Escribe Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
A veces confundido con su homónimo del Valle de Calamuchita, este caserío ubicado en las cercanías de Tanti muestra una de las facetas más bellas de Punilla. La marca del Río Yuspe y del vecino Los Gigantes
Córdoba tiene dos duraznos. O para hablar con propiedad, dos “El Durazno”. Uno, acaso el más célebre, descansa en los fondos del Valle de Calamuchita, en las cercanías de Yacanto y del todopoderoso Cerro Champaquí. El otro, menos conocido, se pasa las eternidades en la vecindad de Tanti, en los extremos del Valle de Punilla y de las Sierras Grandes. Este último es el que nos convoca hoy, simple y hermoso, serrano al mil por cien.
Se trata de una aldea minúscula, unas pocas decenas de casas de veraneo y de baqueanos que contemplan maravilla todos los días, la mirada concentrada en la ladera, en las arboledas, en la piedra. A la vera de la ruta 28, que es de tierra y silencios, curvas y contracurvas, el pueblito vive la paz radiante de las montañas.
Si uno cogotea y recorre el camino, de a ratos podrá contemplar, allá y a lo lejos, el lago San Roque, la intachable cortina que configuran las Sierras Chicas y la urbanidad de Villa Carlos Paz. Aquí y ahora, lo que hay son postales que coquetean entre el verde y la roca. Ideal es el descanso al borde del arroyo local, sentados en una reposera, a 1.000 metros de altura sobre el nivel del mar. Otro regalo es contemplar los cielos, anchísimos, y por la noche un mapa de estrellas que ilustran los sentidos.
¡A caminar!
Ya habíamos hablado de la ruta 28, columna vertebral de toda esta parte del valle. La tierra comienza a la salida de Tanti. Tras cinco kilómetros de zigzag y paseo, aparece El Durazno. Y luego, más encantos y naturaleza. Lo elemental lleva nombre y muchas virtudes: Río Yuspe y macizo Los Gigantes.
Al primero se lo puede visitar unos cinco kilómetros más adelante. El ingreso clásico es a través de Cerro Blanco, una estancia de aires rurales que en el patio (10 minutos a pie de la estancia) ya mete arroyo y cascadas, un refugio de montaña, y espectaculares vistas serranas.
Otros 10 minutos a pie y tras sortear algunos repechos, el viajero tendrá su cara a cara con el río Yuspe. Allí la postal es todavía más salvaje. Las quebradas se lucen ante el paso casi furioso de la corriente, que viene desde Los Gigantes alimentada por los desniveles y la lluvia. Hasta espuma se genera en las orillas, mientras algún que otro cóndor se asoma a la foto, y el reflexionar se hace sobre las piedras.
Después, habrá que volver a la 28 y seguir encarando al norte. 15 kilómetros mediante, y tras el saludo de algún gaucho a caballo, Los Gigantes da la bienvenida. El macizo, esencia de Córdoba, presenta más cerros, más arroyos, más cuevas, más fauna (cóndores, jotes, teros, iguanas, ranas de colores) y más flora (helechos, romerillos, pajonales).
Pero por sobre todas las cosas, más aventura. Las indicadas para opinar son las caminatas. Una hora de tenue subida transporta a La Pirca, punto desde donde salen los tres senderos tradicionales del lugar: Uno atraviesa el Valle de Los Lisos, el otro lleva al Cero de La Cruz (2.180 metros de altura sobre el nivel del mar) y el último a El Mogote (2.380). Es el contacto directo con la pachamama, que tanta falta hace.