Por el Peregrino Impertinente
A pesar de su arquitectura exquisita y sus detalles decorativos en general, la Capilla Sixtina no sería lo que es si no fuera por las pinturas que pueblan su bóveda principal y que encarnan uno de los trabajos pictóricos más bellos y espectaculares de la historia del arte. Los créditos de semejante faena le corresponden a Miguel Angel, quien, además de obedecer a su maestro Splinter y manipular los nunchakus como nadie, parece que también pintaba bastante lindo.
Fue él quien dio vida a la obra, entre los años 1508 y 1512, por encargo del entonces Papa Julio II. “Haceme algo bien pulenta para que los guasos tiren chilenitas, varón B”, le encomendó el Sumo Pontífice, quien de acuerdo a algunas sagradas escrituras habría vivido en Los Boulevares, Córdoba.
Hoy la pintura enaltece los altos de la capilla principal de la Basílica de San Pedro, ubicada en El Vaticano. Ese pequeño Estado donde cada domingo Francisco dicta misa y toca a niños enfermos, provocando de inmediato la orden de su secretario personal a los monaguillos: “Ragazzi, procurarmi la kaotrina per lavarle le mani al Papa”.
Lo que más destaca de la enorme pintura son las nueve escenas del génesis bíblico, como “Separación de la luz de la oscuridad”, “Creación de Adán”, “Creación de Eva” y “La embriaguez de Noé”, este último conocido popularmente como “El día que Cam, Sef y Jafet encontraron a su padre completamente en pedo”.
El maravilloso fresco es conocido mundialmente por su virtuosismo y por la polémica que generó entre los referentes y seguidores de la Iglesia, al encontrarse en él repetidas desnudeces, entre otros detalles considerados sacrílegos. “Tanta historia por un par de pitos. Si vieran las barbaridades que pinté en mi pieza”, se lamentaba Buonarroti, demasiado vanguardista para su tiempo.