nos hayamos ido sin vos que decidiste castigarnos con la indiferencia. Dicen que la indiferencia mata al hombre y realmente al verte así nos pusimos algo tristones.

Pero los días pasaron y afortunadamente volviste a ser el mismo de siempre, ese “pichicho” que a cada integrante de la familia le hacía una gran fiesta cada vez que llegábamos a casa luego de trabajar o de ir a la escuela.

El tiempo pasó y vos seguiste siendo incondicional. Debo reconocer que durante un tiempo, por andar ocupándome de cosas que no valían la pena, me olvidé de vos, pero eso a vos nada te importó. Cada vez que fui a buscar tu cariño, respondiste de la misma manera. Tu incondicionalidad hacia mí nunca cambió.

Pero claro, los humanos somos así. Empezamos a valorar más cada cosa cuando comenzamos a darnos cuenta que podemos perderla. En el último año tu salud comenzó a deteriorarse notablemente. Primero fue tu vista, después tus huesos, siguieron tus riñones y al último tu sistema digestivo.

Ya estabas muy viejito, te costaba caminar, comer y hasta tomar agua. Parece mentira, pero aguantaste lo más posible para que mis viejos, esos que siempre estuvieron y nunca se borraron como lo hice yo, no tuvieran que estar al momento de tu partida.

Ellos se fueron de vacaciones y vos bajaste los brazos. Hice todo lo posible para levantarte, pero cuando observé que ya no querías comer ni beber agua me di cuenta que lo que nunca imaginé estaba por pasar.

Te fuiste para el cielo de los “coludos” y, a pesar de que bien claro tengo de que fue por tu bien porque dejaste de sufrir,  eso me generó una gran tristeza. Pero tu paso por mi vida no fue en vano, me enseñaste algo que nunca voy a perder: saber amar a un perro.

Aunque me hubiese gustado que fueran muchos más, gracias Atilio querido por tantos años de amor incondicional. Nunca te voy a olvidar…

F. G.