Esta historia se dio en un taller de Villa María, un lugar de trabajo por donde mucha gente pasa para arreglar su auto sin conocer lo sucedido entre los dos protagonistas que allí conviven: el mecánico y su perro, un viejo ovejero alemán que anda más por las siestas que por las corridas.
Uno de tantos días de laburo, la relación entre ambos se reforzó como nunca. Hubo una acción que determinó el grado de amor de la mascota hacia su dueño.
Fue cuando el hombre, mientras trabajaba solo, sin la presencia de amigos que siempre pasaban a matear por el taller, se tomó de un cable que se encontraba pelado. En ese momento se produjo un cortocircuito terrible. El mecánico empezó a temblar y quedó shockeado.
La descarga eléctrica empezó a llevarse la vida del mecánico, que tiritaba sin reacción… Todo quedó en sombras.
El mecánico le contó a EL DIARIO que lo último que sintió fue un golpe fuerte desde un costado del cuerpo, como si fuese una trompada, pero con algo más grande. Después quedó en el piso. Era un día de lluvia.
Minutos más tarde, el mecánico despertó y vio a su perro a sólo centímetros de su cara, con rostro de preocupación y postura de médico.
Al despertar, el hombre recibió el beso del ovejero alemán que, como si hubiese cumplido la misión, luego se mostró sereno.
La conclusión a la que llegó finalmente el hombre fue que su mascota le salvó la vida.
El golpe que sintió en un costado de su cuerpo no fue más que el perro saltando sobre él para despegarlo del cable.
“Me salvó la vida, mi perro me salvó la vida”, cuenta el mecánico.
La historia es real, pero el propio protagonista no quiso que su nombre ni el del perro (cuyo nombre comienza con L) sea revelado por este medio. Dijo que lo hace, entre otras cosas, por seguridad del lugar donde trabaja.
Una lástima. Si el mecánico se ocupara de contar al mundo semejante historia, se reforzaría aquello de la importancia de tener un perro en casa. Y sobre todo un ovejero alemán.
Hoy quienes llevan el auto siguen mateando, charla va y viene, y de vez en cuando le dan una caricia a la mascota del taller, que se ganó el agradecimiento eterno de su dueño y algún que otro hueso después del asado.