Escribe: Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
Favorito de los argentinos, la localidad sureña cuenta con casi 40 “praias” distintas para disfrutar del verano. Pasear por sus verdes morros y el buceo, algunas de las alternativas
Bombinhas es un clásico. Uno de esos comodines que, hoy por hoy, cualquier hijo de vecino tiene a la mano para sacarlo en la previa de los calores, y elegirlo como su destino para el próximo verano. Favorita de los argentinos, la pequeña ciudad del sur brasileño encandila con su más que conocido portfolio: una batería de casi 40 playas con propuestas para todo el mundo (las populosas, donde no queda lugar para una sombrilla más, y las menos concurridas, expertas en pacificar espíritus), a la que se suman otros rincones naturales dignos de Sudamérica.
Mil ochocientos setenta kilómetros al noreste de Villa María, Bombinhas (10 mil habitantes) se ha convertido en un emblema de la temporada estival de Santa Catarina. De ese estado y del vecino Río Grande do Sul provienen la mayoría de los turistas brasileños que visitan el municipio, una de las tantas alternativas a la célebre Florianópolis (80 kilómetros al sur).
Son ellos, mestizos muy mestizos y rubios muy rubios los que le dan el color al asunto. Hombres y mujeres que no se avergüenzan de sacar a la cancha de arena sus quilitos de más, y disfrutan del sol desde que despunta hasta que se va, como buenos brasileños.
Los acompaña un mar que en estas latitudes es bastante más calmo que en otras ciudades de la zona. Al menos eso ocurre en playas como Bombinhas, Bombas y da Sepultura. Un tridente que hace larguísima la bahía, en una hilera de gentío que de silencios poco maneja. Música por acá, caipirinha por allá, y el infaltable “Milho” (choclo), hinchiendo de tópicos las mañanas y las tardes. Es el verano al ciento por ciento en “O País Tropical”.
Areas de tranquilidad
Sin embargo, aquel perfil agitado lejos está de ser el único que ofrece Bombinhas. Basta sacudir un poco la modorra, saludar a las tortugas que reposan sobre las rocas de Praia da Sepultura, y salir a caminarle las espaldas a los principales balnearios alternativos.
Entonces, el viajero se acerca a la naturaleza típica de la región, de morros bajitos repletos de verde. Y en esos cantares, surge la playa Dos Padres, y seguido la de Quatro Ilhas. Radical cambio de ambiente: aquí la arena no gusta de las multitudes (y viceversa) y las olas andan rabiosas. Los que más lo agradecen son los amantes del surf.
Algo similar se da en Marsical (pegada a Quatro Ilhas, su nombre le viene de los mariscos que pululan en el agua y en los restaurantes). Uno de los rincones más famosos de la zona, pero que aún goza el lujo de la tranquilidad. Son cuatro kilómetros de costa, de cielos diáfanos, del hipnótico romper de las olas.
Ya hacia el sur, todavía en el área urbana de Bombinhas, aparece el resto de los balnearios locales. La lista es generosa, con Canto Grande y las praias de Zimbros, Do Cardozo Da Lagoa, Triste y Vermelha, por sólo nombrar algunas. En total, hay casi 40.
Otras propuestas
Amén del irresistible surtido expuesto, la localidad ayer perteneciente al municipio de Porto Belo convida también con varios paseos tentadores. Uno de ellos lleva al viajero mar adentro, para bucear y volver a visitar a las tortugas y a decenas de peces coloridos y fascinantes. En tal sentido, el tour más codiciado es el que conduce a la Reserva Biológica Marinha de Arvoredo, compuesta por tres islas y ubicada a 11 kilómetros del continente.
Otra excursión indispensable la corporiza el Morro do Macaco, hogar del Parque Municipal homónimo. Saliendo del centro, son 30 minutos de caminata entre vegetación autóctona, hasta arribar a la cima del cerro, a casi 200 metros de altura. Desde allí, Bombinhas y su legado de Atlántico se tornan aún más irresistibles.
RUTA alternativa – El mítico estadio Centenario
Por el Peregrino Impertinente
Pero qué Wembley, Maracaná ni ocho cuartos. El verdadero estadio global, la verdadera meca del fútbol mundial es el Centenario de Montevideo “Seguro vo. Este estadio imponente tiene mucha más mística y gloria que Wembley y el Maracaná. Al ocho cuartos no lo conocemos, pero seguro que no le llega ni a los championes, vo”, dice un uruguayo orgulloso, muy literal en eso de entender las cosas.
Emplazado en pleno parque Batle de la capital oriental, el recinto deportivo trasciende fronteras merced a su leyenda inigualable. Y es que aquí, en el año 1930, se disputó nada menos que la final del primer Campeonato Mundial de Fútbol. Eran épocas en las que los jugadores jugaban por la camiseta, la épica goleaba al marketing y los dirigentes de la FIFA todavía no hacían prostituir a sus madres con tal de ganar dos pesos con cincuenta más.
Colmado de aquel hálito redentor, el viajero que llega al Centenario contempla el césped cargado de epopeyas, los arcos sabiondos en ardores y las tribunas hechas de algarabía y martirios, y suelta un mar de lágrimas. “Sí, ya sé ¿es la emoción que te invade verdad?”, le pregunta el amigo, a quien el gas pimienta lanzado por los hinchas de Peñarol todavía no le hizo efecto.
Además del campo de juego, en el que también se han disputado cuatro finales de Copa América, 14 finales de Copa Libertadores y el partido definitorio de la primera Intercontinental ganada por un equipo argentino (Racing, en el año 1967 del período jurásico); el Centenario alberga la emblemática Torre de los Homenajes, y un museo bien plantado. Dicen las malas lenguas que en este último, entre trofeos, camisetas y botines históricos, descansan el diente, el picahielos y el juego de cuchillos Tramontina de Luis Suárez.