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Que haga daño, que nos despierte

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Que haga daño, que nos despierte

Escribe Fran Gerarduzzi
Especial para EL DIARIO

La periodista Leila Guerriero, en una de sus columnas para el diario El País, dice: “Allí donde vayamos, nos persigue todo lo que somos”. Siempre. Nos persigue. Está ahí. Nos acompaña como un recuerdo insomne con el que, a veces, nos encontramos en cualquiera de las esquinas de la noche. Nos lo encontramos de frente. Y reímos, lloramos, nos quedamos en silencio, tenemos miedo. Estamos con nuestros recuerdos, tratando de entender que no son más que un espejo o, más bien, un verso que no habíamos descubierto (porque recordar es descubrir según la doctrina platónica) en ese poema que es la vida.

Escribir sobre “El estado actual de la poesía escrita por jóvenes en Villa María” me pone ante un desafío que no sé muy bien en qué consiste. Parece simple pero, más allá de quiénes sean los que utilizan la palabra como materia prima para expresarse, a mí me resulta incómodo y hasta injusto tener que hacer una especie de diagnóstico de la poesía. ¿Por qué? Porque tener que describirla, escucharla y analizarla me obliga, de alguna manera, a tomar distancia para no sentirla y así poder encuadrarla. Encuadrar es delimitar y la poesía va más allá de sus márgenes. Va más allá de todos aquellos procesos y razonamientos lógicos que aplicamos en cada uno de los ámbitos en los que nos desenvolvemos para entender, principalmente, los porqué. Algo que la poesía no tiene. Borges ya lo dijo: “El verso existe más allá del sentido”.

“Cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Parto de un concepto general; sé más o menos el principio y el fin, y luego voy descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas, no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio, las cosas son así. Son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas”, dijo Borges en una de las conferencias que dio en el Teatro Coliseo de Buenos Aires durante 1977. Escribir poesía, entonces, quizá tenga que ver con identificar los versos que se esconden en la piel de cualquier libro (que es uno mismo), como si se estuviera tratando de oír algún latido en medio de una catástrofe.

Esto me recuerda a lo que dice el chileno Nicanor Parra: «Nunca fui el autor de nada, siempre he pescado cosas que andaban en el aire». Camila Urenda y Mauro Guzmán, son dos de los pescadores que recorren el océano villamariense y villanovense. “La poesía como un intento de nombrar el mundo, como un discurso propio, paralelo a la realidad pero necesario para vivir en esa realidad en la que aparece y de la que se diferencia pero que, esa diferencia, es su manera de asumir ese mundo, de adoptarlo, de participar en él. La posibilidad de habitar ese mundo en común con los demás introduciendo ahí el rasgo propio”, dice Mauro. Camila, por su parte expresa: “La poesía es la manera que tengo de contar mis vivencias de modo tal que los demás puedan entenderlas, compartirlas y sentirse identificados. Es una manera de comunicarse. Tiene que ver más conque los demás acepten otras realidades y no tanto con aceptarme a mí”.

Ser original en un sentido absoluto es imposible. El historietista Liniers sostiene que quien afirma que es completamente original está siendo, como mínimo, desagradecido. Las influencias, seamos o no conscientes, forman parte también de eso que somos, que constituye nuestra esencia y nos permite distinguirnos como el contorno de una sombra o el ademán de una voz. Como dice Borges, uno puede variar “muy ligeramente” el pasado pero, probablemente, Camila, Mauro y tantos otros más estemos escribiendo un mismo poema con una leve “diferencia de entonación” porque, inevitablemente, leer, en términos de Terry Eagleton, es reescribir y, por tanto, escribir es releer.

 

mauro-guzmanMauro Guzmán

“No sé si hago poesía. Sí creo que puedo ver la que otros hacen y que yo mismo me hallo intentándola. A veces sospecho -las menos- un resplandor en lo que escribo”, confiesa Mauro. Tiene 28 años y actualmente coordina el Taller de Escritura Creativa “Los Escribientes” en el Instituto de Extensión de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM). Asimismo coordina junto a la actriz Marisabel Demonte el taller de narración oral “Los Contadores Públicos” en el marco de los talleres que propone el área de Cultura de la Municipalidad de Villa María. También estudia, con “ciertas intermitencias” el Profesorado en Lengua y Literatura en la universidad.

Respecto de su llegada a la poesía comienza por repensar el (su) pasado: “El pasado es una cosa que sucede en la mente y como la mente cambia con el tiempo, hasta es bravo acordar consigo mismo sobre quién es uno y, por ejemplo, cómo es que va atado a lo poético”. Y explica: “Tenemos discursos sobre los hechos. No digo que nada haya pasado, sino que, lenguaje de por medio, tenemos versiones de lo que nos pasó y de lo que eso nos hizo”.

El pasado, pienso mientras Mauro habla, es como la niñez, algo lejano en el tiempo pero cercano, por ejemplo, si nos miramos las cicatrices de un amor no correspondido o de una risa producto de una anécdota en un asado con los amigos que todavía conservamos.

Es ese pasado el que rememora el joven poeta mientras toma el café y transita el camino que lo llevó a la poesía. Con los ojos distraídos, las palabras van apareciendo, reinventándose entre muecas de nostalgia y evocando su viaje:

“En la versión que digo ahora hay una obra de títeres en el jardín de infantes donde intuí -ahora lo entiendo- que todo discurso estético y artístico requiere de cierto pacto entre quien produce y quien recibe el discurso. Hay mi mamá cantando a mi hermanito la canción de Pinocho malherido, con su vida en riesgo, yendo al hospital de los muñecos. Hay, entre mi niñez y adolescencia, de mano de adventistas y evangélicos, el libro de Eclesiastés y los Salmos, los Proverbios, Job, el Cantar de los Cantares, el evangelio según San Juan y lo que Pablo dijo a los corintios acerca del amor (si no tengo amor, nada soy). Hay las canciones de Gary, Trulalá, La Barra y Rodrigo y mis primeros intentos de canciones de cuarteto, cumbia y pop romántico (en el peor sentido del adjetivo) en un cuaderno de tapas lilas con la imagen de una gárgola llamada Goliath. Hay mi deseo de ser un pastor poético, de volverme un escritor cristiano para que la gente, a través de mis poemas, se acercara más al Dios que, por esa época, hacía saltar mi corazón. Hay mi ingreso al Profesorado en Lengua y Literatura de la UNVM. Hay mi paso por la materia Filosofía que pudo dar una narrativa posible a mis dudas y liberarme del laberinto que para mi psiquis eran la fe y el discurso cristianos. Hay mi encuentro y amistad, entrando a mis veinte, con poetas como Gustavo Borga, Fabián Clementi e Iván Wielikosielek que, además de incluirme en sus juntadas, me regalaron sus libros y me hablaron de poetas y de la vida como no me hablaban en la universidad ni en la iglesia ni en el club de fútbol. Hay mi crisis sobre la explicación o el sentido del mundo y de mi existencia individual. Hay la idea, que va ganando hasta hoy, de que no hay sentido y de que eso puede ser inquietante, inspirador y bello; un impulso a crear un sentido que sé que es mera y alegremente mío para andar con los otros acá ahora. Hay mi paso, transformador, decisivo, por la terapia psicoanalítica lacaniana. La búsqueda de mi deseo. Otro discurso que difiere del que venía trayendo, otra forma de nombrarme y nombrar al otro. Hay Borges opinando que, cuando es la expresión de un deseo, el poema gana. Hay Alan Pauls aclarando que, aun cuando escriba un texto autobiográfico -o sobre todo- tiene en mente a Barthes diciendo: ‘Todo esto debe ser leído como dicho por un personaje de novela’”.

 

cami-urendaCamila Urenda

La poeta hace apenas días se recibió de Técnica en Alimentos en la Escuela Superior Integral de Lechería y continuará su carrera profesional para licenciarse de ingeniera. En relación a su rol como escritora manifiesta: “Muchos creen que hay que ser un entendido de las letras o un profesional, pero simplemente hay que escribir y leer lo que a uno le gusta”. Y agrega: “No considero necesario etiquetar lo que hago bajo ningún título, y es algo que comparto con muchos colegas que han decidido estudiar carreras no afines a su costado artístico”.

Camila tiene 21 años y ya publicó su primer libro “Crónicas de una vida desordenada”, el cual comenzó a gestarse en su blog http://camurbia.tumblr.com/ (El Mensú Ediciones, Villa María, 2015). Sus primeros pasos en la poesía tienen origen en la escuela secundaria Trinitarios cuando participó del taller de literatura dictado por la docente Fabia Gómez. Al igual que Mauro, reconstruye aquel recorrido.

“El primer día de taller, Fabia nos hizo sentar afuera, en el predio, y en una hoja nos hizo escribir nuestras metas para el taller, las cosas que nos interesaban con el objetivo de ir conociéndonos. Entonces, por ejemplo, nos preguntaba: ¿qué nos gustaba leer? ¿Cuáles eran nuestros autores? ¿Qué sabíamos escribir y qué no? Puse que no sabía escribir poesía y que me gustaría hacerlo. Ella se lo tomó muy a pecho”.

 

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“Fabia nunca me enseñó nada de teoría, así que si nos ponemos a hablar de cosas más técnicas del asunto literario, no sé decir nada. Yo no sé por qué hago lo que hago, te voy a ser sincera. Lo que hacía Fabia era traer distintas modalidades todos los días. Un día nos proponía escribir escalones. Entonces, empezábamos con una palabra, después con dos, tres y así íbamos armando una historia. Otro día la propuesta era escribir chistes. Y así distintos aspectos”.

 

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“Un día llevó todos libros de pintura. Empezamos a buscar -recuerdo toda la mesa repleta- y cada uno eligió un libro. La idea era, por ejemplo, si veías una mujer tocando el piano en un cuadro, preguntarse por qué el pintor había pintado esa mujer, o qué estará tocando, o por qué toca y a quién le toca, si es de día o de noche. Fabia nos hacía esas preguntas que eran disparadores para que uno empezara a maquinar. Agarré un libro de Dalí y me quedé con un cuadro que era la separación del átomo. Tiene una especie de cuadrado de mármol con un núcleo dentro, hay estatuas dando vuelta, hay tinteros. Muchos símbolos. Entonces, más que sobre el cuadro, escribí lo que Dalí sintió al hacer el cuadro, describiéndolo un poco, hablando de la imaginación, de lo que el tipo sentía. Ese fue mi primer poema. Salió solo”.

 

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Ambos coinciden en que Villa María ofrece numerosos espacios y eventos en los que la cultura es la protagonista. A la vez acuerdan en que en esta era, la de la comunicación, las redes sociales y las múltiples plataformas para la difusión de contenidos facilitan la visibilización de las propuestas artísticas. Camila sostiene: “Empecé a mostrar mis escritos en redes como Facebook o Tumblr y eso fue determinante”. Y añade que la repercusión que generó su poesía no sólo en la ciudad, sino en otros países, la motivó a llevarla a espacios físicos y le permitió contactarse con escritores locales “mayores y más experimentados”.

Por su parte, Mauro expresa: “Yo no publiqué ningún libro, pero el verbo ‘publicar’ me suena a volver público algo. Las redes sociales, se me ocurre, nos hacen públicos. No sólo en la implicación político/económica de control sobre los ciudadanos que conlleva el hecho de que los datos personales y las cosas que uno hace en su vida diaria quedan registrados en un fantasmático lugar en línea, sino, más terrenal aún, en el sentido inmediato de que uno puede mostrar a otros (potencial y exageradamente, digamos, al mundo) lo que escribe”. Además afirma que con publicarlos en Facebook, leerlos en lugares públicos y participar en los círculos culturales, sus poemas llegaron a cierta gente de esta ciudad, de otras e incluso de otros países.

“Los escritores jóvenes están derribando los conceptos establecidos de la poesía”, destaca Camila en relación a la imagen que se tiene de la poesía como compleja, con un lenguaje rebuscado y a la que hay que descifrar y buscar significados ocultos. “La sencillez, transmitir emociones de manera directa y causar empatía” son tres de los aspectos que buscan los jóvenes. Además, “el amor, el desamor, la amistad, la noche, la transición a la adultez, el eterno regreso a la infancia, los sueños, metas, aspiraciones y conflictos”, son algunos de los temas que según la poeta se abordan con frecuencia.

Subrayan también que no desestiman a las generaciones anteriores. “En Córdoba tenemos mucha y variada poesía. Lo digo en serio. Pero paso directo a la tradición local en la que abrevo: Edith Vera, Alejandro Schmidt y Gustavo Borga”, señala Mauro mientras Camila asiente. Y enfatiza: “Noto cierto parentesco entre ellos, y de ellos me nutro. Son mis influencias conscientes”.

Autores clásicos como Borges, Cortázar, Gelman, Storni, Pizarnik, Banchs, Benedetti, Whitman, Girondo y Bukowski se entremezclan con Ceballos, Roqué, Monti, Tejeda de Theaux, Ricci, Wielikosielek, Sedevich y Farchetto -además, por supuesto, de los mencionados por Mauro- (y pido disculpas porque me olvido seguramente de tantísimos otros) para que los escritores villamarienses y villanovenses vean en esa pluralidad una oportunidad para recrear(se) y resignificar(se).

El poeta rosarino Bradley dice que cuando leemos un buen poema debemos tener la sensación de que nosotros también hubiéramos podido escribirlo; que ese poema preexistía en nosotros. Cortázar, utilizando la metáfora del boxeo, dice que mientras una novela gana por puntos, un cuento debe ganar por knock out. Es en ese sentido que me pregunto cómo gana un poema. Borges dice que gana cuando es la expresión de un deseo. Yo todavía no tengo la respuesta. No sé si la tendré. Tal vez no importe.

 

fran-gerarduzziPOEMAS

Tu voz
irradia
átomos
mágicos.
Lo sé
porque
anoche
hablabas
dormida.
Y eran
dragones
o tu voz
o mi nombre.

(Del libro inédito “Luz del pozo” de Mauro Guzmán)

 

Verborragia

Me dijo
“Escribís para desahogarte,
¿Verdad?;
y me fui
terriblemente
ofendida
por semejante
ignorancia.
Yo me ahogué
hace tiempo.

(Crónicas de una vida desordenada – El Mensú Ediciones, 2015)

 

A veces
hay que escribir poesía
no sé muy bien para qué
pero hay que hacerlo
hay que sentarse
en un bar
en una terraza
en una vereda
en una cama
en un cementerio
tomar una copa de vino
llorar mirándose en un espejo
quemarse los brazos con un cigarrillo
preguntarse triste y enfurecido y lastimado
para qué hay que escribir poesía
y sin saber para qué
comenzar otra vez
escribir océanos
y ver cómo otros
se ahogan
escribir recuerdos
y ver cómo los demás
lloran y ríen
escribir cuchillos
y ver cómo abrazan
otras gargantas
escribir bocas
y ver la nostalgia
en nuestra piel
escribir guitarras
y ver a desconocidos
acariciarlas
escribir pájaros
y ver cómo
se pierden
en el cielo
escribir
para ver
cómo todo
se va
y nos abandona
y uno está solo
y no hay otra
alternativa
más que escribir.

(De Franco Gerarduzzi)