Opinión – Licenciado y presbítero Alberto Bustamante
El delegado episcopal de la Pastoral Social Villa María, Alberto Bustamante, escribió especialmente para EL DIARIO un artículo sobre el trabajo. Enfatiza que “no pagar lo justo va en contra de Dios”
Mucha agua y convulsionadas aguas bajo el puente han pasado en los procesos históricos, políticos, sociales, económicos y en el impacto que la revolución científico-tecnológica-digital ha producido en el “mercado laboral”, desde aquella revuelta obrera en Chicago, exigiendo la reducción de la jornada laboral de 12 o 16 horas a 8 horas.
Revuelta obrera en la que fueron condenados a muerte cinco trabajadores sin tener pruebas en su contra, trabajadores conocidos como los “mártires de Chicago”, y que diera origen el 1 de mayo de 1889 al Día del Trabajador.
También mucha agua bajo el puente ha pasado desde que el Papa Pío XII en 1955 instituyera el 1 de mayo la fiesta San José Obrero, Patrono de los Trabajadores, donde pidió que “el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias” y “sea para todos los obreros del mundo especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo”.
Sin embargo, a pesar de la complejidad de los nuevos contextos y escenarios globales, regionales y nacionales que afectan a los procesos productivos y que se despliegan desde aquellas efemérides, la fe cristiana siempre quiere anunciar “el evangelio del trabajo” e insistir en la centralidad del trabajo como ordenador y pacificador de la vida personal, familiar y social. No hay ninguna posibililidad de desplegar un proyecto de vida sin trabajo. No hay paz social sin trabajo, no hay humanidad sin trabajo, la persona se destruye, se desmorona, sin trabajo.
“Si bien el trabajo es un instrumento productivo, un integrante indispensable para que la tierra sea para el hombre y se aproveche en todas sus potencialidades, es también, y sobre todo, un integrante de la estructura personal del hombre. El hombre necesita trabajar, no solo para producir, para hacer, para enriquecer. El hombre necesita trabajar porque si no lo hace no es feliz, sus energías se paralizan y se convierte para sí mismo en un frustrado y para la sociedad, en un parásito.
El hombre trabaja para sí y para la sociedad. Este le debe un salario justo, el necesario descanso, el respeto a los derechos familiares, el digno trato de su persona y de su obra.
El trabajo, considerado desde una sana doctrina social, es fuente de equilibrio y de progreso de un país. Sobreviene el desequilibrio cuando los que trabajan no son remunerados debidamente o cuando las fuentes de trabajo no son suficientes ni estables.
El trabajo no es fin en sí mismo. Por eso hace más plenamente feliz al hombre cuando “se llena de espíritu de servicio a los demás” (Iglesia y comunidad nacional 146)
“¡El trabajo nos da la dignidad! Quien trabaja es digno, tiene una dignidad especial, una dignidad de persona: el hombre y la mujer que trabajan son dignos. En cambio, los que no trabajan no tienen esta dignidad. Pero tantos son aquellos que quieren trabajar y no pueden. Esto es un peso para nuestra conciencia porque cuando la sociedad está organizada de tal modo que no todos tienen la posibilidad de trabajar, de estar unidos por la dignidad del trabajo, esa sociedad no va bien: ¡no es justa! Va contra el mismo Dios, que ha querido que nuestra dignidad comience desde aquí.
La dignidad no nos la da el poder, el dinero, la cultura, ¡no! ¡La dignidad nos la da el trabajo!”. Y un trabajo digno, porque hoy tantos sistemas sociales, políticos y económicos han hecho una elección que significa explotar a la persona.
No pagar lo justo, no dar trabajo, porque solo se ven los balances, los balances de la empresa; solo se ve cuánto provecho puedo sacar. ¡Esto va contra Dios! (Papa Francisco, homilía 1 de mayo 2013)
Las redes clientelistas de dádivas políticas que dinamitan la cultura del trabajo, la explotación, la falta de responsabilidad y de capacitación del obrero, el salario insuficiente, la timba financiera, la tecnocracia, el endiosamiento del mercado, el capitalismo global financiero, la economía sin ética, sin persona y sin pueblo, la falta de calidad educativa, siempre atentarán contra la posilidad de acceso al trabajo, contra las condiciones para la generación de fuentes empleo y contra la posibilidad de inclusión en “los nuevos paradigmas laborales.”
Es tal la complejidad del momento que si en nuestra Patria queremos transitar procesos que lleven al pleno empleo, para no quedar en una retórica vacía de enunciados abstractos que nunca se hacen realidad se requiere un gran acuerdo político y social entre todos los sectores para definir un proyecto de país que en diálogo e integración con el mundo y con Latinoamérica genere las condiciones para las posibilidades de acceder al trabajo digno.
“Para ello debemos privilegiar el tiempo al espacio, el todo a la parte, la realidad a la idea abstracta y la unidad al conflicto… Es una ocasión propicia para la reflexión, para la elaboración y acuerdo entre todos de un nuevo proyecto histórico de Nación, para que vivamos como ciudadanos en un pueblo más justo y solidario, más homogéneo e integrado, sin exclusiones ni confrontaciones agudas” (cardenal Jorge Bergoglio).
Para esto, el Estado tiene una gran responsabilidad, no puede mirar para otro lado ni dejar al arbitrio del mercado.
“El Estado como sujeto activo, eficaz y eficiente, como promotor y responsable primario del bien común, basado en los principios de subsidiariedad y solidaridad, tiene un rol fundamental e indelegable en la búsqueda del desarrollo integral, como articulador de intereses de los distintos sectores y actores sociales, fijando las reglas de juego que promuevan la cohesión social.
Nuestro pueblo sabe que la única salida es el camino silencioso, pero constante y firme. El de proyectos claros, previsibles, que exigen continuidad y compromiso con todos los actores de la sociedad y con todos los argentinos” (cardenal Jorge Bergoglio).
Quisiera culminar esta reflexión felicitando a todos los trabajadores en su día y pidiendo a San José Obrero que sostenga, consuele y acompañe a tantos hermanos nuestros que padecen el dolor, las heridas y la angustia de la desocupación y toque el corazón y la inteligencia de quienes tenemos la grave responsabilidad de encontrar caminos para generar la dignificación del trabajo.