DESTINOS/San Luis/Villa de Merlo
Escribe Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
La pequeña y turística ciudad resguarda un muy buen acopio de rincones bendecidos por la naturaleza, con la Sierra de los Comechingones de protagonista. El rol crucial de los miradores, arroyos y caminatas
Hay arroyitos, y cerros, y miradores, y cascadas, y faldeos… naturaleza en flor, digamos para resumir, es lo que ofrece Merlo. El máximo referente turístico de San Luis, en el límite con Córdoba y 300 kilómetros al oeste de nuestra Villa María, vive el año bien pertrechado a la espera de visitantes.
Coronando en el extremo norte lo que se conoce como Corredor de los Comechingones (unos 90 kilómetros de pueblos y postales montañosas que se desparraman a lo largo de la ruta provincial 1), Villa de Merlo (ese es su nombre oficial) y sus casi 20 mil habitantes disfrutan de los bellos paisajes puntanos, que se aprecian de cerca en múltiples paseos.
Rumbo al Sol
En ese sentido, el primero en salir al ruedo es el Mirador del Sol. Emblema de toda la vida, está emplazado a pocos kilómetros del centro, con rumbo sureste. Sube que te sube la carretera asfaltada, con curvas que van regalando unas visuales espectaculares. Aquello se potencia en la cima, en las alturas de las propias Sierras de los Comechingones (las que separan a San Luis de Córdoba), con el valle de Conlara a los pies. Acompañan puestos de artesanías y emprendimientos gastronómicos.
Por esas latitudes, el viajero podrá llegar al Filo Serrano (ubicado todavía más arriba, a unos 20 kilómetros de la plaza central), el Mogote Bayo (con su circuito de Vía Crucis, demanda unas tres horas de caminata), la Reserva Municipal de Flora y Fauna (con cascadas y ollas) y, siguiendo la huella del arroyo El Molino, el Salto del Tabaquillo (una cascada de 15 metros de altura, llegar a pie demanda una hora a pie aproximadamente).
Más alejados, también en sentido sureste, el Cerro de Oro y el arroyo homónimo traen más de las pinturas áridas y bonitas de la zona. Y más cercanos, aunque todavía alejados del movimiento de la médula urbana, surgen preseas como el Balneario Municipal y el Mirador de la Amistad (lindo, pero notablemente menos generoso que el del Sol). Para los más religiosos, aparecen el Oratorio de Nuestra Señora de Lourdes y el Santuario de la Medalla Milagrosa.
Otras opciones para conectarse con las acuarelas cantarinas de Merlo y el oriente puntano son el Peñón Colorado y su mirador, y en el noroeste, nuevamente en fricción con las Sierras de los Comechingones, el Camino a Pasos Malos. Por esos lares anda la Cascada Olvidada, el arroyo Piedra Buena y, en las llanuras, el Algarrobo Viejo (ícono local) y la Reserva Natural El Viejo Molino.
El centro
El centro viene con el deambular obligado, compartiendo con el resto de los forasteros el trajín, el ir y venir, el intenso meneo que adquiere su cénit durante las vacaciones de verano y de invierno y fines de semana largo.
Buena la oportunidad entonces para apreciar el casco urbano, que tampoco es una joya, pero sí muy agradable. En tales asuntos, levantan la mano el Casino y, fundamentalmente, una muy buena cantidad de cafés, bares y restaurantes.
Allí, se recomienda relajarse aún más y deleitarse con un vino hecho en las bodegas de la región (los de uva tannat resultan todo un hallazgo) y un cabrito de carne tierna y sabrosa, hija del Valle de Conlara. Area de montaña donde Merlo es amo y señor, y el viajero un privilegiado.
HUMOR VIAJERO Ned Flandes
Por el Peregrino Impertinente
A uno le dicen “Flandes” y no sabe si le hablan de un postre nuevo o lo están acusando de ser más flojito que Gago, pero ¿qué es Flandes? “Yo sé, yo sé: el vecino de Homero, Ned ‘Flandes’”, salta un gracioso de por ahí, alto cortado verde.
En realidad, el término hace referencia a un área geográfica del norte de Europa sin límites precisos, ubicada en lo que se denomina como Benelux (región compuesta por Holanda, Bélgica y Luxemburgo). Con todo, la palabra “Flandes” suele asociarse a lo que oficialmente es la Comunidad Flamenca, una de las tres comunidades constitucionales de Bélgica. “Mirá vos, qué interesante. Y decime una cosa: ¿si me aprendo esto, será que me van a subir el sueldo y a bajar las tarifas?”, dice el lector promedio, muy dicharachero, si no fuera porque mientras larga la frase sostiene un picahielos en una mano y un hacha en la otra.
Lo cierto es que la denominación corresponde justamente a la lengua que hablan los habitantes del citado territorio: el flamenco. Idioma que el menos letrado confundirá con un tipo de música española o con un pájaro de largas patas que suele pasarse los días en la laguna, Etruria o Pasco, que quedan todos más o menos para el mismo lado.
Para más datos, habrá que decir que Flandes ocupa alrededor del 40% del territorio de Bélgica y que los flamenco parlantes representan el 60% del padrón de Bélgica. El resto de la población se comunica mayoritariamente en francés. “Y sí, lamentablemente nuestra nación está muy dividida: la situación es una gran belga”, comenta un paisano, dándole nuevos bríos a un doble sentido muy de Jorge Corona, y que no por gastado y soez deja de ser efectivo.