Un dibujo de la villamariense Josephine Maldonado acaba de ser publicado en el “book” 2014 del Encuentro Latinoamericano de Diseño (Universidad de Palermo, Buenos Aires), para el cual fueron seleccionadas 350 ilustraciones sobre cuatro mil. La artista local, además, inaugura este miércoles a las 20 su primera muestra individual en el hall del Inescer (bulevar España 1098) “Pasajeros”; un conjunto de siete óleos que testimonian su visión del “viaje” turístico y existencial del hombre por la Tierra
Cuatro mujeres nítidas y un hombre apenas esbozado (y por ende casi invisible) se ríen con el Taj Mahal de fondo. Los ojos, las manos y hasta el torso de las figuras están difuminados en el azul de un cielo profundo o de “un azul perfecto” como su autora define al cielo de los turistas. Y al enfrentarse a esa tela, uno tiene la sensación de que ese cielo se irá tragando de a poco a los personajes; como si el pincel que les dio vida los hubiese dotado también de una condición evanescente, como el perfume de una orquídea o la luz de un atardecer irrepetible.
Lo mismo pasa frente al cuadro de la chica abriendo los brazos bajo el Corcovado o ante el muchacho que se abraza las rodillas en el Vaticano; la misma sensación de “epidemia celestial” que se los irá comiendo hasta volverlos al azul de la tela como a muñequitos de repostería fundidos en crema del cielo. Y quizás la magia de estos cuadros de Josephine Maldonado radique, precisamente, en esta “ilusión de la percepción”, lo que acaso sea la definición misma de este mundo. Por eso la fugacidad de sus “pasajeros” que lo atraviesan y al mismo tiempo van perdiendo su materialidad de cara a la desintegración total, o a la conversión espiritual primera y última.
La odisea de Josephine
Estoy en el atelier de la artista en barrio Empleados de Comercio de Villa Nueva, una casita blanca apenas anunciada por un cartel: “Josephine M”. Allí, bajo un cielo blanco de invierno y un té de Turquía humeando en las tazas comienza esta charla cuya primera palabra es el “génesis”, como en los libros sagrados.
-¿Cuál es la génesis de “Pasajeros”?
-Se trata de una serie que empecé a pintar en 2013 cuando terminaba Bellas Artes. Siempre me había interesado por “lo efímero” como tema, es decir por lo rápido que se pasa la vida y lo fugaz que resulta nuestro paso por el mundo. Y empecé a pintar fotos de viajeros que fui consiguiendo por ahí. Muchas eran de personas que habían muerto o habían envejecido, de parejas que se habían separado o gente de la cual nadie se acuerda. Quería retratar lo efímero de la vida humana en contraposición a los objetos que permanecen en el mundo, como las Pirámides, la Torre Eiffel o el Taj Majal. De nuestro paso por la tierra sólo quedan esas fotos y, más que un recuerdo, son el testimonio de un olvido.
-Los cielos de tus cuadros parecieran comerse a las figuras representadas ¿es un efecto deliberado?
-Sí, porque los cielos en las fotos de los viajeros son “cielos Magritte”; es decir “cielos perfectos” aunque fugaces. Pero eso nos van comiendo. En todos mis trabajos dejo los personajes inconclusos. De ahí esa sensación de que se van borrando o que el cielo les traga los ojos, las manos, los brazos…
-Vos también has sido una gran viajera, Josephine ¿no es así?
-Desde que nací mi vida estuvo signada por los viajes. Soy hija de un geólogo villamariense que se fue de muy joven a estudiar a Córdoba y luego trabajó en distintos países. Por eso me tocó nacer en Zimbabwe y vivir hasta los 5 años en Africa, porque mi papá trabajaba para una empresa inglesa que examinaba minas de esmeralda. Esto puede parecer muy exótico desde acá, pero en Africa no lo es. Luego, cuando volvimos al país, él empezó a viajar a Salta, a Jujuy, a Buenos Aires y Mar del Plata. También a Brasil y Paraguay. Y siempre me llevaba con él…
-¿Y cuándo nace tu vocación por la pintura?
-Nace, precisamente, en esos viajes. Porque yo era muy chica y para no aburrirme tenía siempre a mano un cuaderno con lápices de colores. Y lo que hacía era escribir historias que luego pintaba. Sin saberlo, estaba haciendo mis primeros “álbumes de ilustraciones”.
-Pero empezaste a estudiar Bellas Artes de grande…
-Eso fue porque me casé muy joven, apenas volví a Villa María, hace 25 años ya. Y como tuve que trabajar y cuidar a mis hijos, no tenía tiempo para estudiar de manera formal. Pero hice muchos cursos, uno de ellos con el pintor Raúl Pierotti que fue absolutamente revelador. Le debo mucho a él y a ese curso. Recién hace pocos años y cuando mis hijos crecieron, pude meterme a estudiar seriamente Bellas Artes en la “Gómez Clara”, donde me recibí en 2013 de Técnica Superior en Artes Visuales.
-¿Y cómo fue tu experiencia “académica” con el arte?
-Fue fabulosa porque de pronto estaba en el lugar en donde siempre quise estar, con personas muy generosas y hablando de arte todo el día. Debe ser una reminiscencia familiar, porque cuando yo era chica los domingos se dividían entre los que les gustaba Piccasso y los que eran sus detractores (risas). Y en la “Gómez Clara” viví algo parecido. ¡Me gustaba todo! La pintura, la escultura, el grabado y también las materias teóricas donde hablábamos de la historia del arte, las vanguardias, los clásicos y el arte contemporáneo.
-¿Tuviste referentes en el Bellas Artes?
-Muchos. Pero recuerdo muy especialmente a Erika Sarradell, profesora del taller de ilustración que me abrió la cabeza de un modo fabuloso. Fue ella quien me incentivó a realizar mi primer álbum de ilustraciones, una suerte de continuidad de los cuadernos de mi infancia. De ese proyecto nació “La odisea de Anita”, un libro que ya terminé y que busca editor…
-Seguro que lo vas a encontrar, porque una de tus ilustraciones acaba de ser premiada nada menos que en el Encuentro Latinoamericano de Diseño…
-Sí, fue una grandísima sorpresa para mí. Mandé la ilustración el año pasado a la Universidad de Palermo. Es uno de los certámenes más importantes del continente y me pareció muy difícil que me seleccionaran. Pero este año recibí un e-mail donde me invitaban a la presentación del libro donde salían las mejores ilustraciones. Y la mía estaba ahí, junto a 350 trabajos sobre 4.000 participantes…
-¿A ese dibujo lo hiciste estando en la escuela?
-Sí, “Un día, todos los días” es un dibujo-collage para un trabajo final y también es parte de “La odisea de Anita”. Es una ilustración de París con los edificios de Notre Dâme y la Torre Eiffel. Y a pesar de ilustrar una secuencia del relato, también tiene autonomía, por eso lo envié.
-¿Cómo llegás a exponer en el Inescer?
-Gracias a Estela González Baró, del Fundacer. Ella presentó mi proyecto y me lo aceptaron. La muestra estará en el hall de entrada sobre caballetes, casi como una intervención del espacio.
Enseñar a pintar y enseñar a ver pintura
-Además de ilustradora también sos docente, con dos talleres en el PEUAM y alumnos particulares…
-Tuve la suerte de entrar a trabajar apenas me recibí. Presenté un proyecto al PEUAM a fines de 2013 y me lo aprobaron. Mi curso de “Historia del Arte y Nuevas Vanguardias” nació de tanto escuchar en el circuito artístico que la gente se había alejado de los museos. Me di cuenta que eso pasaba porque era muy difícil para el espectador inocente ir a una muestra y entenderla. Pero a su vez, la gente que viaja al exterior o a Buenos Aires lo primero que hace es entrar a un museo. Y cuando están frente a una instalación se quieren morir porque los nuevos lenguajes no son fáciles de entender. Ese público que quiere “entender” lo que ve, es el que asiste a mi taller. Y te aseguro que aprendo más yo que ellos.
-Tu curso consiste, además de la parte teórica, en la visita permanente a las muestras…
-Sí, hemos ido al Museo Bonfiglioli, al Leonardo Favio y a los museos de Córdoba: el Caraffa, el Genaro Pérez, el Palacio Ferreyra… Ahora tenemos planeado un viaje a Alta Gracia. Pero también dicto el taller de pintura junto a la profe Fernanda Margaría, recibida en Bellas Artes.
-¿Y cómo es la pintora Josephine con sus alumnos particulares?
-Te diría que muy abierta y receptiva. Lo primero que pensé cuando abrí mi taller es que el espacio creativo fuera un espacio de puro disfrute. Pero también quería que tuviera una sólida base académica. Estas dos cosas, generalmente, no van juntas. Y yo creo que deberían ir, porque sea cual sea tu lenguaje pictórico, si no tenés una buena base de dibujo no vas a ser libre después, y vas a estar lleno de miedos e inseguridades.
-¿Y cuáles fueron tus resultados?
-Es increíble como, en un mes, alumnos que habían dibujado muy poco en su vida han hecho muchísimos progresos y dibujan cosas muy originales. Lo que más quiero es transmitirles lo que aprendí en la tecnicatura pero agregándole mi experiencia personal y la visita permanente a los museos, las películas, la consulta permanente de libros de arte… Este es un espacio para compartir. Mis alumnos vienen por dos horas, pero siempre se terminan quedando mucho tiempo más…
Y me doy cuenta que, al fin y al cabo, también yo me he quedado más de lo esperado en su taller, en la calidez de un ambiente lleno de cuadros y una pava siempre hirviendo como en una acogedora posada del camino. Una vez afuera y bajo el blanco cielo de Villa Nueva, me despido de Josephine. Y me siento súbitamente comido por la niebla del invierno. Como un “pasajero” fugaz que dejó una taza humeando en una mesa; respiración que sólo empañará el turbio espejo del olvido.
Iván Wielikosielek