Es lo que ve en muchos pibes de sectores vulnerables. Remarcó que está convencida de que los jóvenes quieren tener un proyecto de vida, pero se les hace difícil por todas las circunstancias que atraviesan
Desesperanza y falta de proyectos. Esto es lo que la trabajadora social Vanina García encuentra en muchos de los chicos y chicas que conoce muy de cerca desde su tarea comunitaria en La Luciérnaga, en la ciudad de Córdoba, y en Pinceladas de Esperanza, en barrio San Nicolás de Villa María.
Vanina lleva seis años en La Luciérnaga, una fundación de 21 años abocada a darle herramientas a jóvenes de sectores vulnerables para tener un proyecto de vida.
“El objetivo sigue siendo trabajar con jóvenes en situación de vulnerabilidad y generar una alternativa laboral, pero a medida que va pasando el tiempo vamos creciendo e incorporando proyectos como una farmacia solidaria, biblioteca, ropero comunitario, comedor, con la idea siempre de mejorar la calidad de vida de los chicos”, explicó a EL DIARIO.
Confirmó que la salida laboral siempre ha sido difícil pero que este año se tornó más complicada, ejemplificando con el caso de muchos jóvenes que trabajaban en la construcción o sectores informales y se han quedado sin empleo o desertaron, lo que los volvió a involucrar con la fundación.
En ese marco, hizo hincapié en que quienes no terminaron el secundario tienen muy pocas puertas abiertas en el mercado laboral formal. “Nos cuesta a muchos, incluso a una como trabajadora social o a profesionales, acceder a un trabajo como corresponde, con obra social, vacaciones, con la seguridad de que si estás enfermo no te van a echar, cuestiones que son necesarias para cualquiera pero mucho más para jóvenes en situación de vulnerabilidad. Esto muchas veces tiene que ver con vivir en ciertos barrios, más aun en la ciudad de Córdoba donde hay muchas villas y en el que decir que uno es de tal sector genera que les cierren las puertas”, describió.
Consultada sobre el nexo con las empresas y si existe responsabilidad social empresaria (RSE), dijo que el vínculo se concreta sobre todo con empresas chicas y que cuando se da, no pasa por una política de RSE “sino por un tipo comprometido que le interesa y se acerca”.
“Hay una constructora, Edisur, que tiene mucho contacto con Luciérnaga y que sumó muchos jóvenes, pero en su mayoría quienes se acercan son particulares, simples comerciantes que tienen un quiosco o que están terminando su casa y buscan a jóvenes para que la construyan”, apuntó.
Actualmente, hay entre 50 y 60 familias “viviendo 100% de la revista, 40 son estables y hay 20 que de alguna manera van intercambiando esto con changas y otros laburos”.
“El objetivo es que no se queden en la fundación, que puedan conseguir otro espacio mejor, pero al tratarse de un trabajo concreto y de poder manejar su horario, es difícil que tengan deseos de irse a hacer otra cosa, porque además comparten esta actividad con amigos”, advirtió.
Cuando se tocó el tema de la criminalización de la pobreza, expresó que siente “mucho dolor”. “A veces leo cosas de gente que me sorprenden, creo que este año muchas personas pudieron ser sinceras con lo que pensaban y esto causa mucho dolor, mucha impotencia porque estoy convencida de que los jóvenes tienen mucho interés de proyectar, ganas de construir, de hacer, y esto de ningunearlos no ayuda a nadie”, declaró.
Advirtió que “no es casual” que la mayoría de los afectados sean jóvenes, lo que vinculó a la crisis del 90 y la falta de posibilidades de acceder a la educación y de oportunidades. Y apuntó que todo esto también está atado al abuso policial.
“Noto mucha desesperanza, falta de proyectos. En La Luciérnaga intentamos trabajar mucho en qué quieren para mañana. Cuando la realidad es tan dura, se vive día a día y eso elimina la posibilidad de soñar y proyectar. Y cuando una persona no puede hacerlo está acabada, es muy difícil ser feliz cuando no sabes si vas a vivir mañana, eso los desmotiva”, concluyó.