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Torpedo, inquieto y callejero

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Torpedo, inquieto y callejero

p15-f1Era de todos y no era de nadie, pero formó parte del barrio Almirante Brown. Fue atendido siempre y especialmente por la familia Brusasca, que le pagaba hasta los veterinarios cuando estaba enfermo.

Nació en un campito que aún existe y su madre murió al tenerlo. Sus hermanitos fueron ubicados en distintos hogares, pero él quedó en el lugar de nacimiento. Era un cachorro hermoso, un bulto pequeño con un toque de color blanco y negro.

Una vecina llamada María Luisa lo tomó en sus brazos. Ella quería a los animales. El cachorro temblaba como una hoja al viento, no sé si era de miedo o de frío. Buscaba acurrucarse mientras lo sostenían pidiendo quizá un poquito de calor de la buena mujer.

Al día siguiente de su aparición, era la calle Teniente Ibáñez, entre José Ingenieros y General Paz, un alboroto. Todos querían saber del perrito. Y ya aparecía un comedido que donara una ración de leche.

Pasaron los días, un mecánico de automóviles lo bautizó con el nombre de Torpedo. Esto le quedaba bien porque cuando fue adulto era ligero en sus atropelladas, haciendo honor a su nombre.

Una tardecita, el anciano mayor de la cuadra quiso adoptarlo y le ofreció su casa. Pero a la noche, Torpedo ladraba y ladraba pidiendo libertad. Al decir de Cortez: “Era callejero por derecho propio”. Torpedo no aguantó ningún encierro de galpones o patios de tejido. El siempre quiso ser libre.

Contando algunas de sus actitudes, recuerdo que una noche regresaba de una actuación teatral. Cerca ya de mi casa, la calle estaba muy oscura. Tuve miedo mientras caminaba por veredas desprolijas. De pronto, como un milagro, apareció Torpedo moviendo su cola, dándome la bienvenida. Cuánto me ayudó en aquella oportunidad su presencia.

Me pareció que hasta sonreía con su peludo hociquito. Sacudió su cola y se marchó, perrito lindo. No era de raza pura y a ser precisa, de padre desconocido, por ende, un “mestizo”. Pero cuánto vale por todo lo que fue.

Pasaron 14 años. La vida se le fue poco a poco, hasta que un día entró en un mar sin orillas. Ya era viejito. Una amiga llamada Nancy me trajo la noticia de su último suspiro. Esa mañana las nubes lloraron gotas doloridas por su ausencia. Aún no se aquieta el mar de esta pena que dejó en el barrio por su partida. Aunque nos consuela pensar que Torpedo está en el cielo de los perritos.

La familia Brusasca eligió para sepultarlo el mejor sitio del campo que ellos poseen. Tal vez alguna noche se escuchen en el barrio sus ladridos y el andar de sus cuatro patitas. Es Torpedo uno de los guardianes del cielo.

C. Ch., vecina del barrio