El viaje a Estados Unidos en 1962 de uno de los integrantes del directorio se transformó en un impensado primer paso. Fue necesario acostumbrar a los clientes a servirse de las góndolas, ya que antes el trato era persona a persona. Hasta se organizaron visitas de colegios para instruir a la población. La inauguración de Los Americanos, en Córdoba, fue la que siguió al emprendimiento villamariense. Llegaban empresarios de todo el país para conocer y “copiar” el modelo
Acomienzos de los 60, Baudino funcionaba como un almacén tradicional en la esquina de Corrientes y 9 de Julio, en el centro de una Villa María que rondaba aproximadamente la mitad de su población actual. En 1962, el presidente del directorio, el doctor Luis Laje Westcamp, regresó de Estados Unidos con las imágenes de los primeros supermercados y shoppings grabadas en sus retinas y rápidamente las transformó en ideas y propuestas ante los demás directivos de la firma. Había que tener visión y sobre todo coraje para modernizar, para innovar en el interior del interior, cuando el negocio marchaba bien y en tranquilidad. Pero las buenas nuevas llegadas desde el norte en la valija de Laje Westcamp progresaron y el conjunto de los hacedores de Baudino empezó a trabajar para hacer realidad la apertura de un supermercado en una Villa que no tenía anfiteatro, que apenas empezaba a mover la tierra en torno al río con la idea de tener un balneario (inaugurado en septiembre de 1963). El primer paso concreto fue construir un nuevo edificio en la calle Buenos Aires con salida por 25 de Mayo y el segundo fue tomar contacto con la sucursal argentina de la empresa norteamericana National, fabricante de cajas registradoras, cuyos directivos vieron la posibilidad de realizar una buena venta, pero, además, propusieron aportar planos con la ubicación de góndolas y las estanterías, de manera que las cajas se ubicaran en los lugares más adecuados. Sucede que no existían las góndolas como se las concibe ahora, por lo que fue necesario contratar a un cuerpo de carpinteros para realizarlas.
Explicar a los clientes
Si ya se advierte que los villamarienses habían asumido un desafío mayúsculo, otro capítulo de envergadura semejante fue el de educar al público. Porque los clientes, que estaban acostumbrados a la atención personalizada y a que se le extendiera una factura escrita a mano, tendrían que comenzar a servirse solos los productos de las góndolas, a empujar un changuito y a pasar luego por alguna de las dos cajas registradoras que se instalaron en primera instancia para “fichar” la mercadería y luego recibir un ticket como comprobante. “Algunos clientes, sobre todo hombres y al comienzo, fueron reacios a adaptarse al nuevo sistema, entre otras cosas, porque temían que los demás pensaran que estaba robando”, relata Luis Pieckenstainer a más de medio siglo que aquellos momentos. “En esos casos de los clientes más remisos, se los acompañaba para que se sirvieran lo que necesitaban y luego se iba con ellos hasta la caja”, completa Luis. Claro que el nuevo sistema también dio lugar a la “avivada” de algunos que aprovechaban para esconder algunos productos entre sus ropas. Había por ello personal de vigilancia que “invitaba” a los que eran detectados a que pasaran por una sala privada y devolvieran esos elementos. La educación al cliente incluyó hasta las visitas guiadas a los colegios, para que los estudiantes aprendieran el sistema y lo transmitieran en sus hogares. En esas visitas también se difundió el sorteo de un viaje de estudios a través de los tickets que obtuvieran sus padres en las compras.
Envío a domicilio
Otro de los avances del momento fueron los envíos a domicilio. Es decir, desde entonces se pudo comprar y recibir luego la mercadería en casa, de una manera organizada especialmente por la firma: una vez que la mercadería era pasada por caja, se tomaba el nombre y la dirección del cliente. Luego los bultos iban a la sección “Expedición”, desde donde se despachaban al día siguiente. Para ello se usaban cinco chatas tiradas por caballos para el reparto cotidiano en Villa María, los dos “viajes” semanales a Villa Nueva y el “viaje” de los viernes a la pedanía Las Playas. Poco después, una ordenanza municipal obligó a cambiar los caballos por cinco camiones Ford 350.
Iban por más
Debido al éxito obtenido, se decidió ampliar la oferta, pero los conocimientos y la imaginación autóctonos se iban terminando y surgió la necesidad de un nuevo viaje de los directivos a los Estados Unidos para realizar cursos de capacitación en la casa central de la ya conocida compañera de ruta National, con sede en Dayton, en el sudoeste de Ohio. Al regreso de la comitiva, se incorporó en Baudino la venta de carnes y vegetales, lo que, por otra parte, requirió ampliar las instalaciones, construir cámaras frigoríficas y sumar nuevas cajas registradoras, que quedaron repartidas de la siguiente manera: tres sobre la salida que daba a la calle 25 de Mayo y cuatro más en la salida a la calle Buenos Aires. Como el éxito era evidente, la noticia corrió por el país y, en consecuencia, comenzaron a acercarse empresarios de otras localidades cordobesas como Leones, La Carlota y Marcos Juárez, por citar algunas, y también lo hicieron desde Santa Fe los propietarios de la gran tienda Calamante Cassano, quienes se quedaron durante un mes en Villa María estudiando el “sistema Baudino” y luego trajeron a sus futuras cajeras para aprender el manejo de las modernas registradoras de la firma local. Así fueron los comienzos del primer gran supermercado de la provincia de Córdoba, con su eslogan “¡Qué lindo es comprar en Baudino!”. Después inauguraría en la capital provincial Los Americanos y posteriormente aparecerían otros en la Villa, como Bambi, de la familia Fowler, aunque con menor cantidad de rubros. La idea se había consagrado. Era, además, una de las principales usinas generadoras de empleo en la época. Pero, además, de la mano de Baudino llegó luego el servicentro ESSO, la representación de la firma John Deere (porque sí, hasta tractores vendía) y otros muchos emprendimientos, en la construcción, por ejemplo, que requirieron de grandes inversiones, generalmente de recursos genuinos. Pero algunos de los nuevos rubros hicieron que fuera necesario acudir a los bancos. De cualquier manera, todo marchaba bien hasta que en 1980 el Banco Central, durante la gestión de José Alfredo Martínez de Hoz al frente del Ministerio de Economía, lanzó la maldita Circular 1.050 (más pagaban quienes habían tomado créditos, más debían). El último capítulo se escribiría en 1983, con la venta a Supercoop (El Hogar Obrero). Pero la historia ya estaba escrita con tinta indeleble en la memoria de la ciudad y sus vecinos.
Sergio Vaudagnotto,
para Peso Específico, en base al relato de
Luis Pieckenstainer,
integrante de la familia Baudino