El Grupo Emprendedor Malvinas Argentinas se quedó sin un techo donde albergar las decenas de niños que cada sábado realizan actividades lúdicas y reciben la merienda. Un cambio de párroco dejó expuesta tanta insensibilidad oficial
Sonia López soltó sus lágrimas después de haberlas intentado retener durante varios minutos. Estaba contando cómo es que desde el municipio y hasta de una parroquia le cerraron puertas para poder llevar adelante el proyecto solidario que integrando Grupo Emprendedor Malvinas Argentinas desarrolla desde hace cuatro años.
Explotó de impotencia.
Se trata un grupo de personas que realizan talleres de murga y expresión corporal y que hasta ponen a disposición un ropero comunitario, pero que además les ofrecen la merienda a las decenas de niños que asisten. Algo así como una copa de leche que se sostiene a pulmón y que, incluso, salía a recorrer los distintos barrios.
El miércoles pasado, se encontraron con que les cerraron la última puerta que hubieran imaginado. En la Pastoral Madre Teresa de Calcuta recibían a los niños los miércoles por la noche y los sábados cuando el clima no permitía hacer las actividades al aire libre. Pero días atrás el padre Sergio Rubiolo fue trasladado, y quien llegó les quitó la llave.
“Quien nos dio la primera mano fue el padre Sergio Rubiolo, de la Iglesia, quien nos ofreció un lugar. A él lo trasladaron y el padre que entró directamente llegó, me pidió la llave y dijo que va a cerrar el espacio. Nos llamaron a una reunión para armar los talleres en la Pastoral, pero cuando llegamos estaba todo armado y nos dijeron que no había lugar para nosotros”, contó.
“Ayer nos encontramos con que ya no vamos a poder ir a un lugar en donde nosotros mismos sacamos yuyos y limpiamos y construimos para poder estar con los niños”, se quejó, cargada de impotencia, y no quiso nombrar al párroco responsable de que el trabajo solidario de cuatro años ahora tambalee.
La insensibilidad de funcionarios también ha sido una traba permanente. “Es como que se nos cierran todas las puertas”, suelta, con los ojos húmedos, Sonia. “No, no y no. Pido a los centros vecinales y dicen que no porque está ocupado o piden requisitos que son imposibles de cumplir”, remarcó sobre los intentos que ha hecho para poder seguir conteniendo a los niños y sacándolos de la calle.
“Hemos pedido al centro vecinal de nuestro barrio y nos entregaron una carpeta con requisitos que hasta son discriminativos, donde una de las cláusulas decía que no podían participar de las actividades personas que hayan estado presas, por ejemplo. Todo tan discriminatorio, cuando uno ve que a otros no se les piden tantos requisitos”, remarcó.
Sonia habla con miedo. Como quien necesita pedir ayuda a gritos, pero que se resiste a que la repercusión sea para peor. Así, en voz baja, como si alguien más dentro su comedor pudiera escucharla, dio su opinión sobre estas negativas permanentes a continuar desarrollando actividades a las que asistían cientos de chicos por jornada: “Pienso que es porque nuestro trabajo se hace siempre en lugares donde hay más vulnerabilidad, y a lo mejor no conviene para algunos que se muestre esa parte de la ciudad, pero a mí no me interesa, todos los que estamos en el grupo lo hacemos porque sabemos que hay necesidad. Faltan un montón de cosas y hay lugares que están cerrados y donde se podrían hacer actividades. Si tenés un centro vecinal en un barrio, qué mejor que poder hacer talleres gratuitos, contener a los chicos que están en los barrios…”.
Hoy están sin lugar. Si el tiempo lo permite, en esta jornada recibirán a los niños que llegan desde distintos barrios en un pedacito del terreno baldío que está lindante a su hogar. Si llueve, alguien más deberá darles la merienda a los pequeños. “Se nos viene el invierno, el frío, la lluvia, y no queremos dejar de hacer esto”, manifestó.
El grupo solidario colaboraba también con el comedor Maná, “donde hay 94 chicos que comen en la calle, cuando a dos cuadras hay un salón que está cerrado”.
“Siempre es no. No, no, no. Es muy feo. Ponemos horas nuestras para los chicos que más necesitan. Lo hacemos porque nos gusta, porque lo sentimos. Pero llega un momento que te supera todo”, dijo mientras la impotencia acumulada sigue haciendo que no pueda contener las lágrimas.
Sonia dice que se cansó de golpear puertas en la Municipalidad. “En un momento en la Casa de la Cultura teníamos el taller de murga, pero a Florencia (De Simone, quien era secretaria de Cultura) un día la sacaron y también a nosotros, diciendo que iban a poder un museo”.
Ahora, van a intentar enviarle una carta al Papa. Una plegaria. Mientras, seguirán rogando que no llueva porque se han cansado de pedir un techo prestado.
Para colaborar pueden comunicarse al 154592727.