Cuenta con tres fotoreportajes que testimonian barrios de Buenos Aires, bares de Montevideo y escuelas aborígenes del Chaco
Educar, amar y aprender en Pozo del Algarrobo
“La miseria y la pobreza no están para que las entiendas, sino para que las resuelvas”. Con esta frase, Gonzalo Vega subtituló su serie “No me olvides”. Y en su caso particular no se trata de meras palabras, ya que el artista ha viajado tres veces al Impenetrable Chaqueño en misión humanitaria. Allí, como miembro de la ONG “Fundación SOS Aborigen”, ha enseñado fotografía en escuelas rurales y colaborado con el reparto de mercadería y víveres para tobas y wichis, dos de las etnias más olvidadas del país. Mediante un fabuloso equilibrio entre el testimonio periodístico y la sensibilidad artística, Vega ha captado elocuentes instantáneas de un modo de vida tan precario como naturalizado en la Argentina: la pobreza extrema de las poblaciones indígenas tanto en infraestructura como en salud y educación. Una mujer que mira la cámara “desafiante” (el adjetivo es de Gonzalo), mientras un médico le toma la presión en un aula; una señora en su vivienda de palos y lona que vive cerca de la escuela o dos nenas en los bancos de un colegio con afiche de las carabelas, símbolo inequívoco de que la opresión no ha terminado todavía.
Entre sus referentes fotográficos, Vega cita instantáneamente al brasilero Sebastiao Salgado “por su fuerza expresiva, pero sobre todas las cosas por su compromiso social. Y también el húngaro Robert Capa por su testimonio”. El fotógrafo rosarino, nacido en 1981 y radicado desde 2013 en Villa María, ha participado de varias muestras. También ha publicado sus trabajos en medios gráficos del país como el diario Página/12. Si hay un objetivo de la serie expuesta por Gonzalo, ese es “sensibilizar a través de algunas fotos para que podamos ayudar a esta gente que sufre en silencio y tanto nos necesita”.
Buenos Aires con clima de “nouvelle vague”
El dueño de un anticuario se aburre al lado de un fonógrafo; podría ser el fotograma de una película francesa de los 40, pero es San Telmo en 2015. Dos bailarines de tango callejeros hacen una pausa y algo en la figura de la mujer remite a la Jane Avril del Moulin Rouge retratada por Toulouse-Lautrec. En una esquina lluviosa dos amigos caminan bajo sendos paraguas; parece Barrio Latino, pero es Bajo Belgrano. Todas estas postales fueron “robadas” al olvido por un muchacho de 25 años que se define como “autodidacta”; Jonathan Korell. Acerca de “Sombras, luces y reflejos de la vida real”, el fotógrafo porteño comenta que “tengo mi cámara colgada todo el tiempo. Si voy a hacer un trámite, la llevo. Soy obsesivo. Por mi barrio (Belgrano) salgo todos los sábados y domingos. A veces vuelvo con buenas fotos, pero otras veces vuelvo sin nada. Me defino como un fotógrafo de la calle y lo que más me importa es estar en el momento justo”. Definición de goleador.
En lo que atañe a su poética, Jonathan lo tiene muy claro: “No le pido permiso a la gente porque si lo hago, pierdo la magia del momento. Pero si alguien se enoja, borro la foto. Prefiero perder la foto de mi vida a faltarle el respeto a alguien. En mis imágenes no hay nada que sea posado. Quiero registrar el mundo que me rodea sin cambiarle nada”.
A la hora de nombrar sus referentes, Jonathan cita al francés Henry Cartier Bresson y a varios fotógrafos callejeros del mundo, entre los que se cuenta el suizo Thomas Leuthard. Ambas menciones no son casuales: el riguroso blanco y negro, los escenarios reales, la humanidad más honda y escondida de una ciudad cosmopolita, remiten a las poéticas de los dos y a los tiempos de la “nouvelle vague”.
Después de ver las fotos de Jonathan, uno puede ver a Buenos Aires como París o Ginebra, pero al ver las del francés y las del suizo, uno puede sentirse en las calles de Buenos Aires. Y ese es un mérito tremendo de este muchacho que, en Villa María, ha colgado por primera vez sus fotos para el público.
Aquellos bares soñados por Onetti
Cualquiera de las seis fotos que expuso la uruguaya Fabiana Operti Marchales (ausente con aviso) podría servir de portada a las novelas de Juan Carlos Onetti. Y es que, tanto las figuras que se dan cita como el clima “sesentoso” de las mesas, ilustran a la perfección las ficciones del montevideano, esas obras plagadas de hombres vencidos o agrisados por la implacable maquinaria de la vida. De este modo, la autora escribe sobre su serie “Yaguarón”: “Como si se tratara de un universo en sí mismo, las diez cuadras de la calle Yaguarón en Montevideo están habitadas por diez bares. Todos diferentes. Todos únicos. El Tenerife, el Ponto Blanco, la Fonda Luzón, el Mercado de la Abundancia, el Bremen… Este reportaje fotográfico recorre estos bares y congela momentos cotidianos, pequeños detalles de una forma de vida y un hábito que perdura en el tiempo”.
Fabiana nació en 1989 y es fotógrafa aficionada. A los 18 comenzó a formarse en antropología y museología y realizó diversos talleres relacionados con el fotoperiodismo.
Iván Wielikosielek
Especial UNVM