Lo buscaron por toda la casa, debajo de los sillones, de todas las sillas, en los placares, roperos, dentro de las alacenas, fueron al garaje para ver si en alguna parte del auto estaba escondido. Nada… Estaba donde nadie imaginaba: como un hermoso florero en medio de la mesa que domina la cocina, desde donde relojeaba con sus ojos burlones mientras veía a toda la familia correr de un lado al otro.
A la más chica de la familia la mandaron a comprar el pan: “¡Traé una tira de pan francés!” le dijeron, cuando ella lo trajo, sacó el pan del envoltorio y ahí estaba él: atento y como buen gato que percibe las mejores emanaciones de calor, como un tira de felipe, un mignón o un pan francés, dentro del papel todavía bien calentito…
El calefactor, en la esquina del comedor, más helado que una cubetera en el Artico, era mirada por este felino que maldecía una y otra vez que en esta temporada el aparato se prendió sólo dos veces: en el Día del Padre y el cumple de la abuela.
Pablo Rayo