Luego de 11 años, el programa radial insignia de las medianoches volvió a Villa María para celebrar su 30º aniversario
Varios minutos después de las 21, mientras los emponchados espectadores todavía se acomodaban en las sillas, la inconfundible voz en off de Eduardo Aliverti anunciaba el ingreso a ese mundo paralelo, compuesto de humor absurdo, historias increíbles y de empatía ensoñadora, que desde hace 30 años viene ofreciendo Alejandro Dolina durante las noches radiales argentinas.
“La venganza será terrible” volvía a montarse nuevamente en Villa María luego de 11 años. La vez anterior se había registrado en agosto de 2006, en el Teatro Verdi y con invitaciones gratuitas, en cuya ocasión los partenaires de Dolina fueron Gabriel Rolón y Guillermo Stronatti.
Esta vez, Mundo Rojo fue el lugar elegido y quienes acompañaron al conductor fueron Patricio Barton, quien todas las noches le “devuelve todas las paredes” en la AM 750, y el Trío Sin Nombre, el grupo musical integrado por dos hijos del “Negro”, Ale y Martín Dolina junto a Manuel Moreira.
Una fórmula asegurada
El envío en cuestión, que se graba previamente para luego emitirse desde la medianoche por la mentada frecuencia, logró colmar tanto las expectativas de los seguidores “dolineanos” (aquellos que identifican a prima facie los yeites habituales del programa), como de quienes vinieron a escuchar, sin escucha previa, a uno de los periodistas y escritores en vigencia más eruditos que se puedan hallar en el dial.
En rigor, Dolina y Barton vinieron a refrendar una máxima intrínseca que, de tanto repetirse, se ha convertido en fórmula infalible. Al igual que los músicos de jazz o los magos de oficio, ambos conductores despliegan sus facultades para un juego de improvisación donde las cartas ya suelen ser marcadas de antemano, aunque no se distinga ante el público.
Reflexiones comestibles
La primera parte resultó ser una concienzuda reflexión acerca de “la vida útil de la medialuna”. Sabrá entender el lector que de esa simple consigna jocosa nacería un sinfín de asociaciones libres de genial lucidez: “Las medialunas de las estaciones de servicio no envejecen nunca pero son horribles. Ese es el precio de la eternidad”. “Calentarlas es un sacrilegio, es como pensar que con un golpe de horno regreso a los 20 años. Además, queda vieja y caliente”. Las múltiples derivas abrevaron en “la corruptela del reparto de facturas en las panaderías”, la composición “rocosa o volcánica” de los amarettis, en los nombres extraños que se le ponen a los comestibles hasta el origen del Imperial Ruso afincado en Balcarce (por el parecido en el formato de ambos postres).
Antes de ingresar a la lectura del particular buceo histórico que siempre realiza Dolina (momento en que se bajan las luces de sala), se leyeron varios mensajes del público, de la ciudad, de Alto Alegre y Laboulaye. Uno solicitó que hicieran dormir a sus hijos. Barton sugirió: “Qué bueno hacer un programa para dormir a la gente” y el “Negro” le contestó: “Ya hay”, desatando una de las carcajadas más estruendosas.
Para aprender y reír
La lectura comenzó con el antropólogo británico James Frazer hasta terminar con la descripción de aquellos supremos religiosos, de diferentes culturas y países, a quienes se los creía semidioses.
Aunque el conductor dijo ser esquivo a las moralejas, concluyó su verba planteando que “la función pública puede ser un privilegio o todo lo contrario” y graficando tal sentido con el porqué de la invención del sismógrafo por parte de los chinos en el año 110: “Se creía que los malos actos de gobierno causaban terremotos, no simbólica, sino literalmente. Y no estaban tan errados”. El Trío Sin Nombre regaló una versión acústica de “Norwhere man” de Los Beatles, en alusión a un antiguo líder precolombino en México que, mencionado por el “Negro” anteriormente, se decía que “al no poner nunca los pies en la tierra y tampoco estar en el cielo, no estaba en ninguna parte”.
Durante el segmento siguiente, la dupla de conductores se dedicó a mofarse exquisitamente sobre las recomendaciones para “enamorar a una mujer”. En este pasaje, el público -antes de los saludos y vítores y el número musical final-, decidió dejar librada la risa en cada ocurrencia ofrecida.
J. R. S.