¡Qué bombinazo!

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¡Qué bombinazo!

Por el Peregrino Impertinente

usa bombín, porque le gusta cantidad. Y si no, preguntémosle a él mismo “coño de la Santa Elena, ostias que flipas con el tal bombín ¿Si me gusta? Joder, tío, como el devaneo del torero disecando recuerdos. Como las gradas del Vicente Calderón en la autopista de lo mundano. Como los berberechos murcianos en un día de desolación nupcial. Como la rubia de piernas de ciprés de Asturias buceando en lo prohibido. Y la madre que lo parió”, responde el cantante español. “Dice que sí”, sintetiza el traductor, arrojando luz sobre el asunto.     

Para el que no lo sabe, el bombín es un sombrero de copa baja de origen inglés, que tuvo importante ascendente en la moda mundial. Eso fue desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, cuando los que lo usaban por fin se dieron cuenta que quedaban más ridículos que Macri hablando de…. que Macri hablando.

Fue creado (el sombrero, no el ingeniero), para remplazar a la galera, que resultaba muy incómoda a la hora de andar a caballo. Sobre todo, cuando los depravados conejos empezaban a salir del largo sombrero en plena marcha, buscando fornicarse al corcel y a su jinete.

Lo cierto es que el viajero aún puede ver a gente usándolo. Pero no en Inglaterra ni en Irlanda ni en Estados Unidos. No: en Bolivia. Y es que en el hermano y vecino país, el también conocido como “sombrero hongo” forma parte del atuendo tradicional de las mujeres. En el campo o en la ciudad, es muy común encontrarse tanto a ancianas como a jovencitas luciendo coloridos vestidos y el bombín a la cabeza. “Eso es para que vean que más allá de ser unos indios ignorantes, los habitantes de mi país siguen teniendo algo de buen gusto”, dice el candidato boliviano Juan Facho Sánchez, a quien varios presidentes de la región ya ven con buenos ojos.