Para muchos, desde el día que se marchó, las jornadas son más extensas y existen sillas vacías en infinitos lugares de reunión. El inconmensurable dolor que provocó su partida, el 18 de julio, impactó de manera muy especial en la Redacción de EL DIARIO. No dejó rincón sin una anécdota y en cada volteada de cabeza sigue siendo plausible encontrar su figura o escuchar su atabacada voz
Los días van pasando y cada vez se hace más palpable la imposibilidad del olvido. En las circunstancias cotidianas de los oficios que construyen un diario, la presencia de Raúl José se torna más concreta.
A quienes nos toca revisar los archivos vivimos la reconfortante posibilidad de encontrarnos con innumerables artículos escritos por Raúl a lo largo de su extensa vida laboral como periodista. En algunos casos se trata de relecturas, en otros llegamos a esas letras con ojos de recienvenidos. Ante sus textos, siempre nos pasa lo mismo: luego de leerlos, tenemos la necesidad de comentarlos con otros. Esa magia viene de una escritura sin pomposidad y con tanta disposición a la lógica como a lo emotivo.
Esta combinación, aunada a las firmes opiniones en temas de trascendencia, lleva a que, como lectores, sintamos coincidencia con su manera de pensar, dando así inicio a una conversación con el texto. Todo eso es gracias a un prolijo trabajo con la palabra, una laboriosidad dirigida a que el lector se sensibilice con el tema que trata el escrito.
En el Siglo XIX el novelista Gustave Flaubert escribió algo con lo que quizás Raúl José estaría de acuerdo. El autor de Madame Bovary dijo «la palabra humana es como una cacerola abollada sobre la que tamborileamos melodías para hacer bailar a los osos, aunque en verdad anhelamos enternecer con ellas a los astros». Desde el modesto oficio de periodista, Raúl hizo bailar osos y enterneció astros. Algo que podemos comprobar cuando lo leemos en sus comprometidas columnas.
Para esta ocasión elegimos dos notas publicada por EL DIARIO en julio de 1987. Resulta interesante leerlas 29 años después, que montadas en el papel, recorrieran la geografía de nuestra zona. La elección de las notas podría haber recaído en otras, pero la opción por éstas fue a partir de que muestran, de manera clara, la opinión comprometida de Raúl José, como también la coherencia de su posición ante ciertos temas.
En una de las notas señala la importancia de la opinión en la actividad periodística. Es así que escribió: “La opinión es la base del alma periodística; es el sustento de la vocación y de la profesión. Un medio de prensa que no la tenga mostrará su cuerpo, pero no su corazón; estará vacío. Un periodista que no la exponga no será periodista, sino un simple comunicador”. Tiene claro que la “la opinión genera polémica, malestar…”, pero no por ello debe dejársela a un costado, Raúl señala que la misma “debe tener fundamentos y estar despojada de toda pasión. Debe ser absolutamente objetiva en sus líneas generales para poder vertirla en cualquier rama del árbol de la verdad”.
Defiende la posibilidad del periodista de criticar, dice: «Existen aún ciertas costumbres, en esta ciudad, de observar al periodista como un ajeno que no tiene derecho a meterse. Tal vez, y como paradoja, ello ocurre por falta de costumbre. Pero es importante saber que el periodista tiene la obligación que le impone su vocación y su profesión de meterse en casos y problemas que tengan relación pública con su comunidad…”. La nota cierra con una frase que resume de manera precisa lo expuesto en el artículo: «Siempre habrá opinión cuando se escriba. Si algún paréntesis abierto la aleja temporalmente, seguramente se cerrará para volverla a tener como el más imprescindible órgano de un periodista. Como el alma de la profesión”.
La otra nota que recordamos de ese periodista con clara opinión que fue Raúl José se titula “Dictadura, política y deportes” y se refiere a acontecimientos que se dieron cuando en nuestro país, durante 1987, se jugó la Copa América.
El escrito inicia diciendo “El dictador Gobierno de Chile le pidió al argentino (entidades deportivas de por medio) que privara a los aficionados trasandinos de portar carteles con leyendas políticas, queriendo que la democracia le quite a la gente el derecho legítimo a expresarse en libertad y, más aún, pacíficamente».
Luego, denuncia la censurable actitud de Pinochet que despidió a 11 funcionarios de la televisión chilena encargados del control de las transmisiones deportivas porque se había mostrado un cartel que decía “Pinochet asesino del pueblo” durante el partido entre los seleccionados de Chile y Colombia. En su nota Raúl celebra que el pedido chileno, realizado por intermedio de la Asociación Central de Fútbol de Chile, no tuviera éxito durante la final entre Uruguay y el equipo trasandino y se “observaron varias banderas con distintas consignas contrarias al régimen de facto de Pinochet, aunque no tan tomadas como las de la semana pasada por la televisión”.
En el artículo, Raúl sigue tamborileando con el golpeteo de palabras y pregunta “si un peronista despliega un cartel con ‘Cafiero gobernador’, como una expresión de anhelo para las elecciones de septiembre, ¿por qué un chileno no puede mostrar su impotencia en un país muy cercano al suyo, pero libre?”. Inmediatamente pasa a señalar que las cámaras no mostraron lo suficiente y recuerda: “Y pensar que hace nueve años, cuando el Mundial del 78, había argentinos que en el extranjero tenían la misma impotencia. Aquí eran repudiados y un eslogan decía que éramos “derechos y humanos”.
En su escritura, Raúl José se “ensucia” las manos, se compromete, hace saber su opinión con claridad, interroga al lector, ofrece comparaciones y trata de despertar reflexiones. Resulta interesante leer este material a casi 30 años de escrito, pues también permite observar la coherencia y honestidad de las posiciones mantenidas a lo largo de su vida.
Aquí deberíamos darle un cierre a esta nota, pero en realidad la dejamos inconclusa, pasa que desde el archivo nos llama el tamborileo melodioso de tantas notas de Raúl que aún tenemos que revisitar.