Holanda es un país chiquito como sueldo en épocas de Gobierno globoloide, que se ubica en el norte de Europa.
De sólo nombrarlo, al viajero le vienen a la mente íconos propios de aquella nación, como son los molinos de viento, los tulipanes, el queso gouda o la Reina Máxima Zorreguieta, a quien uno le desea larga vida, y la visita en su alcoba de un comando de Sendero Luminoso a las 3.30 de la mañana.
Otro de los emblemas de los llamados Países Bajos son los famosos zuecos. Se trata de un calzado hecho con madera que es parte fundamental de la vestimenta típica holandesa.
Si bien ya no son utilizados en las urbes nórdicas, algunos campesinos todavía los siguen luciendo, lo que provoca las burlas de sus mal llevados vecinos: “Comprate unas Asics, rata”, es lo mínimo que les gritan a los paisanos, quienes responden a los agresores con el silencio. Eso, debido a la altura de sus holandesas conciencias y a que tienen menos espíritu picaresco que Ana Frank.
A pesar de ello, y de lo incomodo que puede resultar caminar con unos zapatos de madera con tacos, se estima que el país produce unos seis millones de zuecos por año.
La inmensa mayoría de ellos son comprados por los turistas, quienes ya instalados en las tiendas de recuerdos pueden elegir entre los puntiagudos o los de punta redonda, los decorados con motivos florales o los lisos y los hechos con sauce o con aliso.
Todo, para después llegar a casa y regalárselos a un familiar que odien mucho o mandárselos por correo a Wiñaski.