Una denuncia realizada por un delegado del Ministerio de Trabajo de Río Cuarto por trata de personas y supuesto trabajo esclavo dio lugar a una serie de procedimientos judiciales y policiales que tuvieron como epicentro un campo situado al norte de la localidad de Bengolea.
La situación compromete a un productor rural por el perjuicio ocasionado a tres familias oriundas de la provincia de Corrientes con 18 hijos en total, quienes llegaron a la zona buscando trabajo.
El hecho causó gran indignación, en especial por tratarse de un hecho que involucra a muchos niños.
Una de las familias -con cinco menores, entre ellos un bebé de 1 mes- fue desalojada por el propietario rural y termino siendo hospedada en el Hogar de Día de Bengolea, donde recibió ayuda por parte de vecinos del pueblo.
Esta familia estuvo a punto de ser trasladada en un camión vaquero a Entre Ríos a instancias del patrón o encargado.
El hecho fue de tal relevancia que el jueves pasado el juez federal Carlos Ochoa viajó a Bengolea para entrevistar a esta familia y avanzar en la investigación.
En el lugar se detectó trabajo infantil, personal en negro y hasta trata de personas.
La delegada del Ministerio de Trabajo, Marcela Santini, dijo que hubo resistencia por parte del propietario del campo a realizar el procedimiento administrativo y que en el lugar se verificó a niños arriando animales. Todos ellos permanecieron al menos nueve meses allí y los menores nunca asistieron al colegio en ese tiempo.
Testimonio I – “Se me impidió el ingreso a los campos”, dijo el párroco
“Es una realidad que sucede en los campos, he realizado misiones y se me ha impedido el ingreso a algunos campos para no conocer la situación en que viven estos trabajadores”, expresó el párroco de Ucacha, Raúl Frega (a cargo de Bengolea), quien repudió el trabajo esclavo.
“La situación en Bengolea fue muy grave, ya que eran familias con niños y el dueño del lugar los desalojó al verse acorralado por la Justicia”.
Frega también apuntó a otras informalidades laborales, no sólo en el campo. “Hay mucha gente en negro trabajando, pero tiene que aceptar las condiciones porque si no, se queda sin trabajo”, agregó.
Señaló, en declaraciones a LV16, que no se le respetan las condiciones dignas de trabajo y la remuneración correspondiente.
Testimonio II – “Es indignante”, dijo el intendente
“Es indignante ver cómo algunos se creen más por tener dinero”, dijo el intendente de Bengolea, Omar Farías, y agregó: “No todos los productores son malos, pero se abusan de esta gente que necesita trabajo, que no sabe, que no tiene conocimientos, pero aguanta estas explotaciones porque necesita comer. Es una realidad muy fea y triste”.
De todas maneras, “la gente está empezando a hablar porque sabe que sus derechos son importantes, pero le decimos que no tenga miedo, que se acerque, que denuncie, porque no puede vivir en esa situación. Todos tenemos derecho a una vida digna”, expresó el intendente.
Dieciocho personas y el espanto
Bengolea, 18, dieciocho personas y el espanto.
Los cargaron como vacas. Un camión de ganado repleto de entrerrianos y correntinos, al mejor estilo de una fotografía de la Alemania nazi cuando cargaban a los judíos en camiones y trenes.
Pero fue hace unas noches en un campo de la vecina Bengolea. En un campo de una familia «de bien» de la localidad.
18, eran dieciocho personas y el espanto.
El encargado los apuró en medio de la noche a grito pelado -y me lo imagino hasta con picana-.
«¡¡Apuren, carajo!! Que no tenemos toda la noche. ¡¡Apuren, mierda!!». Sin piedades ni misericordia.
En medio de la negrura de la noche espesa, la joven madre con el bebé -de 1 mes- en brazos casi lo soltó al trastabillar con la bosta del piso -se dice excremento de ganado-.
El llanto del bebé rompió el silencio ruin y cómplice en dos. Desesperada, la mujer lo apretó fuerte contra su pecho en un intento de no enojar al capataz.
«¡Hacelo callar, carajo!», sentenció el hombre en medio de la oscuridad más oscura. Las lágrimas de la jovencita se entremezclaron con las del bebé, mientras los otros cuatro niñitos también entraron a humedecer sus mejillas.
18, eran dieciocho personas y el espanto.
Los intentaban tirar a la ruta en medio de un enero donde al mediodía hasta las iguanas se niegan a cruzarla. En un enero donde el sol abrasador cocinaría a los niñitos en medio de la bosta de las vacas -se dice excremento de ganado-.
Acorralar la esclavitud en un camión de ganado para que la Policía no encontrara el horror, la locura y la muerte en Bengolea.
¿Acaso la esclavitud no es muerte en vida?
Aún recuerdo la tarde aquella en donde en un taller sobre la trata de personas, de esos aburridos que damos cuando no sabemos qué hacer con nuestras vidas -eso me dijo una vez un funcionario-, una docente de Bengolea me preguntó dónde podíamos encontrar personas esclavizadas.
Pobrecita la mujer, mi respuesta fue profética: «A la vuelta de la esquina». Quizás le erré un poco en la distancia, «a una legua del pueblo».
Cierro los ojos y escucho el llanto del bebé de 1 mes en medio de la noche espesa, el alma se me hace un ovillo y un puñado de lágrimas me surca las arrugas.
La única manera de poder pensar en terminar con este horror, esta locura y este espanto, quizás sea enseñar en las escuelas estos casos, con nombre y apellido del explotador -pero es secreto de sumario-.
A ver si la vergüenza, aunque sea la vergüenza social pone un freno a estas prácticas de muerte que se siguen practicando.
¿El nombre de un esclavista puede ser secreto de sumario?
Al que roba una gallina lo detienen hasta el juicio para proteger a la sociedad, alguien sabe si al esclavista, explotador, ladrón de vidas y sueños, etcétera, lo detuvieron?
Dios me libre del silencio cómplice.
Dios se apiade de aquellos que sabiendo negaron saber porque a estos correntinos y entrerrianos «les matamos el hambre». Les faltó agregar «también les matamos la vida y los sueños».
Bengolea, 18, dieciocho personas y el espanto.
Alicia Peressutti