Inicio Suplementos El Diario Viajero Naturaleza y cultura en flor

Naturaleza y cultura en flor

0
Naturaleza y cultura en flor

La región subtropical ofrece unas postales soberbias, de ríos generosos y bosques amazónicos que se trepan a los cerros. La hoja de coca, un emblema de la identidad local

Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

En el bar, en la oficina, en el campo, en el colectivo. A toda hora y en todo lugar, la coca es protagonista del paisaje boliviano, el rural y el urbano. Una hoja con poderosas propiedades que ya los nativos mascaban en su andar errante hace varios milenios, igual que los esclavos sometidos al yugo colonial (y que así y sólo así podían soportar el hambre, la sed y el cansancio extremo), igual que los paisanos que en pleno Siglo XXI se llenan los cachetes de verde y dan vida a una de las costumbres más arraigadas de la nación del altiplano.

La mayor parte del sagrado producto (lo era para los indígenas, consta en los rituales, lo es para el ciudadano actual, consta en el día a día) se siembra, se cuida y se cosecha en el Chapare. Una región que es famosa justamente por ello y que, además, aloja maravillosas postales de bosques tropicales trepados a los cerros, bañados por generosos ríos, protegidos por gente noble, humilde y sabia.

 

Tradición de los trópicos

El meollo del asunto radica en Villa Tunari, unos 160 kilómetros al oeste de Cochabamba. La localidad más turística de la zona es la que más goza del entorno que marcan las palmeras, el follaje recontra verdoso, las neblinas épicas, las montañas que se extienden suaves, los cursos de agua anchos y supremos.

A simple vista el pueblo no dice mucho. Callecitas de tierra que se pierden entre lianas y arboledas del rededor, pobreza digna, movimiento escaso. Sin embargo, el visitante atento sabrá disfrutar de lo realmente indispensable del lugar. La cultura de antiguos orígenes de sus habitantes, muy viva y muy admirable, y las ya citadas pinturas de la naturaleza.

Del primer caso dan cuenta los seis mil habitantes (contando los campesinos, un buen porcentaje del total) que discurren en ropas tradicionales (sobre todo las mujeres, sus polleras, sus suéteres multicolores, su bombín, sus hijos colgados a la espalda). Son los que se reúnen en el mercado local a vender y comprar. Venga la hoja de coca, las verduras, las frutas tropicales (bananas por doquier), los suculentos peces recién saliditos del río (una delicia la trucha a la parrilla, acompañada de papa, yuca y el infaltable arroz). Son tímidos los gritos, salvo el de aquel hombre risueño que expresa orgulloso las bondades de sus jugos naturales de piña y papaya. “Del trópico del Chapare para el mundo”, clama, con voz de relator de fútbol. Un caso atípico en la calma quechua del lugar.

A la hora de explorar sirven los pies para salir a la ruta, que como en muchos pueblos de las sierras cordobesas hace las veces de avenida principal. Magnífico se presenta el entorno, las nubes siempre amigas que evidencian que en estas latitudes llueve cantidad. Por eso la espesura circundante, por eso lo abundante del río Chapare.

 

Parques y las aldeas de Evo

Cruzando el puente que deja agua abajo e impresionantes vistas por todos lados, aparece el Parque Machía. Un espacio protegido que entre senderos permite ver lo fecundo de la diversidad local. De la fauna hay que nombrar monos, tucanes, ciervos, halcones, perezosos, garzas, ardillas e incluso jaguares. Más alejado surge el Parque Nacional Carrasco, que potencia la oferta del Machía y exhibe casi tres mil especies de árboles y plantas.  

Tras la aventura y las caminatas por laderas exuberantes en bosques amazónicos subandinos y yungas, el viajero se interna en las aldeas de los alrededores. En plantaciones fecundas, donde un tal Evo Morales pasó buena parte de su juventud y adultez recogiendo hojas de coca. Hoy lo imitan otros miles de campesinos, mientras mascan, y engrandecen el legado ancestral.

RUTA alternativa – “Alfafor”

Por el Peregrino Impertinente

Clásicos de las sierras son el burrito, la peperina y el porteño que se agacha a sacarle fotos a un caballo mientras nosotros pensamos “patealo, zaino, patealo en la trucha”, porque somos unos seres despreciables.

Pero aún más emblemático que aquello es el alfajor. Golosina que regala placeres a manos llenas, desatando una fiesta de sabores en boca que por un momento nos hacen creer que la vida tiene algún sentido. Eso siempre y cuando uno no compre los marca “La Viejita Garca” que los paisanos venden en puestos de productos regionales con cara de “‘tán mortales”, y que en realidad tienen menos gracia que tirarle caños a un ciego.  

Lo cierto es que el también conocido como “alfafor” por niños y personas que sufrieron un derrame cerebral al ver que lo sacaban a Di María y lo ponían a Kranevitter, es una marca registrada de nuestra mediterránea provincia.

Sin embargo, y para sorpresa del personal, del Claro y del Movistar, el famoso postre no es una invención cordobesa y ni siquiera argentina. Fueron los árabes quienes le dieron origen, allá por el Siglo XIII, en la España musulmana. De acuerdo a algunos investigadores, su creador habría sido un tal Mohamed Al Al Al Alchist, también conocido en el barrio como “Tatín” o “Grandote negro”.

Lo importante, más allá del origen, es abrir la caja de alfajores serranos y experimentar deseos incontenibles y felices. Hasta que nos damos cuenta de que compramos de fruta y se los regalamos a la suegra, a sabiendas de que la vieja esa se lastra cualquier cosa.