Carlos Rocha es uno de esos hombres que no pasan inadvertidos. Aprendió varios oficios, pero se destacó como inventor. Además, es músico y como si fuera poco, a sus 98 años, conserva la alegría intacta y las ganas de comer asados con los amigos
“En esta foto estoy con Fangio”, dice Carlos Rocha, con naturalidad, mostrando la imagen del famoso corredor a su lado. Es que los autos son una de sus pasiones. “Armé muchos autos de carrera, pero también hice otras cosas”, cuenta, con la memoria intacta este hombre de 98 años que recibe a EL DIARIO en su casa del barrio Centro sur.
Junto a dos de sus hijos, Carlos Antonio y Miguel Angel, y la señora que se encarga de acompañarlo, Sandra Pérez, repasa su historia.
“El primer oficio que aprendí, de muy chico, fue el de zapatero. Mi mamá quedó viuda cuando yo tenía 11 meses y se volvió a casar años después con un zapatero que me enseñó el oficio”, dice, repasando con detalle cómo fabricaban los calzados especiales.
Así fue aprendiendo todo lo que podía hasta que inició el oficio de tapicero de autos. Eso lo llevó a conocer la otra actividad en la que más se destacó: la de chapista. “Una vez me trajeron un camión Ford 38 y me dijeron que lo preparáramos para que sea el auto de Bomberos. Así que hicimos la carrocería, con el lugar para el tanque de agua y salió de acá, del taller, el coche Nº 1 que creo que todavía está guardado en Bomberos como parte de la historia”, recordó. Años después, y ya por encargo de Juan Carlos Mulinetti, preparó otro vehículo para la institución, en este caso, para transporte de tropas. “‘Métale que tenemos que ir a Buenos Aires’, me decía el ‘Mula’”, recordó.
Cuando todavía nada se compraba hecho, reparaba coches chocados haciendo él mismo los guardabarros o preparaba una camioneta para que fuera ambulancia o un coche fúnebre. Todos recurrían a “Carlitos”, como prefiere que lo llamen.
“Un día, mi hermano llegaba cansado de andar en el tractor y yo le dije: ¿querés que le haga una cabina? Me contestó que de dónde sacaba que se podía hacer una cabina para el tractor, pero yo se la hice. Cuando la vieron, tenía tractores todos los días en el taller para que arme la cabina. Incluso, desde la concesionaria Fiat vino el dueño a pedirme que se las haga para los tractores nuevos”, recordó.
“En ese momento no se nos ocurría patentar esas cosas. Después vinieron los tractores con cabina de fábrica”.
Otro hecho que está entre su anecdotario y que lo muestran como un adelantado a su época, fue el de empezar a utilizar plástico duro para carrozar las pick ups. “En esa época, todo era chapa y nadie nos quería comprar las de plástico. Ahora, todo es con ese material. ¿Tampoco patentamos eso no?”, le pregunta a su hijo, que además de llamarse igual, heredó el talento para el oficio.
La lista de inventos para solucionar problemas no se acaba: hizo un motorhome de un Fiat 600 y un carro con asientos para llevar de vacaciones a las sierras en moto a la familia. “Cuando hicimos la primera casilla rodante pensamos en todo: era para un amigo que salía a cazar, así que le hicimos una cocina con un lugar para el tubo de gas, una alacena, un espacio para guardar lo que cazaba y hasta una jaula para que llevara los perros”, recordó. Un detalle: no había visto antes una casilla rodante en su vida.
Y también… músico
Las virtudes de “Carlitos” Rocha no se agotan en su capacidad de inventar y trabajar. También es músico. Además de ser “corrido” en su juventud por el padre de alguna chica a la que le dio una serenata, integró en los años 40 la orquesta Iris, que, según el lugar donde actuaran, era típica o característica. También formó parte de un grupo de folclore. “Una vez toqué en el Café Esperanza”, recuerda, al referirse a la céntrica esquina que hoy ocupa el Café de la Ciudad.
La artrosis que afecta sus dedos no le impide mostrar sus virtudes musicales con el acordeón, el teclado y la trompeta. De memoria recuerda partituras que interpreta siempre que se lo piden. “Escribí la música de un tango y dos valses”, recuerda, al hablar también de sus dotes como compositor.
Hoy, sus días pasan con alegría y serenidad. Conversador y de buen comer, cierra cada jornada con una “picadita” de salame y queso y un buen vaso de vino. Y lo más importante: organiza asados para compartir con familia y amigos. “No me vengan con lechuguita a mí”, dice, con picardía y una admirable lucidez.