Dicen que hay días en los que pueden ver delfines y ballenas desde la galería. Dicen, también, que en las noches de tormenta parece como si las olas rompieran a su lado. La situación de la casa no es modesta: está ubicada en una caleta virgen bañada por las aguas heladas y profundas del océano Atlántico, en Britannia Bay.
Caroline y Manie Maritz son una pareja de Ciudad del Cabo que buscaba el lugar perfecto para su residencia de vacaciones. Y así llegaron a este punto remoto donde tuvieron una visión instantánea tan rotunda que Caroline (exdiseñadora gráfica) hizo el boceto en un papel durante el camino de vuelta a la ciudad. «Quería una construcción en forma de ‘U’ con un patio con pileta en el centro. La costa oeste es conocida por el viento, así que eso fue una gran solución».
El arquitecto Luke Scott fue encargado de interpretar esa visión y algunos otros requerimientos como simpleza, bajo mantenimiento y, lo más importante: que se viera el mar desde todos y cada uno de los ambientes. Y así se hizo. Hoy los dueños pueden sentir cómo se relajan apenas deslizan las puertas; esta casa es para ellos el cielo, dicen.
«Los cerramientos, que se abren completamente, tuvieron un profundo impacto en la forma en que experimentamos la casa; con la cocina y el estar bordeados de agua a ambos lados, sentimos como si viviéramos en un barco», relató Caroline.
El ambiente central cuenta con una gama de tonos clarísimos que va del color arena al celeste más diáfano, conformando una luminosa caja que prolonga e imita el paisaje que la rodea. Allí, una chimenea revestida con piedra adoquinada de la zona y dos grandes rajas verticales para la leña, es el imán durante el invierno, cuando el mal tiempo se instala en la costa oeste sudafricana. «En las noches de tormenta el espectáculo de los relámpagos es extraordinario». Arriba de ella, vemos una división vidriada que remata en las ventanas apaisadas superiores y favorece (aún más) la luminosidad. Del otro lado está la suite principal, cabecera de una tira de dormitorios perpendiculares al mar.
Dos simples bancos resuelven asientos para una docena de huéspedes. Además, una multitud de cueros y tapetes en tonos claros cubre el piso de cemento pulido creando un patrón fresco y de lógica informalidad.
La dueña eligió rodearse de pocos muebles y objetos, preferentemente de madera. «Es una casa para venir con los chicos de vacaciones; quería estar relajada sin preocuparme por el desorden ni por lo que se pudiera romper». Esta idea se replica en los cuartos del primer piso, en los que se prioriza la atmósfera de calma y frescura.
Parte del volumen que mira al mar y contigua al estar, la suite principal comparte con ese sector el panorama del Atlántico. Aquí también, las ventanas entre las vigas vistas y el techo hacen del sol y del cielo elementos siempre presentes.
En el patio interno, una pileta cuyo interior está pintado en off white, logrando que el agua adquiera una tonalidad que remite directamente al color del mar, a solo unos metros. Atrás, un deck perimetral con asientos que fue realizado en balau balau, una madera tropical con tratamiento impermeabilizante. La dueña de casa colocó también varios pescados hechos con madera traída por la marea que le compró a un vendedor ambulante.
Una pequeña galería cuadrada se posa sobre el deck de la fachada sumando un rincón más retirado para disfrutar del sol y del aire de mar. Parte de una intervención reciente, el sector de lectura se ambientó con sillones y mesas de mimbre pintado. Porque el confort nunca es demasiado