Pequeños monjes

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Pequeños monjes
Brumi, de raza persa, es una gatita villamariense, muy querida y muy compañera
Brumi, de raza persa, es una gatita villamariense, muy querida y muy compañera
Brumi, de raza persa, es una gatita villamariense, muy querida y muy compañera

Dicen de los gatos que son como pequeños monjes meditativos capaces de traer armonía a un hogar. Para la orden budista de Fo Guang Shan, por ejemplo, son como personas que ya han alcanzado la iluminación.

Los gatos son seres libres que beben cuando tienen sed, comen cuando tienen hambre, duermen cuando sienten sueño y hacen lo que se debe hacer en cada instante sin necesidad de complacer a nadie.

No se dejan llevar por el ego y algo especial de estos animales, según esta rama del budismo, es que los gatos aprendieron a sentir al hombre desde eras muy lejanas en el tiempo; en cambio, las personas aún no han aprendido a sentir al gato en el presente.

Son leales, fieles y afectuosos, pero sus muestras de cariño son íntimas y sutiles, y, aún así, tremendamente profundas. Sólo aquellos que sepan ahondar en su interior, con respeto y dedicación, gozarán de su amor inquebrantable, pero las personas que sean desiguales o que eleven a menudo su voz para gritar, jamás serán de su agrado.

Para concluir, sabemos que no hace falta recurrir a los textos budistas para entender que los gatos son especiales, que sus miradas nos transportan a universos introspectivos, que con sus extrañas posturas nos invitan a practicar el yoga, que son un ejemplo de elegancia y equilibrio… Los queremos y hasta los veneramos y aunque ellos mismos se crean auténticos dioses recordando, quizás, sus días en el Antiguo Egipto, es algo que les permitimos con orgullo.

Todos disponemos de nuestras propias historias con estos animales, momentos inolvidables que nos han permitido disfrutar de pequeños instantes cargados de magia y autenticidad. Esos que, seguramente, sirvieron de inspiración para hilar esta hermosa leyenda budista que quedó impresa en tinta, papel y misticismo.

 

Una leyenda

El budismo no está organizao en una jerarquía vertical. La autoridad religiosa descansa sobre los textos sagrados, pero a su vez existe una gran flexibilidad en sus propios enfoques.

La leyenda que vamos a mostrarte hunde sus raíces en una escuela en concreto: en el budismo theravada o el budismo del linaje de los antiguos.

Fue en Tailandia y dentro de este contexto donde se escribió “El libro de los poemas del gato” o el Tamra Maew, conservado al día de hoy en la biblioteca Nacional de Bangkok como un auténtico tesoro a preservar.

En sus antiguos papiros puede leerse una encantadora historia, donde se contaba que cuando una persona había alcanzado los niveles más altos de espiritualidad y fallecía, su alma se unía plácidamente al cuerpo de un gato.

La vida podría ser entonces muy corta o lo que la longevidad felina permitiese, pero cuando llegaba el final, esa alma sabía que ascendería a un plano iluminado.

A su vez, el pueblo tailandés de aquella época, conociendo esta creencia, llevaba a cabo también otra curiosa práctica: cuando un familiar fallecía, se le enterraba en una cripta junto a un gato vivo. La cripta tenía siempre un agujero por donde el animal podría salir y, cuando lo hiciera, daban por sentado que el alma del ser amado ya estaba en el interior de aquel noble gato. De este modo, alcanzaba la libertad y ese sendero de calma y espiritualidad capaz de preparar a esa alma para el camino posterior hacia la ascensión.