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Un título con ojos verdes

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Un título con ojos verdes

Rivadavia se alzó con su séptima corona tras igualar sin goles ante Universitario y desató una fiesta total en Plaza Ocampo. Medio Arroyo Cabral está de fiesta en el centésimo aniversario del club

La Copa se mira y… se toca. Todo Rivadavia se emociona en Plaza Ocampo con el trofeo de campeón en alto

Escribe: Federico Gazzoli

Fotos: César Carballo y Osvaldo Carballo

Según reza el tango “Naranjo en Flor”, del Polaco Goyeneche, “primero hay que saber sufrir” y vaya si lo hizo Rivadavia de Arroyo Cabral, que ante Universitario supo revertir la serie final del Torneo Clausura de la Liga Villamariense y se terminó quedando con la corona de campeón, la séptima en su historia, nada más y nada menos que en el centésimo aniversario de su nacimiento.

Con una victoria por bando en cada uno de los “chicos”, la historia marcó que para definir al dueño del cetro hubo que disputar un tercer partido en Plaza Ocampo, ante un gran marco de público, en el que el equipo de Marcelo Santoni comenzó a jugar un gol arriba por el 2 a 1 que lo tenía como ganador en el marcador global parcial.

Más allá de esa ventaja, el Verde no entró para nada relajado al terreno de juego y durante los primeros minutos dominó las acciones, basándose en la supremacía que estableció en la mitad de la cancha a la hora de disputar las pelotas divididas y por lo profundo e incisivo que fue en materia ofensiva.

Fue así que rápidamente pudo ponerse en ventaja a los 9’, cuando Matías Rojas entró al área por la izquierda, metió un pase rasante para Leandro Zalazar y con una gambeta corta el delantero superó a Simón Mellano, pero se quedó sin ángulo para definir y el arquero mandó al córner su tibio disparo. Desde la izquierda remató Franco Gozzerino, a la altura del primer palo peinó Nicolás Gayoso y el balón pasó muy cerca del parante opuesto.

Mientras tanto, Universitario no hacía pie y dejaba seguir creciendo la imagen de Rivadavia, que a los 18’ otra vez estuvo cerca de abrir el tanteador, pero volvió a toparse con la seguridad de Mellano; Rojas hizo la personal cerca de la medialuna y entre una maraña de piernas abrió a la izquierda para la aparición de Gayoso, quien pisando el área metió un bombazo de derecha que el uno del elenco de la casa de altos estudios tapó brillantemente, a puro reflejo, en la que terminó siendo la atajada del partido.

La última del monólogo cabralense se dio promediando la etapa inicial, con un derechazo desviado de Gozzerino, luego de una maniobra en la que Gayoso escapó magistralmente de la marca de tres adversarios.

En medio del dominio de Rivadavia, Universitario contestó a través de un tiro libre ejecutado por Tomás Pratti, uno de sus máximos exponentes futbolísticos, que Marcelo Berardo despejó volando hacia su palo izquierdo.

La jugada más polémica de la noche se dio a los 37; Diego Vicario cortó con falta sobre Gayoso un avance del Verde, el delantero se tomó el rostro y reclamó un puñetazo y el árbitro José Díaz amonestó al volante de la Uni, ante el enérgico reclamo de todo Rivadavia que pidió expulsión.

Si algo le faltaba a Universitario para sentirse lejos de su afán de revertir la serie, fue la baja de Pratti, quien a los 42’ se resintió de la lesión que lo tuvo en duda para la tercera final hasta último momento y así debió dejar el campo de juego, siendo remplazado por Lucas Barengo.

Así finalizó la primera mitad, con Rivadavia proponiendo a pesar de ser quien tenía la ventaja parcial y con un Universitario al que le costó mucho encontrar la llave del partido para hacer lo primero que necesitaba en su afán de llegar al título: un gol para igualar la serie.

 

A quemar las últimas naves

El equipo de Joselito Bernadó ya había “gastado” un tiempo en el que poco hizo para ponerse en ventaja, pero en el arranque del complemento se adelantó notablemente en el terreno de juego y, más allá de una contra de Rivadavia en la que Zalazar definió al pecho de Mellano, comenzó a ejercer el dominio del balón y a atacar con diferentes alternativas para intentar llegar al gol.

En la primera, a los 6’, Francisco Monetto impulsó desde la derecha un córner con poca altura, en el primer palo recibió Cristian Sanabria, giró, remató de zurda y tapó Berardo, todo en un contexto de desatención defensiva por parte de los de Santoni.

Quizás por el desgaste del primer tiempo y porque Universitario era quien tenía la obligación, Rivadavia volvió a repetir algunas falencias en el fondo, para generar la desesperación de su entrenador y permitiendo que la Uni estuviera cerca del empate, por ejemplo cuando Goroso ganó por la izquierdo y metió centro rasante al segundo palo, donde por muy poco Gastón Moyano no llegó a empujar la pelota y el festejo se le quedó atragantado.

Parecía que los académicos comenzaban a hacer méritos para igualar la serie, pero se quedaron solamente en eso, en el intento y en las ganas de algo que nunca llegaron a conseguir más allá de algunas acciones con pelota parada, topándose con una defensa de Rivadavia que no sufrió sobresaltos para despejar el poco peligro que su rival le generó.

La más clara para Univesitario fue un tiro libre en forma de centro que Monetto impulsó desde la derecha y que en el corazón del área Pablo Picotti conectó de cabeza para mandar la pelota por encima del larguero.

Después, los de la casa de altos estudios se “nublaron” por la desesperación de ver como el campeonato se le escurría como agua entre los dedos y nunca más volvieron a complicar sobre el arco de Berardo.

En ese panorama de apremio en la Uni, Rivadavia pudo ponerse en ventaja. Un pelotazo largo partió desde el fondo “verde”, Gayoso escapó en velocidad, superó la marca de Cristian Sanabria y remató a la manos del siempre seguro Mellano.

Los minutos corrieron, Universitario se fue desinflando y Rivadavia comenzó a sentirle “el gustito” a la gloria, esa a la que se abrazó definitivamente cuando el referí pitó el final tras cuatro minutos de adición.

Rivadavia superó el mal trago de perder la primera final, ganó la segunda en su casa y fue más en la tercera, para coronarse campeón por séptima vez en su historia.

En el olvido quedó un mal arranque del certamen, con dos derrotas consecutivas y con la duda en la continuidad de Marcelo Santoni. Los dirigentes lo bancaron y el Chelo retribuyó con su segundo título en el Verde, respaldado por un gran plantel que supo reinventarse y que, con actitud, pasajes de buen juego y resultados favorables volvieron a poner el nombre del club en lo más alto de la Liga Villamariense.

El festejo fue a lo grande, emotivo e interminable, con una gran caravana que volvió hasta Arroyo Cabral eufórica para seguir festejando por largas horas. Salud, campeón.