Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO
Agua rodeada de bosques. A pesar de la aridez que muestra su ala oeste, con vecinos como La Pampita, La Cumbrecita cobija en la intimidad varios rincones donde el agua es ama y señora. Al regalo hay que agradecérselo al río del Medio y al arroyo Almbach. Torrentes de pureza que a su paso engendraron distintos oasis, ideales para el chapuzón.
Uno de ellos es el conocido como La Olla. Se trata de una pileta natural con una profundidad de casi seis metros, rodeada de piedras para disfrutar del sol serrano. Otro es La Cascada Grande. Salto de agua de 14 metros de altura que a su vez da vida a una olla. Ambos tesoros respiran abrazados por bosques de coníferas. La combinación de elementos, pajaritos en silbatina, arroja pinturas de cuento.
Perfil centroeuropeo. Una de las principales señas de identidad de la localidad es, sin duda, su carácter centroeuropeo. Perfil que armoniza con el paisaje circundante. Son casitas y espacios públicos relucientes de estilo arquitectónico montañés de países como Alemania, Suiza y Austria. Algunos referentes en tal sentido son la plaza de los Pioneros, la plaza del Ajedrez, la Capilla Ecuménica, La Fuente (o aljibe) y las casonas donde funcionan hoteles y restaurantes. En la mayoría, la madera es componente elemental.
Todo comenzó en 1934, cuando el doctor alemán Helmut Cabjolsky y su familia se instalaron en el lugar. La zona les recordaba a su tierra de origen. Así, a nadie extrañó que el patio se les llenara de amigos y conocidos de conocidos provenientes de aquellas latitudes. El resultado se palpa hoy no sólo en la arquitectura, sino también en los cabellos rubios y los apellidos intrincados de muchos de sus habitantes. La gastronomía (salchichas con chucrut y cerveza artesanal, al frente del cartel) también da fe de la herencia.
MINIGUIA
Ubicación: faldas de las Sierras Grandes, al oeste de Villa General Belgrano (VGB), Valle de Calamuchita
Distancias: 230 kilómetros desde Villa María, 40 desde VGB.
Población: 1.300 habitantes.
RUTA alternativa – Los favoritos, según la Unesco
Por el Peregrino Impertinente
Desde 1978, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, las Ciencias y la Cultura, o Unesco (por sus siglas en inglés), nombra los sitios distinguidos como Patrimonio Mundial de la Humanidad, es decir, aquellos lugares que tienen algún valor cultural o natural destacado para el hombre y que tras la premiación, se convierten en puntos del mapa aún más apetecibles para el viajero. El resto del megaparato burocrático de la ONU se encarga de temas mucho menos relevantes y urgentes, como la guerra de Siria o la hambruna en Africa.
En total, el número de espacios ungidos con tan notable pergamino asciende a casi mil en todo el planeta. Porcentualmente, el tándem Asia-Oceanía acoge a aproximadamente el 30% de ellos, Africa a alrededor del 10% y América Latina y el Caribe, a poco más del 12%. Es decir, que prácticamente la mitad de los enclaves declarados Patrimonio de la Humanidad están ubicados o bien en Europa o bien en Norteamérica. Quien quiera ver en la jugada un favor de la ONU hacia los países más desarrollados, en la búsqueda por fortalecer las posiciones de estos en tanto líderes indiscutidos de la industria turística, generando así una aún mayor desigualdad en términos económicos y simbólicos entre las potencias y las naciones del tercer mundo, decirles que no sean tan malpensados.
En la Argentina, los amigos de la Unesco les dieron el tan codiciado título a ocho sitios o grupo de sitios: la Quebrada del Humahuaca (Jujuy), la Cueva de las Manos (Santa Cruz), el Parque Nacional Los Glaciares (Santa Cruz), las Misiones Jesuíticas (Misiones), el Parque Nacional Iguazú (Misiones), los parques naturales de Ischigualasto y Talampaya (San Juan y La Rioja), la Península Valdés (Chubut) y las Estancias Jesuíticas de nuestra Córdoba (incluye la manzana de la capital provincial), estas últimas condecoradas en el año 2000. De haber estado vivos, muy contentos se hubieran puesto los religiosos que allá por los siglos XVII y XVIII estaban a cargo de las estancias. No así los esclavos, que malvivían en las rancherías hartos de los trabajos pesados, y con más ganas de ser secuestrados por los ovnis que pululan por las sierras antes que asistir a otra misa.