Comedor, restaurante, fonda, mesón, cantina… El Torino es todo eso y tal vez sea más que eso, porque no son muchos los espacios en los que conviven todas las clases sociales. Allí, doctores y laburantes se han sentido como en su casa. Más aún, cuando casi no queda lugar, los clientes llegan a compartir un sector de la mesa. Si se le pianta un lagrimón, no pasa nada. Buen provecho

La construcción es de 1920 y fue sede de comercios de diferentes rubros. Hasta mediados de los años 60, en el local ubicado en la esquina de Sabattini y Vélez Sarsfield funcionaba una tienda bastante particular, ya que se dedicaba a la venta de rezagos del Ejército.

Fue en 1967 cuando Héctor Peplo instaló en esa construcción el restaurante Torino. “El nombre obedece a que mi padre había nacido en esa ciudad del norte de Italia”, le confió al periodista de EL DIARIO.

Por sus mesas pasaron las personas más simples y también las personalidades. Camioneros, viajantes, vecinos de acá nomás, comerciantes, doctores, periodistas, arquitectos, ingenieros, futbolistas profesionales y aficionados, rugbiers… “De la época de oro del cuarteto, diría que todos: la Leo, Carlitos ‘Pueblo’ Rolán, Heraldo Bossio, el ‘Pibe’ Berna. Así vinieran a tocar a la ciudad o fueran de paso a algún baile en otro pueblo, comían acá”, dice Héctor.

Delia Quijano, quien está al frente de la cocina desde 1985, confió una de cientos de historias que se fueron escribiendo a lo largo de casi medio siglo entre esas cuatro paredes altas: “Un día volvió un viajante que hacía más de 30 años que no pasaba porque estaba viviendo lejos, en otro punto del país. Y escuchó que Rony Vargas hablaba por Cadena 3 de la sopa que se toma en el Torino de Villa María. El hombre, que hasta ese momento pensaba que esto estaba cerrado, se vino especialmente a comer. Estaba como emocionado…”.

Puede que para alguien que no ha probado la sopa de verduras del Torino resulte difícil de entender. Del mismo modo, es muy complicado de explicar el sabor irreproducible de la salsa blanca que acompaña la milanesa a la maryland, con ese toque justo de pimienta o el punto de las costillitas de cerdo a la riojana… No, no se puede. Como no se puede creer que se pueda comer comida casera fuera de casa…

Cuando en 2011 Peplo decidió que ya era hora de descansar, cuando entendió que sus hijos y ayudantes desde el rol de mozos Leonardo y Fernando elegían la universidad y sus profesiones, pensó en Delia. ¿En quién sino?

Y a ella, que con Luciana y José Faró tomó la posta hasta el presente, le tocó vivir otra historia de película. Fue el 28 de diciembre de 2012, cuando una lluvia torrencial anegó varios sectores de la ciudad, entre ellos el bulevard Vélez Sarsfield y su esquina con Sabattini. “Teníamos el agua entre el tobillo y la rodilla, más o menos. Pero nadie se iba. Desde el fondo se venían flotando los sifones y hasta una damajuana, pero todos se quedaban”, recordó Delia.

“No sólo eso, sino que terminaban sus platos y nos pedían el postre. Yo andaba descalza, atendiendo las mesas, tratando de no hacer olas”, aportó Luciana.

Y las dos se rieron mucho al recordar a un comensal: “Un señor mayor que estaba solo; tenía zapatos de charol muy nuevos y había apoyado los pies sobre una silla. Se quedó así hasta cerca de las dos de la mañana, mirando por la ventana. Nosotros pensamos que, para el momento de irse, se iba a sacar sus preciosos zapatos, pero no. Metió los pies con zapatos y todo en el agua y salió como si nada estuviéramos pasando”.

Mudanza

Las risas y las sonrisas entran en pausa cuando se mira hacia adelante. Para el mes que viene está prevista la mudanza. “No sabemos exactamente la fecha, pero va a ser en noviembre. La casa a la que vamos está en obras y estamos esperando cada una de las habilitaciones, de la Municipalidad, de Ecogas…”, explicaron.

La casa de la que hablan se encuentra en La Rioja al 1200.

“Me da una tristeza… Yo no me hubiera movido de acá. Es feo tener que irse”, es lo que le salió decir a Delia, y la mirada se le llenó de lágrimas.

Héctor enseguida volvió a escena para decir que “les va a ir bien, porque se lo merecen”, ya que “son muy buena gente”.

Ellas temen que “se pierda la parte de la clientela conformada por camioneros y viajantes, sobre todo”, ya que la ubicación actual se encuentra sobre la traza de la ruta 158.

“Les va a ir bien”, tranquilizó nuevamente Héctor, con casi medio siglo de experiencia forjada detrás del mismo mostrador que ellas se llevarán ahora.

El mostrador, las heladeras, la cocina, las vitrinas, los mapas con las rutas de todo el país, la foto del Che, el teléfono que colocó Entel, el espejo con la publicidad del Supermercado Bambi que cerró hace un cuarto de siglo.

Se va también el Torino, pero se queda. Y eso, como siempre, deja un buen sabor de boca.

S. V.