En una ciudad de techos bajos que aún no ha cumplido los dos siglos, no son para nada frecuentes las iglesias en aguja ni las mansiones con remates en punta. Mucho menos desde que el trazado urbanístico, a partir del boom sojero, se empeñó en la demolición sistemática de las casonas y en la construcción desmedida de edificios. Sin embargo, y casi contradiciendo el espíritu (o “falta de espíritu”) de la época, dos arquitecturas absolutamente atípicas se empeñan en mantenerse en pie en Villa María: la Capilla del Colegio San Antonio y la ex-Escuela Bíblica Evangélica.
Construida a lo largo de una década (entre 1916 y 1926) la capilla es el único ejemplo del gótico en la ciudad. Tanto su torre en aguja como sus ventanales de arco apuntado, son típicos ornamentos del movimiento que tuviera lugar en la baja Edad Media previa al Renacimiento. De esta manera, el San Antonio se emparenta con la tradición de lejanas catedrales europeas: Nôtre Dame en Francia, Gloucester en Inglaterra y el Duomo en Italia. Sólo se lamenta que, en semejante maravilla arquitectónica, no se celebren más misas, ya que en épocas veraniegas es común ver a turistas fotografiando su torre con la misma devoción conque registrarían las gárgolas de los Capuchinos.
En lo que respecta a la ex-Escuela Bíblica, fue levantada en 1915 y es uno de los pocos edificios que, con más de un siglo de antigüedad, se mantiene en un estado edilicio aceptable. No se trata, en este caso, de una construcción gótica sino de un “chalé normando”. Pero lo cierto es que en el Siglo XXI el concepto del “gótico” tuvo un alcance mucho mayor que en sus inicios, sobre todo a partir de la literatura y el cine. Y ha sido precisamente en casonas como la Escuela Bíblica o el recientemente restaurado Chalé Scopinaro, donde se han ambientado las pesadillas más icónicas del imaginario occidental; desde los clásicos de la literatura de terror como “La caída de la Casa Usher” de Poe, el “Drácula” de Stoker y “El morador de las tinieblas” de Lovecraft, hasta films como “Amytiville”, “Los otros”, “Salem´s Lot” o “La cumbre escarlata”.
Las ciudades pujantes, optimistas y empeñadas en destruir su pasado (y Villa María cumple con todos los requisitos) no suelen dar lugar en su trazado a los “ambientes de pesadilla”. Y acaso sea su modo de conjurar la oscuridad. No obstante y casi como un natural contrabalanceo, es en estas ciudades en donde se producen los hechos más escalofriantes de la condición humana (para corroborarlo, sólo basta repasar las noticias policiales más resonantes de los últimos años). Pero no estábamos hablando de “hechos” sino de “imaginarios”. Y, muy a propósito, el escritor Edgar Allan Poe (padre involuntario del “gótico literario”) sostiene que “la muerte de una mujer hermosa es, sin lugar a dudas, el tema más poético del mundo”.
Ajustándose a rajatablas a este concepto, hay que decir que Villa Nueva nació con una de las historias góticas más fascinantes que se puedan contar. Real o imaginaria, es algo que nunca se sabrá, pero don Pablo Granado la cita en su obra de 1975 “Villa Nueva, un pueblo con historia”. Y lo hace al referirse a la génesis de las extrañísimas “tumbas paradas” del cementerio villanovense.
Datadas en 1870 pero presumiblemente mucho más antiguas, esos monumentos funerarios gemelos acaso encierren uno de los misterios más fascinantes del Siglo XIX en Argentina. Y si no, repasemos lo que dice Granado: “…entendemos que este tipo de sepulturas existen solamente en Villa Nueva y en un pueblito de Italia, lo cual constituye una verdadera rareza… A ello agregamos la consabida leyenda, que es en definitiva la poesía de la Historia. Observamos que uno de los túmulos (el de la derecha) está separado de su igual. Según la leyenda, las tumbas pertenecían a dos primos hermanos a quienes las exigencias familiares pretendían unir en matrimonio… Días antes de que esto ocurriera, ambos se quitaron la vida. Sepultados en dos tumbas unidas, pocos días después, la de la niña se había separado de la del muchacho. Los esfuerzos realizados para que conservara la perpendicularidad fueron inútiles en todas las oportunidades, de tal manera que los dejaron separados para siempre”…
A este respecto, el escritor Luis Luján, especialista en fenómenos paranormales y leyendas urbanas de ambas Villas, afirma que “el nombre de los primos era Joaquín y Amanda y que, sin dudas, se trataba de una muchacha bellísima”.
Es una realidad. Ni Villa María ni Villa Nueva son “ciudades góticas”. Ni en su arquitectura ni en la fascinación estética por lo “decadente”. Sin embargo, basta con los edificios citados y esa leyenda a modo de génesis para presumir de un fabuloso legado que, hasta el día, curiosamente ha sido desaprovechado.
Cuando pasen los años y alguien se decida escribir por fin sobre “Amanda y Joaquín”, tal vez tendrá entre sus manos el nuevo “boom” de la novela histórica argentina. Y para que ese libro se venda mejor y estas dos Villas se vuelvan “lugar de culto”, el futuro novelista dirá que “el casamiento fallido iba a celebrarse en la Capilla de San Antonio” y que “la chica fugada se refugió en un misterioso chalé de calle Santa Fe al 460”. Y entonces acaso veamos más turistas literarios en las dos ciudades y “lo gótico”, lejos de ser una práctica decadente quizás se convierta en patrimonio cultural, punto de partida histórico, materia prima del más puro orgullo.
Iván Wielikosielek