Escribe Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
La aldea materializa un muy buen cuartel general para conocer las virtudes de las Sierras Chicas. Paseos por la Capilla de Candonga, el Camino del Cuadrado y más
Puede que Agua de Oro, en sí misma, no sea un canto a la hermosura. Sin embargo, el pueblo ofrece en su rededor un atractivo surtido de tenues colinas, tupida vegetación y torrentes de agua que identifican al Valle de las Sierras Chicas, en cuyo corazón se asienta. Allí, el municipio de apenas 2.000 paisanos (algunos de ellos artesanos y saltimbanquis, que le convidan algo de bohemia al lugar), materializa un muy buen cuartel general para descansar a piacere, y salir a conocer las bellezas de la zona.
En ese sentido, la propuesta se presenta ancha, de la mano de rincones como los vecinos La Granja, Ascochinga, Villa Cerro Azul, Dique La Quebrada, Capilla de Candonga y Camino del Cuadrado, por caso.
El recreo ideal
En el deambular por Agua de Oro, el viajero descubre lo que para muchos de los habitantes de Córdoba capital (distante sólo 40 kilómetros al sur, el cuarteto que suena en cada radio presta testimonio) representa el recreo ideal. Mientras la ruta provincial E-53 hace de avenida principal, con un puñado de restaurantes y hoteles, los fondos de la aldea presentan callecitas de tierra en leve subir y bajar, cabañas y casonas para alquilar, y el Río San Vicente.
Pasa con fuerza el afluente, con chanfles que delinean la silueta local y la mechan de balnearios y bosquecillos repletos de jilgueros, tordos, calandrias, catitas, jotes, lechuzas y benteveos (el listado de aves es generoso, se da cuenta uno por el permanente piar que endulza los oídos).
Ya en el terreno de las escapadas, lo primero será encarar al norte. Prácticamente pegada a Agua de Oro surgen Villa Animi (el nombre responde al aura indígena que quedó en la zona) y La Granja, que trae paisajes más abiertos y más impronta pseudo hippie. Al oeste de la comuna, se desprende el arroyo Tiu Mayu, con sus balnearios Quinto Baño y La Toma. Las montañas, bajitas, se aprecian mejor por estos lares. Lo mismo ocurre en Ascochinga (apenas más al norte), con sus caminos que suben zigzagueantes llegando al precioso balneario Tres Cascadas, de ollas y piletones.
Yendo al sur, la cosa se pone más movida en Río Ceballos (12 kilómetros de Agua de Oro). El principal centro turístico de las Sierras Chicas tiene de vecino al Dique La Quebrada, sito dentro de la Reserva Hídrica Natural Parque La Quebrada. Aquí el nombre del juego son panorámicas del paredón, del valle, de las montañas verdísimas, además de caminatas, navegación (sin motor), pesca y hasta buceo.
Otras opciones de esparcimiento linderas a Agua de Oro son Villa Cerro Azul, la Capilla de Candonga y el Camino del Cuadrado. En el primero los paraísos decoran el Río San Vicente (que también se llama Chavascate y al que algunos tratan de arroyo) y le dan sombra a las alfombras verdes de las orillas, ideales para el mate otoñal.
En tanto, la Capilla de Candonga (15 kilómetros desde el pueblo), tiene entre sus encantos tres siglos de vida, historias del Camino Real, el título de Monumento Histórico Nacional y un parque de servicios ideal para pasar el día.
De regreso en la E-53, el que pega chiflidos es el Camino del Cuadrado, que conecta con el Valle de Punilla (el punto de entrada es la localidad de Valle Hermoso). Habrá que hacerle caso y mandarse a recorrerle los 30 kilómetros de asfalto impoluto, de curvas y contracurvas, de agraciada montaña. Después volver a Agua de Oro, descansar, y prepararse para otro día de paseos.
RUTA alternativa – Compañero bastón
Hoy vamos a hablar del bastón. “Bah, que tontería”, pensará el lector, con el mismo desprecio y aires de “Correme el 147 que tengo que estacionar el Audi” de Prat Gay cuando dice “Dos pizzas” o “Santiago del Estero”. Pero qué sabe éste de aviones, si nunca se puso a reflexionar sobre el inmenso valor práctico y simbólico que el elemento largo y duro (“ese comentario no es de cristianos”, se equivoca Francisco), tiene para el viajero.
Y es que, desde el inicio de los tiempos, el bastón ha acompañado a aquellos que se lanzan a descubrir caminos. Desde el humilde peregrino (hojaldre con el copyright) hasta el turista nórdico de las mil tecnologías, todos hacen uso del instrumento en cuestión. Ni hablar del andarín ciego, quien encuentra en él no sólo un simple apoyo, sino ojos, brújula y amigo. El idilio termina cuando algún bromista se lo esconde y en su lugar le da una serpiente mortalmente venenosa, para delirio de la concurrencia. “Ja ja ja, me agarraron de vuelta. Alguien que me alcance el Decadron, porfa”, dice el embaucado, siempre de buen humor.
“Desde el inicio de los tiempos”, decíamos antes, y la expresión es literal. Si hasta se comenta que, justo después de castigarlo, el mismísimo Dios le entregó a Adán un bastón como ayuda para desandar picadas y defenderse de las bestias que lo acechaban. Típico de nuestro Señor: te la recontra mil pone, pero no ahorca.
Más cerca de la contemporaneidad, hay pruebas de que lo usaron los viajeros babilonios, egipcios, griegos y romanos. También los samuráis japoneses. La diferencia con estos últimos es que, además, lo empleaban para romperle el cráneo a todo aquel que les perturbara la caminata. Y con razón.