Enclavado en Hipólito Yrigoyen y Mendoza, el edificio de la Sociedad Italiana cumplió cien años. Inaugurado en junio de 1915, es uno de los primeros ejemplos monumentalistas en la ciudad. De su seno nacieron la Escuela Bilingüe Dante Alighieri, el Círculo Italiano y la Familia Piamontesa. Hoy, con una nueva Comisión Directiva y flamante sede, la legendaria mutual está en pleno proceso de reestructuración o, al decir de su secretario Roberto Sesarego, “estamos renaciendo de las cenizas”
En Villa María, la palabra “cultura” sería inconcebible sin ese edificio. Pero también los conceptos de “intercambio y diversidad cultural”, “ayuda mutua” y “microcentro”; ya que a partir de 1915 la flor y nata de la Villa empezó a girar tímidamente alrededor de aquella ochava. Y hasta el propio Palace Hotel le deberá, quince años después, su emplazamiento a la Sociedad Italiana, esa residencia la que refleja y magnifica al otro lado de las vías.
Sí, en Villa María la palabra “cultura” sería impensable sin ese edificio. Allí nacieron la Escuela Bilingüe “Dante Alighieri”, el actual Círculo Italiano y también la Familia Piamontesa. Allí nació el primer gran teatro de la ciudad (actual “Verdi”), el primer “Café Cultural” (el actual “Rigoletto”) y muchos de nuestros emblemáticos cines (desde el Capitol al Splendid, desde el Odeón al Broadway). Y por si todos estos pergaminos fueran insuficientes para declarar a la casona como “madre cultural de la ciudad”, hay que decir que en 1933 y atraído por sus marquesinas, cantó Carlos Gardel.
Hoy, aunque mejorado y restaurado, el edificio de la Sociedad Italiana no luce como hace un siglo. El crecimiento exponencial de la ciudad lo ha ido “achicando” hasta hacerlo pasar desapercibido. O al menos eso fue lo que sucedió tras la construcción del faraónico Howard Johnson, aquella mole de hormigón que se ha erigido como una pirámide racionalista sobre esa perla neoclásica. Y de este modo (ironía de los tiempos o resultante implacable del materialismo en tiempo presente) el “Casino” le ha ganado por goleada al “Colón”, tanto en el país como el mundo. Sin embargo, nadie que hoy peine canas se olvidará fácilmente de las películas vistas en esa esquina, de los congresos, los espectáculos y las obras de teatro presenciadas en esa esquina. Tampoco de lo que alguna vez oyeron decir a sus abuelos, que hace cien años se bautizaba a un palacio veneciano con balcones saludando a las vías, que una multitud en las calles festejó por el nuevo teatro del pueblo, que desde el cielo un tal Darío Sesarego (hijo de italianos y piloto de la ciudad) sobrevoló la ceremonia en un aeroplano cuya silueta aparece en las fotos y, sobre todo, que bajo una lluvia de canciones en español y en italiano, aquel 5 de junio de hace un siglo se inauguraba eso que hoy llamamos “cultura villamariense”. El eco de aquella tarde aún sigue latiendo en el pulso de nuestra historia diciéndonos que algo importante empezaba, algo que tenía futuro pero a la vez no tenía fin.
Breve charla con el sobrino del piloto
En calle Mendoza al 1002 hay cuatro porteros eléctricos juntos: Cooperativa “La Integrada”, “Rigoletto SRL”, “Italia SA” y la Sociedad Italiana. Toco el cuarto y la voz de la secretaria me hace pasar. Subo al primer piso y una vez allí, en un ala flamante sobre el teatro se despliega todo el pasado, el presente y el futuro de “Italia Unita”. Creada en 1887, la mutual es apenas 20 años más joven que la ciudad y fue el primer bastión cooperativo y cultural de los incipientes italianos de la ciudad. Uno de los hijos y nietos de esos descendientes es el hombre que tengo en frente, Roberto Sesarego. Le pregunto si tiene algo que ver con aquel Darío que un siglo atrás sobrevolara el edificio en el cual nos encontramos. “Era mi tío, el hermano mayor de mi padre. Los dos eran hijos de un italiano que era mi abuelo. Así que ya ves, los Sesarego estuvimos siempre en esta ciudad y en esta Sociedad Italiana. Y de alguna manera yo también estuve aquel día…”
Tras esta frase algo enigmática de don Roberto y reuniendo viejas clases del Físico-Matemático en el Rivadavia, caigo en la cuenta de que, precisamente en aquel año (1915), Einstein enunciaba su teoría de la Relatividad General, haciendo posible la humana fantasía de viajar en el tiempo. Y a esa nueva luz entiendo que la metáfora del actual secretario de la mutual quizás no sea tan fantástica como pensaba.
Charlamos unas palabras de rigor y el hombre me hace pasar al salón de conferencias. Allí, entre computadoras y teléfonos de última generación se alinean las centenarias sillas de la Sociedad Italiana y tras la la mesa de actos, cuelga el retrato de 18 presidentes bendecidos por San Martín y Belgrano. (“Además del creador de la Bandera, Belgrano fue el primer hijo de inmigrantes italianos en el país -me dice Sesarego-. Faltan diez presidentes más pero los estamos enmarcando. Estas sillas estaban destruidas y las restauramos. La realidad es que estamos en pleno proceso de restauración, tratando de que la Sociedad Italiana renazca de sus cenizas, como el Ave Fénix”.
La pregunta es: ¿qué pasó para que una de las instituciones fundacionales de la ciudad haya tenido que “renacer”? La respuesta del actual secretario es la que muchos conocieron pero (prodigio de la amnesia) muchos también olvidaron.
“Sucedió que a fines de los ´80, la comisión propuso edificar departamentos en el terreno del lado, pero en plena construcción, vino la hiperinflación y no se pudo seguir. Quedaron las columnas de cemento enterradas durante años y hubo que voltearlas porque se habían podrido”.
-¿Y qué pasó con los compradores de los departamentos?
-Desgraciadamente perdieron todo, pero una pequeña minoría hizo juicio. El tema es que nadie quería litigar contra la Sociedad Italiana, no sólo porque muchos de los compradores pertenecían a ella sino también porque siempre había sido una entidad sin fines de lucro. Acá se había creado la Dante Alighieri, el Círculo Italiano y la Familia Piamontesa. Era mucho más lo que esos futuros propietarios le debían a la Sociedad Italiana que viceversa. Pero igual encontraron litigador: el “Pistola” Sosa, un abogado al que le habían sacado todos los fueros en la ciudad y había emigrado a Río Tercero. “Pistola” agarró el caso y al cabo de unos meses pidió el remate del edificio.
-¿Qué pasó entonces?
-Pasó que sobrevino una diáspora y todas las creaciones se desparramaron: se fue la Dante Alighieri, se fue el Círculo Italiano y también la Familia Piamontesa. Y la Sociedad Italiana quedó como un barco sin timón. Hasta que en 1990 llegó la orden de remate. El juicio costaba 100 mil dólares y si no se conseguía esa plata, la vendían. Entonces unos veinte miembros juntaron 5 mil dólares cada uno y la pudieron salvar. Desde entonces, el edificio pasó a ser privado. Pero la Sociedad Italiana siguió boyando.
-¿Cómo es esto?
-Quiero decir que se creó una Sociedad Anónima, la “Italia SA”, pero de alguna manera se dejó olvidada la vieja mutual. Durante 10 años no se presentaron balances, hubo muy pocas reuniones y parecía que la Sociedad Italiana se iba a disolver. De hecho fue lo que se propuso en 2004. Pero la gente del INAES (…) denegó la disolución al argumentar que esta era una mutual fundadora, histórica, la primera de toda la provincia y una de las primeras del país.
-¿Y qué pasó para que se reestructurara la entidad?
-Pasó que se hizo un trabajo tremendo, sobre todo desde la persona de Miguel Arcando, que fue el encargado de recoger todos los documentos, los libros perdidos y olvidados, las memorias y los balances de todo el año y poner al día la mutual. No exagero si te digo que que hoy, si aún existe la Sociedad Italiana de Villa María, en gran parte se lo debemos a don Miguel.
-¿Recibieron algún tipo de ayuda de “Italia SA”?
-Además de haber recuperado el edificio, ellos vendieron el terreno del lado al Howard Johnson y gracias a ese dinero pudieron restaurar el teatro, hacer los locales del lado, refuncionalizar el bar y construir esta ala nueva que es donde hoy funcionamos. A su vez, en esa época nosotros vendimos nichos en el panteón de los italianos y le prestamos plata a ellos, un préstamo a devolver en metros cubiertos en la calle Mendoza. Y es lo que estamos tratando de regularizar ahora ya que, según nosotros, por lo menos la mitad de este piso nos corresponde.
-El “Verdi” pasó de ser un teatro olvidado a ser uno de los más importantes del interior…
-Se debió a que “Italia SA”, además de ser una inmobiliaria, es una empresa que se dedica a eventos teatrales. Y le ha dado una resurrección tremenda a todas las actividades del teatro. Por eso los números que vos decís.
El futuro llegó hace rato
-¿Cuál es el desafío de esta nueva Comisión Directiva?
-Reinsertar a la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos en la comunidad villamariense. Apenas tenemos un año como comisión, bajo la presidencia de Jesús Mario “Chochi” Trento, pero estamos en la tarea de ordenarla administrativamente. En estos momentos estamos en charlas con Italia SA por el lugar físico, que nos es necesario para recibir al cónsul italiano, organizar actividades y brindar información.
-¿Qué proyectos tienen de cara al futuro?
– En lo inmediato, queremos lograr mil socios, pero nos está resultando bastante fácil. Es tan querida la Sociedad Italiana, que enseguida conseguís gente. La cuota cuesta sólo 25 pesos por mes. El otro proyecto es aunar otra vez el Círculo Italiano, la Familia Piamontesa y la Dante Alighieri. No digo que formemos una sola institución pero sí que nos encolumnemos tras una sociedad madre, que es esta, participando juntos en los actos y funcionando de manera conjunta.
-¿Y los proyectos a largo plazo?
-Te nombro tres. El primero: crear las “Brigadas Juveniles Sanmartinianas”, un grupo de jóvenes de ayuda humanitaria en la ciudad. Ya me puse en contacto con el Rotary y el Rotarac y estamos avanzando. También queremos reflotar la red de todas las Sociedades Italianas del país. Y finalmente, queremos crear un complejo para la tercera edad que se va a llamar “La residencia de los sabios”. No va a ser un geriátrico sino un sitio donde los abuelos sigamos siendo útiles a la sociedad. En nuestro país no nos importa el ejemplo de los más viejos, y me parece que a eso lo tenemos que empezar a cambiar.
-Parece que la edad no le hace perder las ganas ¿no?
-Mirá, yo tengo 71 años y nadie me va a quitar las utopías por más edad que tenga; sobre todo porque tengo el ejemplo de un viejo que a los 78 años quiere cambiar el mundo: se llama Papa Francisco. Y si él puede con todo el mundo, ¿por qué no vamos a poder nosotros con nuestra querida Sociedad Italiana en este pequeño rincón del planeta?
Y el hombre sonríe, acaso con la misma sonrisa que su tío Darío cuando hace cien años sobrevolaba esta esquina perdida en la pampa, aquella tarde en que veía como en un sueño del futuro tantos sombreros saludando al cielo porque desde 1915 que muchos hombres (los que están llenos de utopías) pueden viajar en el tiempo y ver desde el aire lo que vendrá, esa fabulosa panorámica que no produce otra cosa que felicidad.
Iván Wielikosielek