El salón de la Sociedad Italiana se parece al municipio de un pueblo o a un comité de lujo. Y es que, con la fotografía de sus presidentes enmarcada en la pared, su bandera y sus fabulosas sillas de bar esperando por sus afiliados, el amplio auditorio de la “Italia Unita” bien que podría ser una ancestral Unión Cívica o una Unidad Básica. Sin embargo, no es la política lo que a partir de agosto convocará su mítica esquina sino la cultura villamariense toda; esa que de algún modo se inventó en esa ochava de dos pisos y columnas romanas expandiéndose como un perfume por el incipiente caserío del Ctalamochita. Hoy, un siglo y “dos milenios” después, el ramo de olivo ha vuelto a reverdecer. Porque volverán los talleres culturales como antaño. Y acaso lo que ha brotado sean los laureles que coronan la cabeza de Alighieri (también enmarcada en la pared) o los ciclos de una institución que, tras un período de finanzas oscuras y una cuasi-extinción, volvió a decir presente como los retoños de un árbol infinitamente ansiado. La noticia no podría ser mejor para una ciudad cultural que, como una madre que partió hace mucho, aún se la espera en un andén.
En los altos de la calle Mendoza
“Estamos asistiendo a la refundación de la Sociedad Italiana -comenta su secretario, Roberto Sessarego-. Hemos pasado de tener todo a no tener nada y ahora nos hemos vuelto a organizar. Estamos empezando de cero con esta comisión y hoy podemos decir que, tras 20 años, la Sociedad Italiana está en orden, saneada y en óptimas condiciones legales para renovarnos completamente. Por eso vamos a empezar a darles servicios a nuestros socios. En el resumen de la próxima cuenta les vamos a mandar una carta de invitación para los talleres que se inician en agosto. La idea es ir sumando más actividades culturales en el transcurso del año”. A lo que su presidente, Jesús Trento, adjunta: “Lamentablemente en los últimos años, la Sociedad Italiana se preocupó más por la muerte que por la vida. Y el único servicio que prestaba era el de los panteones. Pero hasta eso se había descuidado”. Y Sessarego agrega: “Hemos puesto en orden los panteones y organizado las cuotas del cementerio. Imagínate que ha venido gente de Inglaterra a pagar la cuota a Villa María… Pero más allá de estos servicios, queremos empezar a darles propuestas de calidad a la ciudad y a nuestros socios. Por eso es que Marta está con nosotros”.
Marta Francisetti es profesora de Lengua y Literatura jubilada y dio clases en Alto Alegre y San Antonio de Litín, su pueblo. Allí colaboró en la fundación de la Familia Piamontesa, y una vez radicada en Villa María fue nombrada presidenta de la Subcomisión de Protocolo y Relaciones Públicas de la Sociedad Italiana. Pero más allá de la jubilación, su interés por el arte y la literatura nunca cesó. Al punto que se recibió de licenciada en Educación por la Universidad Nacional de Rosario y luego hizo una Diplomatura en Arte. “Ahí fue donde conocí a Josephine Maldonado -explica-. Así que lo primero que hice al asumir, fue buscarla para que diera un taller similar al que tenía en el Peuam. Por suerte me dijo que sí, y su hija Florencia también, ya que tendrá a cargo el curso de Fotografía y Herramientas Digitales”.
Le pregunto a Marta cómo será ese Taller de Arte y Cultura. “Será un encuentro semanal de dos horas pero muy dinámico. Habrá proyecciones, charlas y un viaje programado a Buenos Aires donde visitaremos el Museo Nacional de Bellas Artes y el Malba, pasando por las embajadas de Francia y los Estados Unidos. Josephine propuso un proyecto que contiene las aspiraciones de la Sociedad Italiana toda: mostrar y poner en valor el enorme legado artístico que Italia y Roma le dejaron al mundo. Y como la Asociación tiene el proyecto de viajar a Italia el año que viene, este taller hará que los asistentes optimicen lo que vayan a visitar, tanto en los museos como en las ciudades”.
Será fabuloso que las ventanas más antiguas de calle Mendoza se abran otra vez a la ciudad. Y que las charlas sobre el estilo gótico o el Renacimiento se mezclen con el canto de los tordos en los plátanos. Esos que ya estaban en la ciudad hace más de cien años, cuando en aquel segundo piso aún se hablaba en italiano.
Iván Wielikosielek
ESPECIAL PARA EL DIARIO