La capital de Aotearoa es para muchos la ciudad más linda e interesante de Oceanía. El espléndido Waterfront, entorno montañoso, sutil estilo británico e intensa vida cultural
Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO
Capital cultural y bohemia:
Además de capital nacional, Wellington es la cabecera de Nueva Zelanda en términos de cultura. Una ciudad en la que el viajero respira arte, creación y bohemia a cada paso. Universo donde es fácil encontrar galerías de arte, museos (con el célebre Te Papa Tongarewa de emblema), teatros y eventos culturales de todo tipo, consecuencia de la gran cantidad de escuelas e institutos dedicados al cine, la música, la pintura, la actuación y demás etcéteras.
Aquella semblanza se torna transparente e inequívoca en el paseo por las zonas de Cuba y Courtenay, distritos con arterias en las que si no hay un bar, hay un café, y si no un restaurante, y si no un local de ropa alternativa, y si no una librería. Lejos de presentar credenciales de “Gueto”, al área se la considera el corazón de la metrópoli.
Orgullo Maorí
Y si hablamos de cultura, hablamos de maoríes. Civilización indestructible que pobló el país cuando sólo había naturaleza, y que resistió a los ingleses, quienes al verse incapaces de vencer a con las armas, engañaron con la pluma.
A diferencia de lo que ocurre en las urbes del centro de la isla norte, en Wellington (situada al sur de esa misma isla), hay que buscar un poco más para hallar el carácter de esta raza fascinante. Además de la charla con los propios maoríes (que suelen realizar los trabajos menos “calificados” en supermercados y tiendas), el encuentro se produce en la “Marae” local (especie de templo para los inventores del “haka”), y sobre todo en el ya citado Te Papa Tongarewa. El museo, sin dudas uno de los más completos, interesantes y divertidos del mundo, dedica una muy buena parte de sus enormes instalaciones a los primeros habitantes de Aotearoa (en maorí, “el país de la gran nube blanca”).
La costanera o Waterfront
El Te Papa se alza en los bordes del Waterfront, la zona céntrica de la Bahía de Wellington. Alma y esencia de la ciudad, la “costanera” marca el encuentro con las vecindades del Mar de Tasmania, que convive pacífica y hermosamente con la urbanidad.
Realmente inspirador resulta caminar en los bordes del agua, de la mano de una arquitectura que combina a la perfección con el entorno marítimo. En ese sentido, hay que destacar lugares como la estación de ferris (que conecta en viajes diarios con la isla sur), el puerto comercial, el Museo de Wellington, la Academia de Finas Artes de Nueva Zelanda, el Circa Theatre, Freiberg Pool y cantidad de esculturas que perfuman el recorrido.
Más bahías, cerros y un “Señor de los Anillos”:
Waterfront es apenas el punto inicial para descubrir las maravillas naturales que la segunda metrópoli del país tiene para ofrecer. Muy completo resulta el portfolio, toda vez que Wellington nació en un entorno repleto de cerros y mar. Múltiples bahías se reparten por los alrededores, con diversidad de playas (las más concurridas son las de Oriental Bay y las de Scorching Bay) y montañas.
Respecto a este último apartado sobresale el Mount Victoria. Cerquita del centro, la mole boscosa regala en su cima impresionantes panorámicas de la urbanidad y alrededores. El monte es conocido además por haber sido uno de las tantas locaciones elegidas por el director local Peter Jackson para el rodaje de “El Señor de los Anillos”.
Emblemas arquitectónicos
Lambton se diferencia de Cuba y Courtenay por su marcado talante comercial y de negocios. Sin embargo, no ha perdido ese perfil elegante y señorial con el que el viajero se remonta a Gran Bretaña, la “madre patria” de los neozelandeses (o al menos los de mayoría blanca).
Ejemplo de ello son el general de los edificios, muchos de aires victorianos. Los imperdibles son el Parlamento de Nueva Zelanda (que ofrece tours gratuitos para conocer el interesante sistema político de la nación oceánica, y presenciar acalorados debates al estilo inglés), la Librería Nacional, la Catedral de Wellington y los Jardines Botánicos, a los que es posible acceder a través del famoso Cable Carril.
RUTA alternativa – Viejos lobos
Por el Peregrino Impertinente
No hay como Mar del Plata. Sus playas hasta las recontra manos de gente, sus aguas gélidas como corazón de funcionario municipal, sus tarifas súper accesibles para todo obrero (suizo)… El pueblo no se equivoca al elegirla masivamente cada verano. Porque el pueblo jamás se equivoca. “Ja, ja, ja, ja, ja”, tuiteó el Mauri.
Emblema de aquella “Cidade Maravillosa” de acuerdo con un brasileño que acaba de sufrir una trombosis cerebral, son las estatuas de los Lobos Marinos. Una obra de arte nacida en la década del 40, y a la que muchos confunden con el Monumento a “Hola Susana, te estamos llamando”, que todavía no se construyó por un tema de costos.
Las esculturas en cuestión fueron hechas por el artista argentino José Fioravanti, quien a diferencia de los que creen en teorías conspirativas, se inspiró en lobos marinos a la hora de realizar su trabajo más conocido “Mis musas fueron los sentires irredentos, las alquimias del espíritu, lo crepuscular de la existencia, pero fundamentalmente los lobos marinos”, comentó Fioravanti en su momento, para admiración de críticos de arte de todo el mundo.
Las réplicas rinden tributo a los queridos mamíferos, hasta mediados del siglo XIX habitantes de una inmensa lobería, hoy conocida como Mar del Plata. Las esculturas miden más de seis metros de alto y están ubicadas en plena rambla local. Allí acuden miles de turistas cada día, quienes se sacan fotos y reflexionan sobre lo particular de la obra: “Mirá que cabasho más raro, mirá”, dice uno de ellos, sin dar la más mínima pista acerca de su lugar de origen.