El Papa Francisco le confió la responsabilidad de ser misionero de la Misericordia sólo a cinco religiosos argentinos, entre ellos al referente de la parroquia villanovense San Ignacio de Loyola, Ariel Manavella, quien viajó a Roma para recibir el mandato personalmente
“Ser misionero de la Misericordia es una responsabilidad que se les confía, porque se les pide ser en primera persona testimonios de la cercanía de Dios y de su modo de amar”, dijo el Papa Francisco durante uno de los actos que conformaron el evento durante el cual recibió su designación oficial el padre Ariel Manavella.
Cabe consignar que de un total de 1.128 misioneros de la Misericordia en todo el planeta, 700 viajaron a Roma, entre ellos cuatro de los cinco argentinos que fueron elegidos por el Papa Francisco para esa misión.
Según pudo conocerse, de los representantes argentinos dos son cordobeses: el presbítero Manavella, de la parroquia villanovense San Ignacio de Loyola, y el padre Carlos Arce, de Río Cuarto.
Vale destacar que el religioso local y los demás sacerdotes seleccionados para misionar, durante los días previos al acto central fueron recibidos en tres iglesias para confesarse y recibir la experiencia de la Misericordia a través del Sacramento de la Reconciliación.
Entre otras acciones, Manavella también formó parte de la Peregrinación que se extendió entre Castel Sant’Angelo y la Basílica de San Pedro. Los misioneros al llegar a destino atravesaron la Puerta Santa, recibieron la indulgencia del jubileo y se mantuvieron en procesión recorriendo el interior del templo.
En la Sala Regia del Palacio Apostólico, el Sumo Pontífice tomó contacto con los misioneros dirigiéndoles un mensaje donde destacó que todos los que fueron elegidos para esta misión están llamados “a expresar la maternidad de la Iglesia”. “La Iglesia es madre porque genera siempre nuevos hijos en la fe”, añadió. “La Iglesia es madre porque nutre la fe; y la Iglesia es madre también porque ofrece el perdón de Dios, regenerando a una nueva vida, fruto de la conversión”.
Tras el encuentro con Francisco, los misioneros volvieron al Vaticano el miércoles de Ceniza para protagonizar la celebración donde fueron oficialmente encomendados a “perdonar algunos pecados reservados a la Sede Apostólica y predicar de manera especial el perdón y el amor de Dios”.