A partir de su muestra “Hilo de Ariadna” (Centro Cultural Leonardo Favio, año 2013) Gabriela Fontana es referente ineludible del “Surrealismo Pop” en la ciudad. Oriunda de Oliva, la artista sitúa la génesis de su imaginario en lejanas mañanas de su niñez, esas en que su madre, enfermera en la Colonia Vidal Abal, la llevaba con ella al trabajo
Hay una característica fascinante en la obra plástica de Gabriela Fontana; y es la irrupción de otros mundos en este mundo. O mejor dicho, la convivencia pacífica de varias “realidades” en un mismo plano de la percepción. Lo fabuloso de sus pinturas (amén de sus maravillosos aciertos técnicos y de la creación de una atmósfera única) es que dos ballenas pueden cargan sobre sus lomos el neuropsiquiátrico de Oliva nadando en el aire de un bosque; o un oso polar “muerto” puede hacer renacer de sus “costuras” (en el lomo, oh casualidad) bandadas de loritas australianas. Y todos esos elementos de universos disímiles fluyen en la tela con la misma naturalidad que vacas en un campo o naranjas en un frutero. Y es esta “coexistencia multidimensional” la que pone en tela de juicio el concepto mismo de “realidad” (palabra que sin comillas no quiere decir absolutamente nada, como escribió alguna vez Nabokov). Pero los óleos de Gabriela sacan todas las comillas a la palabra “realidad” y la abren en abanico al infinito. Y así, en esa tela ilimitada que es la dimensión espacio-tiempo, la realidad se vuelve plural. De hecho, se vuelve “todas las realidades” que puedan ser percibidas por el radar humano. La serie “Hilo de Ariadna” confirma que esos planos son muchos y que ahora mismo están sucediendo. Y, contra lo que dice el sentido común y todos los demás sentidos, “hay más cosas”. Sólo que no pueden ser captadas por todos y mucho menos en simultáneo. Sin embargo, en las pinturas de Gabriela todas esas dimensiones se funden en su paleta: el sueño y la vigilia, la imaginación y el deseo, la melancolía y el olvido. Y forman una misma panorámica en una ventana única por donde mirar al infinito; una postal donde convergen todas las posibilidades de este y otros mundos.
Encuentro cercano del tercer tipo con una artista pop
Fue en el año 2013 y visitando de manera fugaz una muestra de alumnos en el Leonardo Favio cuando di con los cuadros de Gabriela Fontana. Y por alguna razón nunca pude olvidarme de su oso polar dando a luz a bandadas de loras. Acaso porque esa imagen provenía ya no de un capricho estético personal sino de un lugar remoto del alma humana. Y ese lugar nos era común a todos; aunque lo habíamos olvidado como se olvidan los recuerdos de vidas pasadas, esas de las que tanto hablan los místicos. Recuerdo que leí el nombre de la artista en un cartelito (nombre que me era ilustremente desconocido) y que al poco rato me fui. Con el tiempo olvidé todo. El apellido de la artista, el nombre de la muestra, el año de la exposición y qué hacía yo esa tarde en el centro cultural. Lo que nunca pude olvidar fue aquella imagen del oso y las loras; y con ella el ritmo y el color de sus diez composiciones. Hasta que pocos días atrás y haciendo una nota en Bellas Artes, vi en una de las oficinas un cuadro colgado que, indudablemente, pertenecía a aquella serie. No me equivoqué en absoluto. Esos “snacks” con vida nadando en el aire del neuropsiquiátrico eran de Gabriela Fontana. Y entonces pregunté por la autora. “¿La querés entrevistar a Gaby? –me dijo una profe–. Trabaja precisamente en esa oficina. Venite a la tarde que la encontrás seguro”. Y eso hice.
A pesar de no conocerla en absoluto, Gabriela era como me la imaginaba: una persona más preocupada en expresar su interioridad que en mostrar su exterior, muy a pesar de su naturaleza femenina que clamaría a los gritos lo contrario. Cuando le conté mi historia con sus cuadros se rió pero al rato se puso seria, como esos niños que pasan en un segundo del juego al silencio. Y entonces me contó la génesis de aquel cuadro del oso polar, el concepto de “Hilo de Ariadna” y el nacimiento de su poética, que no es otra cosa que una continuación de su propia ontología. Escuchemos.
“Siempre tuve sueños muy fuertes; con muchísimos detalles y una nitidez sorprendente. Así que un día del año ´98 los empecé a escribir apenas me despertaba para dibujarlos después. Un día reuní todas las hojas escritas y vi que tenía un libro. Y entonces decidí sistematizarlos, poner todo en orden cronológico y armarlo para mí. Lo titulé “El libro rojo” y fue para mí como una bitácora de viaje. Muchas veces las historias soñadas no eran muy interesantes pero los personajes eran muy reales. Una vez soñé que iba en colectivo y me perdía. Entonces veo una oveja en el campo que a la vez era un arbusto. Un animal con cuerpo de arbusto que se daba vuelta y se comía a sí misma. Yo me bajaba del colectivo, la alzaba y ya no era más una oveja sino otro ser. Todos esos personajes estaban buenísimos para hacer una composición y, más adelante, una muestra”.
-Digamos que el “surrealismo” no fue una elección que hiciste de manera consciente ¿no es así?
-¡Claro que no! Al surrealismo lo tengo incorporado desde hace mucho. Tengo una experiencia que me marcó profundamente y es que, durante mi infancia, mi mamá trabajó de enfermera en la Colonia Vidal Abal de Oliva. Y me llevaba con los demás hijos de enfermeros. Y eso implicaba que nos pasáramos todas las mañanas en contacto con los internados. Y aunque no buscábamos interactuar, muchas veces lo hacíamos.
-¿Y cómo era esa experiencia?
-Era algo fuera de lo común en el verdadero sentido del término. No sólo la charla con ellos sino la escenografía en la que de pronto te veías envuelto. Una vez, un paciente decía un discurso político y gritaba: “¡Y hoy vamos a festejar el día de la primavera!” Y los otros lo aplaudían a rabiar. ¡Pero era pleno invierno y hacía dos grados como ahora! Otra vez, una mujer bailaba con una corona de flores como si estuviera en el Colón y estaba en el medio del pavimento, sola y sin música… Entonces vos ibas captando eso que era “irreal” o mejor dicho “surreal”; personas que teniendo los pies en este mundo tenían la cabeza y la imaginación en otro.
-¿La aceptación de que podían convivir varias realidades te hizo ser artista?
-Tal vez. Pero ojo que aquellos amigos míos no fueron artistas y sin embargo estuvieron muy marcados por la Colonia también. Esa experiencia que vivíamos cada día no la podías compartir con nadie, porque si la contabas por ahí, se te reían o no podían entender de qué hablabas. Y muchas veces, con el mundo de los sueños, pasa lo mismo.
-De hecho, tu serie “surrealista” está ambientada en la Colonia…
-Sí, claro. Por eso cuando estuve preparando la muestra volví allá para sacar fotos y hacer bocetos. Me interesaba reinventar aquel espacio físico pero desde el presente; al igual que algunas escenas que había anotado en el librito.
-¿Cómo se dibujan los sueños?
-Ilustrar un sueño no es una operación inconsciente. Es más bien todo lo contrario. Le tuve que poner mucha racionalidad a la composición, mucha búsqueda cromática, técnica y visual. Pensé mucho en cómo “bajar” esa información a la “realidad”. Mi idea era transformar esa materia prima en algo concreto y con un rigor compositivo en esta dimensión de cosas.
-¿Y lo conseguiste?
-Creo que sí. Pero tuve que hacer toda una investigación previa para inscribir esos dibujos dentro de un estilo; que era lo que nos pedía Malena Casasnovas, la profe de la materia “Producción”, que nos consiguió el espacio del Favio. Por cercanía estética tomé una corriente que tiene sus reglas y que es el “Surrealismo Pop”, nacido en los ´70 en Estados Unidos. De hecho, los personajes pequeños que dibujé en mis cuadros, provienen de ese imaginario. Pero luego, a pesar de la parte racional y académica, vi que había un hilo conductor que unía los cuadros con mis sueños y que llevaba al centro del laberinto. Y por eso le puse “Hilo de Ariadna”.
-¿Siempre le diste importancia a tus sueños?
-Desde que era chica. Es más, hice un año Psicología en Córdoba para entender mejor lo que me pasaba. Pero después dejé. En realidad, tenía más ganas de dibujar que de interpretar lo que soñaba. Este mundo es muy distinto al de los sueños. No es que no tenga sorpresa pero no te encontrás jamás una oveja en forma de arbusto. En los sueños, en cambio, podés volar, podés actuar como un animal o ser un animal. De hecho, una vez soñé que era un perro. A esas experiencias, si no las tenés al soñar ¿dónde las tenés?
-¿Nunca un psicólogo interpretó tus viajes?
-Nunca. Pero de mi paso por la facultad me acordé siempre de Carl Jung, discípulo de Freud. Él tiene un libro que se llama “El libro rojo” y ahí dice que para interpretar los sueños hay que dibujarlos. Por eso le puse “El libro rojo” a los apuntes donde encarpeté mis sueños para ilustrar después.
-El oso polar es uno de los mejores cuadros de tu exposición ¿Cómo nació?
-Es un sueño que tuve donde “El Tata Oso” revivía a las mascotas muertas. Ponía a las loritas verdes sobre la palma de una pata, la tapaba con la otra, y cuando la destapaba los pájaros salían volando. Pero no revivían en este mundo sino en otro. Porque aquel oso no era un ser vivo sino que existía en las puertas del inframundo. Y a pesar de estar muerto, de su cuerpo sale vida. Ramas verdes, loritas australianas volando enloquecidas…
Me quedo pensando en la última frase de Gabriela y me digo que acaso podría definir tanto su pintura como su apuesta existencial en la tierra: “De su cuerpo sale la vida”.
En la escuela de Bellas Artes hay una puerta de vidrio pintada con hojas, mariposas y palabras. Y del otro lado, Gabriela le sonríe a la cámara y también a la palabra “vida”; que significa lo mismo de éste y del otro lado del mundo.
Iván Wielikosielek