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Relato de Navidad

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Relato de Navidad

Déjenme contarles que este hombre que entro apurado a la estación tratando de alcanzar el tren lleva por delante al chiquito que vendía caramelos, lo voltea encima y le grita: «Chico atorrante, por tu culpa casi pierdo el tren, vago…». El niño queda tirado llorando, en el suelo, la caja con caramelos desparramada y la gente que pasa a su lado sin importarle nada… indiferente.

Pero hay otro hombre que también venía apurado, tratando de alcanzar el mismo tren, que se detiene y lo ayuda a levantarse.

Lo sienta en un banco y le dice: -Pobre, ¿te hiciste daño?, no te aflijas, a ver, yo te ayudo… bueno, ya no llores». Y el niño le responde: -Yo no quise hacerle daño, señor, y me dijo cosas feas ¿por qué la gente grande es así?

-Ya lo sé, si yo vi que en el apuro te llevó por delante cuando vos tratabas de venderle caramelos que es tu trabajo, eso quiere decir que no sos un vago. Comprende, hijo, que desgraciadamente la gente anda demasiado apurada y pierde el dominio propio… te explicaré qué es el autodominio.

Te diré que cuando no tenemos ese control -continuó diciendo el hombre- nos dejamos dominar por las emociones y todo lo que ello trae consigo. Al enojarse, una persona llega a la contención, dice malas palabras, y es capaz de golpear, herir y hasta matar a alguien.

En cambio el autodominio reprime las emociones, no nos deja excedernos y nos hace actuar con moderación en todos nuestros actos. Tenemos que ser amos de nuestras emociones y pasiones pero nunca esclavos de ellas, ¿entendiste?

-Sí, ¡que bien! Hoy he aprendido algo nuevo, creo que nunca lo olvidaré, pero me da pena que por mi culpa perdió usted el tren.

-No te aflijas, no podría haberte dejado tirado. Ahora me venderás unos caramelos para mis hijos y te irás a tu casa, seguramente tus padres ya te están esperando. Permitidme regalarte esta gorra que había comprado para mi hijo que te servirá para ti o a alguno de tus hermanos.

-Gracias, señor, pero que dirá su hijo.

-Seguramente él habría hecho lo mismo y te la hubiese regalado con amor, porque recuerda siempre esto: el amor puede repartirse. Te deseo muchas felicidades y cuídate de las cosas feas de la calle. Tratá siempre de ser una buena persona . Chau, algún día nos veremos.

-Ojalá, señor. Gracias y saludos a su familia.

El hombre se va yendo y el niño lo llama y le dice -Señor, señor… ¿usted es Jesús?

-No, pero trato de imitarlo, de seguir sus enseñanzas. Cuando tengas alguna duda pregúntale a El y dile «Señor, ¿qué quieres que yo haga? No te olvides.

-Seguro que no.

El niño empezó de nuevo a cantar -¡Caramelos!, ¡caramelos! Y escuché también que llamaba a otros chicos: -Tengo una caja llena de amor. ¿Me ayudan a repartirla?

¡Feliz Navidad para todos!

Horacio
DNI 6.514.917