El sábado 30 de abril de 1977 un grupo de sólo 14 mujeres realizó la primera concentración en la Plaza de Mayo para reclamar por sus hijos y nietos desaparecidos durante la dictadura cívico-militar instaurada el 24 de marzo del año anterior.
Allí estaban Azucena Villaflor, Berta Braverman, Haydée García Buela, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard, Cándida Gard, Delicia González, Pepa Noia, Mirta Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, una mujer de apellido De Caimi y una joven que no dio su nombre.
Como eran tan pocas, decidieron volver el viernes siguiente. Después, una de las integrantes del grupo avisó, como atajándose de los malos augurios: “Viernes es día de brujas”. Y a la semana siguiente empezaron a encontrarse los jueves, el día que nunca más abandonarían.
A medida que pasaban las semanas, la Policía empezó a desconfiar. El Estado de sitio dispuesto por el Gobierno impedía cualquier reunión de tres personas o más, por ser potencialmente “subversivas”.
Los efectivos policiales caminaban por los alrededores de “esas mujeres que hablaban y tejían en los asientos de la plaza”. Y como estaba prohibido reunirse, les exigieron que caminaran: “Circulen, circulen… no se pueden quedar acá”.
Ellas se pusieron a caminar alrededor del monumento a Belgrano, que está frente a la Casa Rosada, y lo hicieron en sentido contrario a las agujas del reloj, como rebelándose contra cada minuto sin sus hijos.
Así, cada jueves, cada semana, marchaban en las narices del Gobierno de facto y la plaza se fue convirtiendo en el territorio de las Madres.
Algunos periodistas extranjeros descubrieron esas raras vueltas y consultaron a los militares. Les contestaron que eran unas mujeres trastornadas, unas “madres locas” que andaban buscando a “gente que no está en ningún lado”.
Gran parte de la sociedad prefería no darse por enterada. La censura bloqueaba orejas, cerebros y corazones. Las “madres locas” eran las únicas que parecían cuerdas, tejiendo y circulando al revés que las agujas del reloj.
En octubre de 1977 se sumaron a la peregrinación a Luján, que congregaba a un millón de jóvenes. El problema era cómo encontrarse y reconocerse en la multitud.
Alguien propuso que todas se pusieran un pañuelo del mismo color. Lo del color era un problema, pero entonces una de las madres tuvo una ocurrencia: “¿Por qué no nos ponemos un pañal de nuestros hijos?”
Por entonces no existían los pañales descartables y la mayoría de las madres todavía guardaba los de tela, tal vez pensando en los nietos.
Frente a la Basílica reclamaron y rezaron por los desaparecidos. Todos los que estuvieron pudieron verlas identificadas con los pañales blancos en sus cabezas.
Poco después hubo una marcha de los organismos de Derechos Humanos que terminó con 300 personas detenidas, incluidos -por error- varios periodistas extranjeros.
Gracias a tanta “eficiencia”, el mundo empezaba a enterarse de lo que ocurría en la Argentina.
En la Comisaría, las Madres rezaban Padrenuestros y Avemarías y los policías no se atrevían a incomodar a mujeres tan devotas. Entre rezo y rezo, haciendo cruces, miraban a los uniformados, les decían “asesinos”, y seguían rezando.
En diciembre de 1977, Azucena Villaflor, María Eugenia Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga fueron secuestradas. A pesar de éste y otros intentos por silenciarlas, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo continuaron con su reclamo. Cada jueves, a las 15.30, reiteraron su reclamo en la plaza. Y hoy siguen marchando como aquel primer 30 de abril.
En la actualidad son símbolo de defensa de los Derechos Humanos en la región y el resto del mundo. Y tras 40 años de búsqueda, lograron recuperar 122 nietos.
Fuentes: “La historia de las Madres de Plaza de Mayo: érase una vez 14 mujeres”, publicada en la revista “La vaca” el 30 de abril de 2007, y efemérides de la página web del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación