Escribe Candela Ahumada
Uniciencia
Las mujeres consumen menos drogas ilegales que los hombres, pero son las mayores consumidoras de psicofármacos. Antidepresivos, ansiolíticos, tranquilizantes, somníferos. El dato: se trata de drogas legales. El amplio abanico de sustancias a las que las mujeres recurren de manera más frecuente se enmarca bajo el paraguas de lo que está socialmente permitido.
“Para consumir, las mujeres tenemos que romper con una barrera más que los varones”, asegura Victoria Mendizábal, bióloga, doctora en Farmacología y especialista en sustancias de uso recreativo desde una mirada de género. Se refiere al modo en que los estereotipos y mandatos sociales modelan la conducta de las personas, y determinan lo que se puede y no se puede trasgredir.
Mendizábal admite que, como científica, durante mucho tiempo sufrió ‘ceguera de género’: en los experimentos que realizaba en el laboratorio utilizaba únicamente ratones machos, al igual que todos sus colegas. El sexo del roedor no es neutral en la investigación sobre adicciones: los efectos biológicos de las drogas son diferentes en hembras y machos.
–¿Cómo caracterizarías la relación de las mujeres con las drogas, tanto legales como ilegales?
-La distinción entre drogas legales e ilegales es totalmente arbitraria. El alcohol, por ejemplo, tiene un nivel de adictividad comparable con la heroína. Hablamos de drogas de abuso, o de uso recreativo, que tienen un efecto psicotrópico: alteran la percepción, la cognición o algún mecanismo cerebral. Históricamente, lo que se veía era que el adicto, el que usaba drogas, era un varón. Eso fue cambiando en las últimas décadas, y en los adolescentes el consumo se equipara cada vez más. Comparativamente, las mujeres consumimos menos drogas ilegales, pero más legales, con los psicofármacos a la cabeza. Y fumamos y tomamos alcohol a niveles similares que ellos.
–¿Cuáles son los principales efectos diferenciados en el organismo?
-Hay que distinguir entre el uso, el abuso y la dependencia. Hay una progresión en el nivel de uso de las drogas. En el caso de las mujeres, la progresión a la dependencia es más rápida que en los varones, salvo con la cocaína. Es decir que el lapso en el que nos convertimos de consumidoras a adictas es más corto. Teniendo en cuenta este factor, podría decirse que para ellas es más fácil quedarse enganchadas. Este fenómeno está bien documentado en el caso del alcohol, en el que se observa un período de tiempo menor hasta el desarrollo de las consecuencias médicas y la aparición de los rasgos conductuales y psicológicos característicos del alcoholismo.
–¿Cómo explicás, desde el punto de vista científico, que las mujeres lleguemos a la adicción más rápidamente?
-Una de las cosas que más influye son las hormonas, específicamente, los estrógenos. Eso está demostrado en el laboratorio, con animales de experimentación. Por ejemplo, los tratamientos en hembras con estradiol, una hormona sexual femenina, favorecen el desarrollo de conductas de autoadministración de drogas de abuso, su motivación por estas drogas, y también la posibilidad de una recaída. El mecanismo de cómo suceden estos fenómenos está en estudio, pero sí se sabe que hay un efecto mediado por los estrógenos.
La especialista explica que la importancia de estas hormonas es tal que se pueden detectar efectos diferentes a las drogas, según el momento del ciclo menstrual. Así, niveles altos de estrógeno producen una mayor sensibilidad a los psicoestimulantes, como la cocaína y las anfetaminas. En cambio, un nivel elevado de progesterona (hormona involucrada en el período menstrual) tendría un efecto protector.
–¿Las hormonas son las culpables de todo?
-No de todo. También influye lo que se llama farmacocinética de las drogas, que se refiere a cómo el organismo metaboliza una sustancia, es decir, qué sucede con esa sustancia desde que la ingerimos hasta que la eliminamos del cuerpo. Las mujeres tenemos una distribución de grasa corporal y un metabolismo distinto al masculino. Eso explica que una misma dosis de éxtasis, por ejemplo, resulte más peligrosa para ellas que para ellos. 150 mg. de MDMA (metilendioximetanfetamina) consumidos en una fiesta electrónica pueden resultar mortal para una mujer, no así para los varones. Cuando van a consumir, las chicas en general no saben esto.
Doble estigmatización
Pese a estar igualmente expuestas a sustancias adictivas, las mujeres utilizan menos drogas de abuso que los varones, mientras que ellos son punteros en el consumo de todas las drogas ilícitas, según el Estudio Nacional sobre Consumo de Sustancias Psicoactivas realizado por la Sedronar en 2017. ¿Por qué? Mendizábal lo explica, en parte, por el modo en que las mujeres son socializadas tempranamente en la niñez, bajo la lógica del cuidado, la seguridad, y la prevención, generando que tengan una percepción mayor del riego que implica este tipo de consumo.
–¿Qué impacto o influencia tiene la cultura en el consumo de drogas de abuso?
-Históricamente, se ha hablado de un “efecto protector” de la cultura, en el sentido de que los roles asignados socialmente a la mujer funcionaban de barrera para limitar su consumo. Y esto sigue funcionando así en muchos casos. En cambio, a los varones se les ha enseñado a transgredir, a ser valientes, a asumir riesgos. Toda una serie de características que se relacionan con el consumo ilegal, por eso las conductas de riesgo son más frecuentes en ellos.
–¿Las mujeres consumidoras son más estigmatizadas?
-Las drogas son siempre un tema tabú. Los adictos generalmente son estigmatizados. Pero las mujeres sufren una doble estigmatización: por adictas y por ser mujeres. El consumo de sustancias en ellas tiene además un plus: está asociado a la violencia sexual. ‘Si estás borracha, entonces sos más vulnerable a las agresiones sexuales’. Es un peligro real. A nivel de comunicación es un desafío importante: cómo concientizar sobre este peligro, sin caer en la estigmatización.
El peso del ojo público también influye en las mujeres a la hora de acceder a un tratamiento contra las adicciones. “Ellas son más reacias a ingresar a los espacios de tratamiento y atención de drogodependencias por el estigma social que ello implica, y se agrava cuando son madres, por el temor a perder la custodia de sus hijas e hijos”, asegura Mendizábal.
Un estudio sobre consumo de paco realizado en zonas de escasos recursos del sur de la ciudad de Buenos Aires mostró que a los grupos terapéuticos (desarrollados bajo el modelo de Alcohólicos y Narcóticos Anónimos) sólo acudían los hombres, mientras que las mujeres lo hacían muy esporádicamente y no lograban finalizar el tratamiento. La solución vino de la mano de la implementación de talleres creativos y artísticos para mujeres consumidoras de paco, como vía para tratar la adicción.
“El acceso a la salud para las mujeres con problemas de consumo de sustancias no tiene en cuenta la especificidad de la relación de las mujeres y las drogas. Es necesario incorporar la perspectiva de género”, concluye.