Es uno de los pueblos más encantadores de Córdoba, gracias a su hermoso patrimonio urbano y natural. Perfil hippie y atractivos varios, con el Cerro La Cruz y los ríos San Marcos y Quilpo de referentes
ESPECIAL PARA EL DIARIO
A 285 kilómetros al norte de Villa María, el viajero se encuentra con los magníficos perfumes de San Marcos Sierras. Un poblado de orígenes campesinos que fue reciclándose hasta convertirse en uno de los referentes a nivel nacional del movimiento hippie, de la bohemia. Esencia que se conjuga con paisajes serranos de montañas cercanas (las que prácticamente se chocan con la plaza) y agua que baja en varios frentes. Una mixtura, en fin, que le sirve para coronarse como una de las localidades más atractivas de Córdoba.
Callecitas de tierra son las que decoran el plano, y qué bien que quedan. Sobre todo cuando combinan con gente sencilla (en su mayoría, que también hay bastantes “falsos hippies” buscando siempre estar en escena, llamar la atención con falsa pose y cartel). Sobre todo, cuando se besan con casonas viejas y nobles, y hasta algún que otro caballo que pasa llevando al jinete, deseando un pastito fresco.
Lo elemental de aquella idea se da fuerte en la plaza Cacique Tulián, que mezcla lo tradicional del serrano con las ideas de flores y guitarra de la generación “paz y amor”. Allí se juntan el peón de boina y alpargatas y el flaco de barba y pantalones coloridos que hace malabares. Peculiar postal, rodeada de las citadas viviendas añejas de robustos muros, muchas de ellas hogar actual de restaurantes de aroma a madera e incienso, lo mismo que las tiendas varias.
Frente a la explanada, también luce la Iglesia de San Marcos, cuyos orígenes se remontan nada más y nada menos que a finales del siglo XVII, con los jesuitas. A la vuelta de la Cacique Tulián, la que llama es la feria de artesanos. Y arriba, el Cerro de La Cruz, que se puede domar en una preciosa caminata que comienza a pasitos de la plaza, y que en 40 minutos lleva a la cima y a bellas panorámicas de éstos, los confines del Valle de Punilla.
También a pasitos, el río San Marcos baña las costillas del centro con un manantial bajito e inspirador, que regala pequeñas playas de arena y piedra, y sabrosos verdes de arboledas. El encanto se profundiza a medida que uno avanza hacia la quebrada del río San Marcos, donde el paisaje se cierra y gana en beldades. Por esos rincones andan también los morteros que dejaron los comechingones (allí molían el trigo y el maíz) y el viejo molino.
No muy lejos, los que aparecen son los llamados Túneles Vegetales (pasillos franqueados por árboles que se unen a través de sus copas, arriba, al techo) y museos varios como el Rumi Huasi (histórico cultural), el Luis Pisano (pictórico) y el Hippie (que enseña bastante poco).
El Quilpo, el Alfa
Pero si lo que se busca es danzares con la naturaleza sin contacto con la civilización, San Marcos también tiene lo suyo. Lo más destacado está en la cintura principal del río Quilpo, ubicada a unos 5 kilómetros de la plaza (en las adyacencias del camping municipal).
Fabuloso el torrente, de los más corpulentos de las sierras, refresca cuerpo y alma al son de más arboledas y tenues horizontes montañosos. Los costados muestran alfombras de césped, tan armoniosas con su entorno, con los pájaros, y con las tortugas que toman el sol en piedrotas (las que a su vez sirven de plataforma para lanzarse de cabeza a las ollas que forma el río).
Otra opción es tomar el antiguo camino que lleva a Capilla del Monte (la ruta es de tierra, y en subida) y deleitarse con los miradores de La Espina y del cerro Alfa. Ahí el valle todavía se hace más grande (se llega a ver el dique Cruz del Eje) y San Marcos, más galán.