¿Se puede “inventar” un candidato? ¿Se nace para la política? Hasta dónde sirve la experiencia acumulada en diferentes instancias y cargos a la hora de una disputa de envergadura… Martín Gill, intendente electo, un producto de la militancia
En este año eminentemente político que vive el país, hay discursos para todos los gustos. Y Villa María tuvo la suerte en esta oportunidad -como pocas veces antes- de conocer las propuestas de los nueve candidatos a intendente. Todos y cada uno de ellos aceptaron las invitaciones de las instituciones locales para expresarse, todos dispusieron de espacios en los medios locales, más allá de la disponibilidad económica de su partido.
Así, los ciudadanos llegaron el domingo a un cuarto oscuro con nueve “fotografías” de los representantes de la izquierda, los de la derecha, los del centro y hasta los que se preocuparon por aclarar que no vienen de la política, como si la palabra misma fuera nefasta. Eso sí, todos con el mismo derecho de estar ahí, a solas con el vecino, en ese momento mágico de refrendar la democracia.
Y cuando al anochecer de esa jornada las urnas hablaron, le dieron el triunfo a un muchacho nacido en junio de 1973, Martín Gill, que tenía varias elecciones sobre las espaldas, aunque la primera orientada al Sillón de Pedro Viñas.
De Gill conocemos bastante de su pasado reciente, pero ¿hasta dónde alcanza la memoria? A ver, remontemos la historia: electo diputado nacional por Córdoba en 2013 a través de la fórmula encabezada por quien fue rectora de la Universidad Nacional de Córdoba, Carolina Scotto.
Todos los rectores, un rector
Para ese entonces, Gill era el secretario de Políticas Universitarias de la Nación, es decir que formaba parte de la segunda línea del Gabiente nacional, al que lo subió Cristina Fernández de Kirchner al ver que los rectores de todas las universidades del país lo habían elegido nuevamente como presidente del Consejo Interuniversitario Nacional, que integran todos ellos.
Pero, antes que eso ocurriera, el villamariense había sido elegido por dos veces por los claustros de la Universidad Nacional de Villa María para ocupar el Rectorado, en remplazo del normalizador Carlos Domínguez.
Y si vamos un poco más atrás en el tiempo lo encontramos como secretario de Gobierno de la Municipalidad durante la gestión de Nora Bedano.
Y antes lo situamos como presidente de Concejo Deliberante tras encabezar la lista de concejales que acompañaron en la boleta al candidato a intendente Eduardo Accastello (lo que le permitió desempeñar durante seis meses la Intendencia cuando el mandatario fue llamado a Córdoba por el gobernador José Manuel de la Sota para hacerse cargo de la cartera de Gobierno).
Hasta allí mencionamos cargos electivos (votados por la gente, por sus pares) y otros a los que Gill arribó por pedido de dirigentes más encumbrados que lo necesitaban. Es más, antes de ser edil, apenas se recibió de abogado, colaboró con el bloque peronista que presidía el propio Accastello en el período anterior.
Catolicismo
¿Y con anterioridad? El pibe que venía del Rivadavia tuvo una fuerte militancia en la Acción Católica Argentina (ACA), al punto de ser el responsable de la sección juvenil y de alcanzar la Presidencia de la entidad a nivel de la Diócesis de Villa María (todavía se recuerda el encendido discurso de bienvenida en nombre de los laicos que dio a las puertas de la Catedral a monseñor Roberto Rodríguez a su llegada a la ciudad).
A esta altura del repaso, propios y extraños, sus votantes y sus adversarios, verán que no estamos los villamarienses ante un improvisado, sino más bien de un producto de una intensa participación social.
Juan Montes y Jauretche
Pero hay más. Si bien entre los 17 y los 24 repartió mayoritariamente el tiempo entre la ACA y la carrera de Abogacía, Gill mantuvo una relación con los muchachos peronistas del Ateneo Jauretche, al que ingresó de la mano de Juan Montes, por una incipiente vocación teatral.
En ese ámbito conoció a Accastello, aunque en una primera instancia se vieron en líneas diferentes: el actual líder del peronismo villamariense quería presidir la Juventud Peronista y el dirigente estudiantil del Centro de Estudiantes del Rivadavia y de la Federación de Estudiantes apoyó inicialmente al contrincante Enrique Luna.
Para entonces, Gill ya estaba inbuido de un espíritu que le decía que las cosas se construyen de manera colectiva -al menos así se desprende de su participación en diferentes jornadas de lucha estudiantil-.
Su rostro comenzó a aparecer en este diario en julio de 1988. Un mes antes había cumplido los 15 años. Desde la organización de los secundarios del ISBR llamó a conformar la Federación, junto a Marcelo Dughetti del IPET.
Sentían que habían sido conculcados derechos estudiantiles y organizaron una huelga, marchas a plaza Centenario y hasta un “taller de reflexión para entendernos” al que invitaron a toda la sociedad, especialmente a los gremios que cedieron el auditorio de Luz y Fuerza y acompañaron los reclamos.
“Esto es un sentimiento…”
Entonces Gill decía a EL DIARIO: “Gracias a la movilización ya hemos logrado que no le pongan falta a los que faltaron…”, “Este movimiento no fue impulsado por nadie de afuera, no nos mandó ningún profesor, ningun político; esto es el sentimiento de los estudiantes…”, “Invitamos a todos los sectores a venir a debatir con nosotros a aportar ideas”, decía, entre otras cosas. Y las repetía luego en la asamblea popular ante casi 200 vecinos.
El domingo por la noche, en su discurso tras ganar las elecciones, en pleno festejo, dijo algo parecido, en el sentido de que Villa María necesita de la participación de todos, y anunció que convocará a diferentes sectores para pensar juntos el futuro de la ciudad.
Pasaron 27 años de aquellos primero pasos. Casi tres décadas avanzando para llegar a donde está. Hasta ahora no retrocedió casillero alguno. El futuro, como siempre, está por verse. Eso sí, repasando su historia queda en claro que no es un invento, sino un producto de la política.
Sergio Vaudagnotto
A saber…
Por lo que se cuenta en estas páginas, en el sentido de la militancia de Martín Gill a lo largo de casi tres décadas, seguramente sabe que hay personajes nefastos o nocivos en todas las estrucuturas, sean políticas, gremiales, empresarias, estudiantiles… las que sean.
Tipos que con un celular en la mano dicen tener el número de Dios y que, es más, se comunican con él y lo suben al Face y lo tuitean y ya está, se terminó la militancia por hoy. Gill, que no es gil, se debe dar cuenta de que hay mucho mercachifle que no sabe dónde lleva el acento la política.
A Raúl Alfonsín le hizo mucho daño el “Coty” Nosiglia, Carlos Menem se buscó a María Julia Alsogaray y Adelina Dalesio (entre otros), Fernando de la Rúa a Darío Lopérfido, y así sucesivamente.
Ya ni sé si existe la palabra yuppie, pero que los hay los hay. Ojo, entonces, con los tipos que huelen en francés, ojo con los que llegan a última hora y se arremolinan en torno al que manda enarbolando “de la primera hora”, ojo con los que sacan más chapa que un Escamilla, por citar a un laburante silencioso en medio de tanto ruido.
Digo, no sé, aunque sospecho que Gill ya lo sabe.
S.V.