Escribe: Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
Recostada junto al dique con el que comparte nombre, la aldea disfruta la bendición del agua como ninguna. Las postales redentoras que ofrecen sus campings y clubes de pesca
De un lado tiene a las sierras chicas y del otro el dique más famoso de Córdoba ¿Qué otra compañía puede demandar San Roque? Si incluso ya cuenta con la de viajeros bien dispuestos a acariciarle su vitalidad de días soleados y refugiarse del estrés junto a las aguas del lago con el que la comuna comparte nombre. Nada más pide el pueblo, y nada más le pedimos.
Así de sencilla y querible, la aldea se hecha unas siestas interminables, las laderas en las espaldas y el espejo de agua al frente, colosal y orgulloso, sabedor de toda la mística que encierra, de toda la belleza que contagia. Al otro lado, que en rigor es a la vuelta, la ebullición de turistas, noches de teatro, playas sin hueco para echar la sombrilla y peatonal furiosa de Villa Carlos Paz levantan el cogote. No, esta vez no. Esta vez la onda es de placeres distintos.
Por ejemplo, el de acomodarse en una cabaña con la familia y dejar que el perro sea tan libre como uno. O arrimarse a las costas del lago acompañado de amigos y, aprovechando las sombras de las arboledas, mandarse unos asados que hacen temblar la tierra (mientras las cañas, símbolo de la excusa perfecta, quedan abandonadas a merced de la luz). La tercera opción es contarle los barquitos al dique, respirar auténtico, agradeciéndole a la circunstancia ese momento sagrado de estar con nadie y con nosotros mismos.
Por el momento nos quedamos con la segunda alternativa, que al parecer es la más popular en esta localidad de mil y pocos habitantes. Lo dice una línea de campings que se dispersan sobre la costa, envueltas en un bosque serrano que pareciera bajar desde las montañas. Allí chispean las parrillas y hablan las mesas de truco, el vermú de la tardecita, la vida. Queda claro en la ausencia de gel, de vestimentas caras y actitudes que llamen la atención. Acá, el perfil campechano del ser humano es el que copa la parada.
A la hora del contacto con el agua, nuevo tridente de propuestas: el baño, el paseo en embarcación (bote a remos, lancha, piragua, jet ski, o lo que uno quiera) y la pesca. Esta última viene fundamentalmente con pejerreyes, tarariras, carpas y dientudos.
Alrededor de vegetación y el célebre embudo
A casi 700 metros de altura sobre el nivel del mar, el rostro montañoso de San Roque también tiene su momento de gloria. Alcanza con alejarse apenas de la ruta para sentirle el alma a las Sierras Chicas. Caminando por quebradas, la dicha surge de los aromas del tomillo y la peperina, de la fiesta de loros y zorzales, de la sabia de un eucaliptus, un paraíso, un molle o un espinillo.
De regreso en la costa, se recomienda hacer un alto en alguna de las parrilladas y probar las ranas (manjar autóctono, se cansan de repetirlo los carteles). Después, el paseo infaltable lo corporiza el paredón del Dique San Roque. Ubicado en el camino que bordea al gigante con rumbo a Carlos Paz, invita de la mano de su embudo y los puestos de artesanías y salames caseros.
Volviendo al pueblo, resta hincarle la humanidad a la Plaza Federal. Bajan los turistas, que en su trajín por las bondades del Valle de Punilla le sacan fotos al máximo emblema de San Roque. Muy apuesto el, decorado con las banderas de las 23 provincias argentinas y una vista privilegiada al lago. Al lado, sobre una bajada de césped dedicada a las embarcaciones, está el monolito en el que iría una estatua de Colón que nunca se colocó. Mejor así: le bloquearía la visual a uno de los atardeceres más bonitos que regala Córdoba.
RUTA alternativa – Exóticos los tamil
Por el Peregrino Impertinente
Después de China, India es el país con mayor cantidad de habitantes del mundo. Aproximadamente mil millones de personas son las que anidan en el vasto territorio de la antigua colonia británica ¡Mil millones de tipos!, los que tienen que contar votos en las elecciones ya se suicidaron tres veces. “Avísenme si necesitan que les haga desaparecer boletas”, dijo un tal Otto.
Consecuencia directa de semejante padrón es la enorme cantidad de grupos étnicos que habitan el subcontinente. Entre ellos los tamil, colectividad surgida del Asia Central hace unos 2.500 años, y que terminó arraigándose definitivamente al sur de la India. También tienen una importante presencia en Sri Lanka, país que si no fuera por Google jamás hubiera existido.
En aquellas regiones exóticas y hechiceras, los tamil dan vida a su extraordinaria cultura, rica en música salida de las nadaswaram (las típicas flautas que emiten sonidos más irritantes que Massa haciéndose el que tiene alma), gastronomía de picantísimos sabores (“El Rey de las Hemorroides” se llama la principal cadena de comidas rápidas de la zona) y un estilo arquitectónico y artístico tan delirante que hace ver a la ayahuasca y al ribotril con esperidina como juegos de niños.
Con todo, son los casamientos tamiles lo que más llama la atención del viajero. Se trata de eventos sociales de varios días de duración, en los que las familias tiran la casa por la ventana, dando rienda suelta a la alegría de un pueblo que de sufrimiento sabe montones, pero que también es experto en pasarla bien. “Muchachos, a ver si dejamos de darle vodka con speed a los elefantes, que ya hay uno que se quiso montar al sacerdote”, reclama el maestro de ceremonias.