Para conocer la historia hay que viajar hasta Tierra del Fuego, aunque está claro que a nadie se le ocurriría hacerlo en taxi. Como sea, a través de la red de comunicación de la Confederación Nacional de Cooperativas de Trabajo nos llegan buenas noticias, que merecen ser compartidas. La historia tuvo muchas bajadas de bandera, muchas idas y vueltas, hasta llegar a destino. Suba que le hacemos un 20
Mientras una cooperativa de taxistas gestiona por estos días su matrícula de inscripción ante los organismos de control, como el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), pasamos a contar una historia más dentro del cooperativismo, que demuestra hasta dónde se puede llegar con el trabajo mancomunado. Es la historia de la Cooperativa Río Grande, que nuclea a 90 taxistas en “el fin del mundo”.
Durante los primeros años de la década de 2000, los taxistas de Río Grande, Tierra del Fuego, sufrieron el embate de la crisis institucional, política, social, económica y financiera que asoló al país durante la Presidencia del radical de la Alianza, Fernando de la Rúa, y los trabajadores del volante veían amenazadas su fuente laboral.
Pasaron varios años “sobreviviendo” hasta que pensaron en una salida colectiva para su angustiante situación: formar una cooperativa para agruparse y organizarse sin patrón.
Comenzaron 15
El impulsor de la cooperativa, Pablo Guerrero, comenta que «cuando comenzamos, en el año 2009, éramos 74 compañeros haciendo el curso de introducción al cooperativismo en el órgano local”, pero “al acto fundacional fuimos 15 trabajadores y año y medio más tarde, cuando nos dieron la matrícula, quedábamos nueve”.
“Fue un proceso duro y difícil», recuerda Guerrero.
Una vez que la cooperativa Río Grande obtuvo la matrícula y luego de una reestructuración, sus integrantes comenzaron a trabajar.
Viviana Mella, expresidenta y actual asociada a la entidad de economía solidaria, comenta que «cuando arrancamos, no teníamos seguro ni obra social, tampoco aportes jubilatorios”.
“No teníamos más que una mesita y atendíamos a los clientes en este mismo local», explica.
Guerrero agrega: “Nuestro trabajo es bastante individualista, por lo que buscamos la mayor participación posible por parte de los asociados”. “Y así pudimos lograr que los compañeros tengan una obra social para ellos y sus familias, lo que representa un cambio muy importante. Además, tenemos seguro de vida y aportes jubilatorios, con lo que estamos más protegidos; pero vamos por más», dice Guerrero.
Ahora son 90
Actualmente son 90 asociados. Al principio, cuando la situación era más dura, los hombres comenzaron a encontrar otros trabajos temporales y entonces sus mujeres fueron las encargadas de sacar el taxi a la calle. Con el paso del tiempo, ellas continuaron la tarea.
Para la actual presidenta de la cooperativa, Norma Acosta, «la clave del crecimiento es asumir responsabilidades y adquirir conocimientos día a día. Eso forma parte de la exigencia de la autogestión», concluye.
Y de las palabras que surgen de la narración de esta experiencia bien sureña, se desprenden también algunas enseñanzas. Una de ellas tiene relación directa con la palabra participación, que pasa a ser casi sinónimo de obligación.
Todos los integrantes de una cooperativa deben conocer el estado de situación de la misma. Y los miembros del consejo de administración deben velar por la difusión de toda la información disponible.
Otros de los puntos centrales es que en este tipo de estructruras nadie es más que nadie: un socio, un voto, para así resolverlo todo democráticamente en asambleas.
Y en la medida que surgen los progresos, se va creando un mayor afecto hacia la entidad, que va siendo considerada como fuente de sustento de la familia.
El de la Cooperativa Río Grande es una ejemplo más de los muchos que hay en el país sobre las posibilidades que ofrece el sector en momentos difíciles.
Después de la crisis de 2001, más del 60% de la población de 37 millones estaba debajo de la línea de pobreza y la tasa de desempleo llegaba al 25%. En ese contexto, el número de las cooperativas de trabajo y empresas recuperadas creció considerablemente. En los cinco primeros años después de la crisis se crearon 6.938 nuevas cooperativas, según el INAES.