Escribe Elizabeth Manara
Una villamariense cuenta la odisea que atravesó junto a su familia por el problema que padeció el perro de la casa, cuando no residían en la ciudad
Era una mañana fría de julio, cuando me levanté salí al patio. En un día como cualquiera, Rocco se habría abalanzado para darme los buenos días. Pero esa vez las cosas fueron diferentes.
Mi nombre es Elizabeth y esta es la historia de cómo mi perro volvió a caminar.
Ese día comencé a llamarlo, pensé que quizás había hecho alguna travesura y se estaba escondiendo. Caminé en dirección a su cucha, di unos pasos y lo encontré tendido en el pasto. Rocco me miraba, pero su cuerpo parecía el de una estatua.
Me asusté mucho, no estaba lastimado, tenía los ojos abiertos y movía la cola, pero el resto era un cuerpo muerto. Le levantabas la patita y si la soltabas se caía.
Por suerte no es de gran tamaño, lo levanté y lo subí al auto para llevarlo a la veterinaria del pueblo, donde lo observaron y le hicieron los primeros estudios. En ese momento yo no vivía en Villa María.
Al principio todo eran suposiciones: podía haber sufrido un golpe o una picadura, una intoxicación o haber hecho un mal movimiento. La única certeza era que había perdido la fuerza. El veterinario hizo todo lo que estaba a su alcance, pero lamentablemente no contaba con más instrumentos para realizar otras pruebas. Así que volvimos a casa.
Mi familia estaba preocupada. No era fácil explicarles a mis hijos qué pasaba. No eran nenes, pero estaban tristes y con miedo. Si les pido a mis hijos que dibujen a su familia, ellos pintan también al perro. Verlo a Rocco así era desgarrador para todos. Como era domingo no había mucho más que pudiéramos hacer.
Al día siguiente, lo llevamos a una veterinaria en otro pueblo para hacer más exámenes. Sin embargo, ninguno pudo explicar su estado: no respondía ante el pinchazo con una aguja, ni al doblarle las piernas. No lloraba ni sentía dolor, pero su sensibilidad estaba absolutamente bloqueada.
El veterinario del pueblo le indicó inyecciones de corticoides y vitaminas que no dieron resultados. Averigüé hasta dar con un fisioterapeuta canino de Córdoba. Le hicimos un tratamiento con electrodos y el médico nos dio una batería de ejercicios para fortalecer sus músculos y masajes para estimularlo.
El trabajo fue día a día y en conjunto. El puso mucha voluntad y respondía con esfuerzo a los estímulos que le íbamos dando. Hasta sumamos un nuevo perrito a la casa, un caniche juguetón que lo incentivara a moverse. Finalmente, un día se mantuvo en pie por un par de segundos y volvió a desplomarse.
Como ya había llegado el verano, compramos una Pelopincho para realizar los ejercicios en el agua. Un mes después por fin: Rocco se mantuvo en pie y caminó por primera vez en seis meses.
Todos los veterinarios nos ayudaron y nos invitaron a darle tiempo al perro, aún sin saber el origen de la enfermedad. Pero hay gente que, frente a una situación parecida, no aguanta y lo sacrifica. Yo siempre digo que mientras haya vida, hay que lucharla. Rocco merecía esa oportunidad. Sus ganas de vivir, nuestro amor y el entrenamiento hicieron que hoy esté con nosotros, su familia.